29 diciembre 2008

Llenos de agua y hierba

[Fragmento HA 4,? por determinar]

Al bajar había un cadáver en la playa, violeta, hinchado de agua y hierba y deseos putrefactos. Me acerqué y los transeúntes lo rodeaban y lo miraban sin esperar una respuesta o un movimiento de su pupila que los fijara y acusara. Charlaban junto al muerto del estado de las olas, del mar, de la propia muerte, en apariencia sin miedo y con cierta chulería de carnicero. Pero sus palabras se atropellaban cuando hablaban, como si quisieran decir dos cosas a la vez. Escuché.
- No sé cómo se atrevió a bañarse con las olas de tres metros que había y las rocas que flotaban sobre el agua y las algas. Además la flota de bajura se había quedado en el puerto 
- Sí, tiene razón, hay tiburones, yo mismo vi uno cuando
- Fíjate, su piel tiembla
- Mamá, ¿es esto la muerte?
- Cuando nadaba el otro día y hacía sol, la aleta del tiburón salió de la oscuridad y las gaviotas volaron espantadas y estuvieron dando círculos toda la mañana
- Hijo tápate los ojos por favor
- ¿Pero es esto la muerte, mamá?
- ¡No lo sé!
- Toda la mañana dando círculos, fíjese usted, o quietas en medio del aire, 
- Mamá, tú no sabes nada.
- ¡Oye! Que te arreo.
- ... las gaviotas -suspiro-
- Tiembla su piel, no lo entiendo, es como si aún hubiera partes de su cuerpo vivas
- Olas de tres metros
- ¿No será mejor que su hijo no vea esta escena, señora?
- Mamá, ¡Quiero ver!
- No, vamos, se acabó. 
- Y no sólo era uno, eran varios, vinieron a cazar, olieron la carne.
- Suicida.
- Yo aún diría más: homicida.
- ¿Por qué dice usted eso?
- Los barcos no salieron, está claro que era un peligro
- soy poeta, hago juegos de palabras.
- Mamá, quiero ver al muerto
- ¡No!
- Aceptando que usted sea poeta es usted un poeta bastante malo.
La cara había sido deformada por la violencia de la tempestad. Nadie sabía quién era ese tipo. Pero podía ser cualquiera: un amigo o un hermano, un padre. Aquel que por la mañana hubiera faltado en su cama. ¿Cuánto lleva así? le pregunté a un presunto inspector de aduanas. Lo sacaron hace un par de horas, ¿es que no lo vió?, el inspector me gritaba en el oído -las olas al fondo, sordas y magnéticas-, lo sacaron y aún estando muerto su cuerpo expulsó todos los detritus por los orificios de su cuerpo y se deshinchó y... No lo vi, dije: estaba en el cementerio. El inspector me miró: ¿Rezando? 
No, dije. 
¿Cómo? ¿Qué hacía en el cementerio entonces?, dijo amenazante. No lo sé, dije y me alejé de aquel hombre turbio con cierto sentimiento de culpa en los brazos. 
- ¿Alguien reconoce a este hombre?, gritó un médico.
(pero ya no era un hombre)
- Parece el gordo de la guerra de las galaxias, dijo el niño.
- Este niño ha visto demasiada televisión.
- Adiós, yo me voy, me esperan en la estación. 
- ¿Alguien lo reconoce? ¿Me escuchan? -repetía el médico.
Murmullos.
Lo cierto es que tenía cierto parecido con muchas cosas y seres y no seres, no se podía saber quién era ese cadáver, a quién había pertenecido su alma (suponiendo que alma y cuerpo fueran dos cosas distintas para las que el tiempo pasa de manera distinta). No se podía saber. Su piel temblaba. Yo empezaba a tener frío y soplaba una tramuntana ligera que erizaba los poros. Había más murmullos como vientos breves que salían de las bocas y se expandían aceleradamente hasta desvanecerse (Así es el universo según la doctrina presente de los físicos). - Es necesario que nos ayuden a reconocerlo -gritaba el médico y su cruz reflectante brillaba cuando levantaba el pecho y se erguía por encima del cadáver. 
Pues no lo reconocemos. Este hombre no es nadie -ahora-, no niego que antes lo fuera y que su piel tuviera un color uniforme, pero ahora parecía un cuadro de Pollock destilado, verdes y violetas se cruzaban en el centro de su pecho. Temblaba. El inspector de aduanas volvió a abordarme.
- ¿No se iba usted a la estación? - le dije, para deshacerme de él.
- Tengo curiosidad, contestó. 
- Ah.
- Probablemente tomó el camino equivocado en su vida -me dijo el inspector con aire de confesión y luego, otra vez en mi oído pero apenas perceptiblemente, añadió-: se suicidó.
Me giré hacia ese hombre. Entonces, dije, ¿Cuál hubiera sido el camino correcto?
El inspector me miró intensamente, pero sus ojos eran oscuros y no valían nada. No sé cual hubiera sido el camino correcto, terminó por decir, ¿Usted qué cree?
Resoplé. Todo en Portbou conduce a la muerte, especialmente el silencio sin eco de sus calles. 
- ¿Usted qué cree? -repitió el inspector- ¿Cuál es el camino correcto?
Dudé un instante. Los pies sonaban en la arena como pequeñas serpientes. Bueno, dije, sólo si vas en la dirección en la que tu miedo crece, vas por el camino correcto. El resto depende de Dios, dije. 
El inspector frunció el ceño.
- ¿Qué?
- ¿Alguien reconoce a este hombre? -gritaba el médico. Me giré y me encaminé hacia el Hotel Valerí. Las olas, más tarde, se encargarían de acabar con las conversaciones y la curiosidad, con las pisadas en la arena y los tristes restos del vaho de nuestras bocas.



Nacho Vegas - Seronda

1 comentario:

  1. Feliz Año 2009!!! No soy dado a tales excesos pero siempre me gusta hacer excepción con quien se lo merece. Muchas gracias por tus oidos en los pocos encuentros que hemos tenido de momento, espero ir recobrando el color conforme la primavera haga conmigo lo que con los cerezos, y así poder disfrutar más en compañías -malas- pero no por ello desagradables. Nos debemos una botella de bourbon y poesía o en su defecto...
    Con respecto al post, está bien; pero recuerda que después de limpiar siempre se guarda el plumero porque queda feo.
    Un abrazo enorme.

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