06 enero 2009

La beauté sera convulsive ou ne sera pas I

[Fragmento HA 2b,?] [para la completa comprensión de este texto leer: los ojos de la lechuza, dos post hacia abajo]

Oid, profanos: es difícil para el pez amar a su pescador. En el centro de la ciudad había un feria del libro antiguo y la hiedra caía podrida entre las casetas, pero no importaba, la gente giraba y daba vueltas como loca deteniéndose continuamente como vagones de metro llenos de curiosa fascinación por los best sellers y las novelas rosas; a los libros buenos sólo las más bellas les prestaban atención apoyando sus muslos y ellos descubriendo la culata de sus pistolas. Los vendedores de libros antiguos eran precisamente antiguos y barbudos, sabios con cara de viejos, muertos, por otra parte; sus caras ocultaban algo y mostraban algo sin ni siquiera mover una sola ceja. Guillermo se detuvo en el primer stand: Literatura Romántica. Sobre el montón, un volumen especialmente voluminoso: Donde yace Marguerite, de un tal Ceslaw Jelinek
- ¡Esto es mierda! -gritó Guillermo y Antonio se sonrojó y Arturo le dio un codazo y así de felices eran los tres, menos Antonio, que también lo era pero disimuladamente.
- Tengo que encontrar a Sebald -dijo Guillermo-. Aún me falta un libro suyo.
- ¿Cuál? - preguntó Arturo. Antonio se había sentado en un banco del centro de la plaza y miraba la fuente. Un pájaro bebía de la fuente. Inquetud general. El pájaro podría caerse al agua y ahogarse.
- Los anillos de Saturno. ¡Es imposible encontrarlo!
- ¿Tú crees?
- ¡Imposible! [Nota del autor: Los anillos de Saturno ha sido recientemente reeditado en Anagrama]
Había un puesto donde se vendían libros según su peso. Manuales de autoayuda. Arturo se compró Cazadores de libros, en busca de los libros malditos. Neyland Bayon era el autor, un desterrado de la vida. Guillermo se burlaba de Arturo. La cita inicial era la siguiente:
Estimado lector, quisiera hacerle saber que coleccionar libros es una ocupación que absorbe el tiempo entero, y que uno no llegaría muy lejos si gastara excesivo tiempo en frivolidades como la lectura.
- ¡Ja ja!
La vendedora lo puso sobre una balanza y dijo que costaba dos euros, un euro por cada cien gramos de papel. Luego salió del tenderete y se puso a fumar un cigarrillo y a mirar con insistencia a Arturo y Guillermo mientras se alejaban y uno podía llegar a creer con facilidad que era una puta barata.
Guillermo se acercó a otro stand y cogió un libro titulado Sorpresas de los clavos, de Enrique Bauer. Lo blandió y dijo:
- Este libro es realmente bueno. 
- No sé quién es Enrique Bauer.
- ¡Rayos y truenos!
Puso el libro sobre el pecho de Arturo y lo obligó a comprarlo. Guillermo miraba a Arturo. La vendedora de libros al peso seguía mirando a Arturo. Antonio desde la fuente abrió sus ojos y miró a Arturo.
- ¡Es un escritor genial! -gritó Guillermo.
- Shhh
- ¿Qué!
- Que no grites.
Arturo le entregó el libro a la chica del puesto para que lo cobrara. Ella también los miraba, riendo.  Antonio estaba lejos, en la fuente, había vuelto a cerrar los ojos. Guillermo se calló y se puso serio.
- ¿De qué ríes? -le dijo a la chica.
- Es mi padre -dijo ella.
- ¿Quién? -gritó Guillermo armando escándalo- ¿Yo?
- Enrique Bauer.
- ¡Qué!
- Es mi padre -repitió ella.
- Oh, diosa terrestre de estirpe ilustre, sal un momento, ven aquí, demuéstralo. Permite que te toque. Tras la muerte de Sebald no he leído a nadie mejor que tu padre. Los ángulos no nos bastan: su mejor obra.
- Sí -se limitó a decir ella.
- ¡Sal un momento!
Salió. 
- Julia Bauer -se presentó.
- Guillermo Guevara -dijo él, y los ojos de ella se hicieron grandes y cuando Arturo se presentó  su gesto fue indiferente. Selección natural. Guillermo siguió hablando con ella y gesticulando alegremente y dijo:- Allí sentado junto a la fuente está nuestro amigo. No es un mendigo. Es nuestro amigo. Pero está triste. Antonio, se llama.
Antonio los saludó con la mano y de pronto se quedó inmóvil. Se levantó y fue hacia ellos. 
- ¡Julia! -gritó- ¡Es ella!
- ¿Quién? -dijo Guillermo.
- La chica que encontré el otro día.
- Hola -dijo ella, pero no mostró especial interés.
- Hola -dijo él, mostrando interés- ¿Qué tal? Te perdí de vista el otro día.
- Bien -nada más.
- Me alegra mucho verte -dijo Antonio.
- Y a mí -pero no parecía verdad. Después hubo un silencio incómodo y después pajaritos cantando y voces de personas y después Julia le dijo a Guillermo-: ¿En serio te llamas Guillermo Guevara?
Antonio estaba hundido.
- Sí, ¿Por qué? eh, ¡Por qué! -inquirió Guillermo, un animal hermoso sin frenos.
- Calma -dijo Arturo, que miraba a Antonio con cara de pena. Antonio se giró y volvió a la fuente arrastrando los pies.
- Quizá sea casualidad -empezó ella mirándo a Guillermo aún con los ojos desmesurados- pero...
(continuará tachán-tachán)



Muse - Sunburn (buen video recordando una interpretación genial de Borja

1 comentario:

  1. ¡Hola! he venido a saludarte y a esperar a que publiques todas tus historias para que las pueda seguir comme il faut. ¡Avisame! cuando estén publicadas, OK? Muchos besotes y feliz año nueve, M.

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