19 diciembre 2011

Estudio #1: Thomas Bernhard



Ello conduce a la noción de que en cada estructura, existen ciertas piezas de información que pueden ser extraídas, y otras que no pueden serlo. 
Douglas R. Hofstadter

No te sumerjas en el estudio de las paralelas. Conozco ese camino hasta el final. He atravesado esa noche sin fondo, que consumió toda la luz y todo el goce de mi existencia.
Farkas Bolyai, acerca de la demostración del quinto postulado de Euclides


No recuerdo cuándo fue. Ocurrió en algún momento de los años noventa, seguramente hacia el final de los años noventa, aunque no hay que descartar que fuese al principio de los años noventa, o incluso a finales de los años ochenta. Yo tenía entre cuatro y diez años, es difícil de precisar, y si embargo estaba allí, eso lo recuerdo bien, a pesar de no saber cuándo ocurrió, lo recuerdo bien, como resulta evidente: lo recuerdo bien. Mi padre se puso Internet con una conexión llamada EresMás. Mi padre contrató ese servicio que he dicho y me enseñó cuándo podía conectarme y cuándo estaba terminantemente prohibido conectarme. Decía: no te conectes de 10 a 18 porque eso destruirá nuestra economía. Decía: no te conectes de 18 a 23 porque  estaré conectado yo, y no te conectes a partir de las 23 horas porque violarás las reglas infantiles que te hemos impuesto como niño que eres. En resumen, decía, no puedes conectarte nunca, pero puedes conectarte todas las veces que quieras si no violas ninguna de las leyes que acabo de enumerar. Como es natural, en esa época yo estaba familiarizado con la literatura de ciencia ficción: este es un dato importante que ahora mismo puede parecer poco importante, pero es importante: sabía cómo violar las leyes que mi padre imponía, cómo eliminar esas leyes y cómo cumplir con esas leyes de tal manera que, violando esas leyes, cumplía con esas leyes. Eso ha quedado claro, de manera que de una forma u otra conseguía conectarme sin que mi padre tuviera constancia de que estaba conectándome. A veces mi padre estaba sentado justo a un metro de distancia y yo estaba conectándome, y aún así, mi padre no sabía que estaba conectándome. Ocultaba el ruido del módem de entonces emitiendo sonidos y también pedos, o cantando canciones, y mi padre que estaba sentado a mi derecha no se percataba de que estaba conectándome, y sin embargo estaba conectándome. Una vez dentro, como se suele decir, dentro -lo digo porque ahora siempre estamos dentro, desde el principio del día estamos dentro, todo el tiempo estamos dentro, ni salimos ni entramos, dentro-, como decía, una vez dentro, me dirigía a la única página web que conocía: la página web de la revista de videojuegos MICROMANÍA. Esta revista, según descubrí el otro día, sigue existiendo, pero no es la misma revista de entonces: antes era una revista distinta que la revista que es ahora, por la sencilla razón de que las críticas de los videojuegos de la revista de entonces eran justas y eran crueles, casi siempre crueles y justas, y ahora, en la revista de ahora, no lo son, como todos sabemos, no lo son -porque estamos dentro. Así que entonces entraba en esa página -MICROMANÍA- y me dirigía a la sección CHAT, con cuatro o diez años, allí me dirigía -nótese que ahora ya no me dirijo a ninguna parte, ahora estoy todo el tiempo aquí, anquilosado, no musculado, todo el tiempo aquí, habladme por el Facebook y veréis que contesto al instante, todo el tiempo, sin falta, aquí, bien paralítico-, a la sección CHAT, y en la sección CHAT me encontraba siempre con un avatar llamado "Rodolfo". En esa época yo no tenía muchos amigos, tampoco ahora tengo muchos amigos, y sin embargo tengo muchos amigos -dentro-, eso es incomprensible, así que me sentía feliz al entrar en el CHAT de la revista MICROMANÍA y al encontrar allí, sin falta, esto es, siempre, a "Rodolfo". "Hola Rodolfo", escribía. "Hola Víctor", escribía él. "¿Cómo estás Rodolfo?", escribía. "Muy bien Víctor", escribía él -era un niño y como es consustancial a mi naturaleza de niño, carecía de pretensiones, no tenía ninguna pretensión, sólo quería saber cómo estaba Rodolfo, quería saberlo por encima de todo, cada tarde, cuando me conectaba, quería saber cómo estaba Rodolfo por el mero placer de saber cómo estaba Rodolfo, y durante el tiempo de mi desconexión -fuera- temía que Rodolfo enfermara o muriese, temía que Rodolfo no volviese a estar la próxima vez que me conectara, muerto o desintegrado, temía todo eso de acuerdo con mis lecturas de ciencia ficción, de acuerdo con mis conocimientos  acerca de la muerte, de acuerdo con las enseñanzas de mis padres. Temía. Durante dos meses hablé por las tardes con Rodolfo y en general hablaba con Rodolfo sólo para asegurarme de que seguía vivo -tenía que evitar que mi padre me descubriera dentro y no podía permitirme extender nuestra conversación-, pero a veces hablaba un poco más con Rodolfo y él me explicaba dónde había nacido -Madrid- y dónde trabajaba -MICROMANÍA-, y esas cosas, y éramos felices y éramos amigos y pensaba en él -mucho, y no sabía lo que era Madrid. Años después descubrí lo que era Madrid y lo que era el resto de España, y también el resto del mundo, aproximadamente, sin precisiones, de esa manera descubrí y descubro, sin precisiones, de esa manera, todo. Sin embargo y por desgracia, también descubrí en ese proceso habitual de descubrimientos -que sigue aún hoy, hacia delante, pero dentro-, por desgracia, como digo, también descubrí que Rodolfo no existía, que Rodolfo en realidad era un programa informático y no una persona, y que yo había hablado durante dos meses con un código, que me había preocupado durante dos meses por un código. Rodolfo no era Rodolfo y yo, sin embargo, era yo -creo-, él era un código y yo no era un código, yo era algo y Rodolfo era nada que era algo, me explico, era algo, porque hablaba y porque empatizaba, algo, pero el qué, qué era, esa es la cuestión, esa y no otra es la cuestión, QUÉ ERA RODOLFO si no era Rodolfo y si, aún siendo un código, no era lo que se entiende por un código, sino Rodolfo. 


