Las palabras, como las putas, se parecen todas un poco. Se parecen. Y me senté en un banco del bar Alcaraván, separado de todo, pura forma y gloria autista y pedí una coca cola y alrededor ese devorarse de los que se aman. Dadme, dadme una sola razón para quedarme. Sintiendo miedo bebí el primer trago. Era la tarde y el aburrimiento, era la ignorancia de los cuerpos adánicos, las pantorrillas, el colesterol, el súbito deslumbramiento de un camarero que pasa al fondo, al fondo esa canción que se atraganta y pasos y pasos y yo fumaba, porque primero hay un fuego, al principio hay un fuego y luego se apaga y uno dice: mierda, lo he apagado yo. Nuestra vida es sólo apagamiento de fuegos. Y fumar era la fuente de mi felicidad, yo, experto en infelicidad y por eso cerré los ojos, para sentir esa tranquilidad del que no ve y no sabe del dolor de los colores, de las cenizas de la sombra de la mentira que alguien nos obligó a creer. Y luego abrí los ojos y ocurrió algo.
Una pareja se sentó en la mesa de al lado. Lo primero que vi fueron sus manos, las de él, sucias, ¿había estado en la guerra?, vi sus manos encadenándose con las manos de ella en la blasfemia de la imposibilidad que es el tacto. Qué hacer, qué hacer cuando las partes están separadas, rotas, si no basta con apretar, coger, sujetar. Vi sus manos cogiendo las suyas, las de ella, como quién ve un jarrón roto y cree que con los pedazos se podrá hacer un mosaico de reconstrucciones, pero no, con los pedazos de los jarrones que rompimos sólo habrá páramos, sólo podremos cortarnos si los pisamos.
Hablaban de poesía lírica del Siglo de Oro, y él lo decía todo en endecasílabos y ella con sus versos de arte menor a veces se giraba y me mostraba un tramo de sus pechos. Compartían la coca cola como quién bebe piedras y a mí no me interesaba su conversación. Ya se ha hablado demasiado de poesía lírica, de pechos, ya se ha hablado demasiado de todas las canciones difíciles de parar. Ya se ha hablado demasiado y las palabras, como las putas, se parecen todas un poco.
Me interesaban sus manos, un laberinto de dedos, de imprecisiones, las de ella, tan pequeñas como la lluvia, encajando como pirámides, como errores que se cometen y se pasan por alto, encajando con las de él, y así vivimos, con una atracción o una repugnancia demasiado fuertes.
Entonces uno de los dos amantes, sin quererlo, hizo un movimiento equivocado, brusco, y volcó el vaso de coca cola que había en su mesa y la bebida cayó hasta el suelo, formando un pequeño charco entre su mesa y la mía. Se rieron y continuaron jugando, siguieron amándose.
Yo me fijé en la coca cola que caía, en la breve cascada, las gotas de ebriedad y el charco que se formó en el suelo, cerca de mis pies.
Me hizo gracia. Recuerdo que sonreí. Recuerdo que cogí mi coca cola y poco a poco la derramé sobre mi mesa. El líquido corrió por el mármol como una serpiente o un paseo por el campo y empezó a caer al suelo. Seguí derramando coca cola en la mesa. En el suelo el líquido corrió por las baldosas, avanzando, doblándose, pero avanzando. Y en algún momento mi coca cola se mezcló con el charco que habían creado ellos, los amantes. El choque fue suave, como si a nadie le importara, y se juntó mi coca cola con la suya. Aquella fue la unión que ningún hombre y ninguna mujer conocerían jamás, la unión de dos coca colas dulces pero amargas y poderosas que no tardarían en ser fregadas por el camarero, de dos cocacolas sin identidad ni idiomas, si discusión ni pretextos, el hombre y la mujer hechos coca cola y mezclándose por fin, definitivamente, en el pequeño charco del bar Alcaraván para decirnos una verdad tan simple y estúpida que quizá ni siquiera sea una verdad: que la felicidad no existe.
"Yo me fijé en la cerveza que caía..."
ResponderEliminar¿Pero no era coca-cola?
A mi tampoco me gusta la coca cola. Es como la felicidad, una huella dulzona. Mejor arrancársela de cuajo.
ResponderEliminarJ.
A veces esa felicidad (por llamarla de alguna forma) es simplemente la salpicadura de la coca-cola en el pantalón; y nosotros...quizás nosotros seamos los restos pringosos de encima de la mesa, que impregnaremos el brazo del siguiente cliente del bar (o whiskería, en este caso xD), que se va a acordar de toda nuestra familia en el momento en el que note que entre su piel y la madera no hay solo aire. Eso si el camarero o camarera (previo recuerdo familiar, también por su parte), no nos haya tirado lejía por encima y haya frotado como si en ello le fuera la vida.
ResponderEliminarBrisa, inspiración, dulzura amarga y salto al vacío. I expiración a lo mejor al final, o simple bostezo desilusionado. Quién sabe. No?
Questo non è nemmeno nuovo. Insomma, anche c'è da dir che il leitmotiv, la frase che parla delle parole e delle puttane, non è tua, anzi mia. Fu detta nel parco vicino a casa mia, e lo sai. Io son' il tuo Llovet. Sempre lo sarò. Va be, lasciami comunque dirti che questa seconda versione mi piace tanto come la prima.
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