12 enero 2010

(-)

La pregunta era sencilla. El destinatario también estaba claro. Sin embargo, para conocer la respuesta, no me estaba permitido formular la pregunta. Tú, esa era la pregunta; ¿tú estarías dispuesta a hacer por mí algo extraordinario?
Así pasaban los días. Por las mañanas, mientras desayunaba, yo mismo me respondía: Claro que ella haría algo extraordinario por mí. Pero por las noches, cuando ella había olvidado llamarme, me revolvía en las sábanas y volvía responder a la pregunta: No, ella nunca hará algo extraordinario por mí. Así funcionaba casi todo: dos posibilidades en contraposición. A veces había más de dos posibilidades, entonces la cosa se volvía difícil.
Dios, ¿para qué inventaste el número uno? Si aquí no hay caminos fáciles de una sola dirección, ni alegrías únicas, si aquí no hay bocas que no necesiten otras bocas. ¿Para qué el uno? Alguien rompe a reír sobre mi escritorio. Me giro, busco. Pero no veo nada, ¿Hay alguien ahí? ¿Dios? Y en este silencio el uno me demuestra su única utilidad cuando corroboro que, después de todo, sigo estando solo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

ShareThis