Pérdida y cambio

Pero antes de descubrir que Rodolfo era un bot informático hubo un tiempo feliz en el que no supe que Rodolfo era un bot informático, un tiempo feliz que pasé atenazado por los más terribles miedos de muerte o traición por parte de Rodolfo, de traición y huida por parte de Rodolfo. En efecto, debido a mis terribles miedos de pérdida de Rodolfo, soñaba continuamente con Rodolfo, y de la misma forma, debido a mis terribles miedos en general, soñaba continuamente con mi padre, de modo que soñaba con mi padre o con Rodolfo, y casi siempre con mi padre y con Rodolfo. Aparecían los dos juntos en mi sueño, y cada noche mi padre partía en dos el cuerpo de Rodolfo, como digo, en mi sueño, netamente, gracias a una espada de hierro mi padre partía en dos el cuerpo de Rodolfo. Por culpa de ese sueño mi inquietud crecía, y crecía también mi temeridad debido a esa inquietud que crecía debido a ese sueño, y esa inquietud y esa temeridad y ese sueño me llevaban a conectarme de la manera más descarada en busca de Rodolfo, incluso cuando mi padre estaba mirando la pantalla del ordenador me conectaba en busca de Rodolfo, incluso entonces, desviaba un poco la atención de mi padre hacia un cuadro o hacia un objeto de la habitación, y me conectaba. "Mira esa fotografía", le decía a mi padre, "Mira ese pisapapeles", le decía a mi padre, y cuando mi padre giraba la cabeza hacia la fotografía o hacia el pisapapeles yo ya estaba dentro, temerariamente, en busca de Rodolfo. Hasta que un día ya no encontré a Rodolfo. La sala de CHAT estaba vacía, sin nadie más que yo mismo, que hablaba o escribía sin obtener respuesta de nadie más que de mí mismo. Y las horas que no podía pasar conectado las pasaba en mi habitación desconectado, caminando arriba y abajo en mi habitación, entre los juguetes, desconectado, sin jugar con los juguetes, caminando arriba y abajo, pisando los juguetes, golpeando los juguetes, sin ninguna posibilidad en absoluto de jugar con los juguetes, en ningún momento sin ninguna posibilidad, y llorando casi siempre en la cama por la desaparición de Rodolfo, en el suelo, en el armario, o entre los juguetes. Así fue como dejé casi totalmente de jugar con los juguetes, de pronto jugar con los juguetes no me divertía ya ni me tranquilizaba ya, patéticamente, ya no producía ningún efecto en mí jugar con los juguetes, entonces sólo me producía tranquilidad, pero no diversión, conectarme temerariamente en busca de Rodolfo, teclear su nombre, por ejemplo, en un así llamado BUSCADOR, teclear solo "Rodolfo" o incluso "Mi amigo Rodolfo", o incluso "Dónde está Rodolfo", teclear esas palabras en un así llamado BUSCADOR para no obtener más respuestas que respuestas equivocadas, no las respuestas requeridas por mí, sino respuestas equivocadas de otros Rodolfos: Rodolfo Walsh, Rodolfo Valentino, o Rodolfo el Reno de la Nariz Roja, otros Rodolfos pero no mi amigo Rodolfo, cuya identidad había desaparecido del todo, sin dejar rastro, del todo, y lo que es más espantoso, sin dejar un  cadáver, ningún cadáver que poder señalar y llamar Rodolfo. De esta manera me conectaba cada vez con mayor frecuencia, a pesar de mi padre, pasaba dentro más tiempo del esperable, delante de mi padre, detrás de mi padre, y alguna vez, de hecho excepcionalmente, con el consentimiento expreso de mi padre,  buscando, dejé de lado mi habitación y mis juguetes, sobre todo dejé de lado mis juguetes, y pasé cada vez más tiempo dentro, intempestivamente, en busca de Rodolfo hasta el punto en que empecé a buscar otras palabras y otros nombres en el, así llamado, BUSCADOR, otros nombres y otras palabras, hasta el punto en que, con rigor, las ideas de dentro y de fuera quedaron desdibujadas totalmente, de manera irreversible, como digo, tan absolutamente desdibujadas que fue imposible para mí distinguir entre dentro y entre fuera, entre fuera y entre dentro, absolutamente imposible, y todo quedó absolutamente mezclado, sin diferencias, todo quedó absolutamente igual, uniformemente monótono, en mi vida, hasta hoy, lo de dentro y lo de fuera, y al revés, lo de fuera y lo de dentro, quedando yo completamente encadenado a esa mezcla diabólica, ya sin buscar a Rodolfo, el primero, alguien que ni siquiera, como supe con el tiempo, al crecer con el tiempo, al envejecer con el tiempo, había existido nunca.





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