Bueno, y ahora qué. Así, hurgando entre mis libros, se me ocurre rescatar un fragmento de Raymond Chandler, otro escritor del genero negro que me gusta. Además, este fragmento viene al caso. Pertenece a El largo adiós. Una novela que merece la pena leer, sobre todo si ya has leído antes todas las demás del detective Marlowe.
Pensé en Terry Lennox con cierto distanciamiento. Ya empezaba a alejarse, cabellos blancos y rosto cubierto de cicatrices, con su atractivo un poco desvaído y su peculiar variante de orgullo. No lo juzgué ni analicé, de la misma manera que nunca le había preguntado cómo lo hirieron ni cómo había llegado a casarse con alguien como Sylvia. Me recordaba a esas personas que tratas durante una travesía y a las que crees conocer muy bien, aunque, en realidad, no conoces en absoluto. Lennox se había marchado como ese individuo que se despide en el muelle y dice adiós, no dejemos de llamarnos, y sabes que no lo haréis ninguno de los dos. Lo más probable es que nunca vuelvas a verlo. Si llegas a echarle la vista encima, será una persona completamente distinta, otro rotario más en un vagón restaurante. ¿Cómo van los negocios? No me puedo quejar. Tienes un buen aspecto. Tú también. He ganado demasiados kilos. ¿No nos pasa a todos? ¿Recuerdas el viaje en el Franconia (o como quiera que se llamara)? Claro que sí, un viaje maravilloso, ¿no es cierto?.
Y un cuerno con el viaje maravilloso. Te aburrías como una ostra. Sólo hablaste con él porque no había nadie que te interesase de verdad. Quizá fuera eso lo que había sucedido entre Terry Lennox y yo. No; no del todo. Me pertenecía en parte. Había invertido tiempo y dinero en él, además de tres días a la sombra, por no hablar de un puñetazo en la mandíbula y un golpe en el cuello que aún sentía cada vez que tragaba. Pero estaba muerto y ni siquiera podía devolverle sus quinientos dólares. Aquello me dolía. Son siempre las cosas pequeñas las que duelen.
Pues eso.
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