15 enero 2009

Sueño de una noche de invierno

[16h - 15 enero 2009 escritura automática]


Me despierto y abro la puerta. La puerta se deshace en cinco trozos. Se acerca la señora de la limpieza por el pasillo largo largo y me dice: estás enfermo. Se ha roto mi puerta, ahora son cinco pedazos, le digo. Por eso estás enfermo me dice, la muy gorda. Coge los trozos de puerta y dice que me va a ayudar a reconstruirla. Vale, digo, me siento débil. Ella pega los cinco trozos. Oye, le digo, los has pegado mal, esto no es una puerta, no es rectangular. Ve a ver al médico, dice la señora de limpieza. No, arregla mi puerta, digo. Sí, dice. Entonces ella desmonta la puerta y la monta de nuevo, pero esta vez, aunque lo hace bien, rompe los cristales. Ahora no hay cristales aunque es rectangular y ya puede abrirse y cerrarse, tendré frío, me pondré más enfermo, me quejo. La señora de la limpieza coge papel Albal y cubre los agujeros donde había los cristales. Mira, dice, ya no tendrás frío y además ahora yo podré pintar el papel Albal y decorar tu puerta, ¿Quieres? No, digo, pero ella coge un rotulador de uno de sus bolsillo o quizá lo saca de dentro de la escoba y pinta un monigote. Te gusta este dibujo para decorar tu puerta? ¡No!, le grito. ¿Y este? (vulvas cartilaginosas) ¡No! Estás muy enfermo, me dice, Tienes que ver al médico, al fondo del pasillo. En el pasillo aparece una bolsa llena de ropa. No es exactamente ropa. Es un forro para parecer más gordo o musculado. Nunca me lo he puesto. Llega una chica que identifico con la doctora. Doctora, le digo. Tengo los pechos muy pequeños, dice ella, no me los toques. Pero le pellizco un pezón. Ay, dice, un pecho es más pequeño que otro, pequeño paciente, dice. Entramos en la consulta: es el salón de mi casa. Allí está Joan Manuel Serrat vestido de gala. La doctora me ha curad, me dice sin saludar. Muy bien, Serrat, dice ella y me mira: sólo se ponen enfermos los que se llaman Serrat. Yo no me llamo Serrat, digo. ¿Seguro? se toca el pecho y saca un auscultador, me tantea. Estoy curado dice Serrat, ¿ahora qué hago? No estás curado y no te puedes marchar, dice la doctora. ¿Por qué? preguntamos él y yo a la vez. Serrat deja de sonreír: ¡Pero si me siento bien!. En esta enfermedad, dice la doctora, no puedes estar curado hasta que no has encontrado a un substituto. ¡Nadie tiene esta enfermedad!, dice Serrat. Yo la tengo, digo. La doctora dice que yo no valgo como substituto porque entré en tratamiento hace un rato. ¿Hace un rato?, pregunto. Tu puerta se rompió en cinco pedazos, dice ella. Ah, digo. Serrat se sienta en una silla de subalterno. La doctora le entrega un montón de fichas de las que salen muñecos cosidos deformes con ojos pintados de negro. Esta es la lista de Serrats del mundo, dice, busca a uno que esté enfermo y que te sustituya. Me quiero ir dice Serrat y toca los muñecos que rien y callan. No te puedes ir, dice ella y se dirige a mí, pasemos al quirófano, tu puerta ha sufrido un ataque al corazón. Camina un trecho y se detiene, se gira: no me toques los pechos porque cada vez son más pequeños. Asiento. Pasa el tiempo y la eternidad. La única manera de estar curado de esta enfermedad es encontrar a un enfermo que me substituya. No existen. La enfermedad no está en mí, está en los otros. No lo entiendo. Y no me apellido Serrat. La señora de la limpieza pasa con su escoba hecha de gusanos que saltan y comen lechugas.

2 comentarios:

  1. "L'enfer c'est les autres...", como bien decía Sartre.

    Me gustó tu sueño...

    Un beso.

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  2. Genial Vencedor !

    (: Nos vemos después de los exámenes?
    Cris

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