04 abril 2008

Humor negro

Y si se arrojan entre mis brazos yo les diré que vivo en una torre gótica y que toco todas las noches el violín. Huirán corriendo. Si se arrojan les diré que me pongo pelucas verdes, guantes rosas, como Baudelaire, que soy un dandy. Y huirán. Diré: todo o nada, esta mañana asesiné a mi padre, se acabó mi complejo de edipo. Les diré a todas las profanas que bastaría con pensar un segundo en la poesía para devolverles la virginidad, y huirán. Si me besan me separaré y anunciaré que escribo poemas y vendo manojos de llaves en la Rue Rivoli. Que he escrito un tratado según el cual el hombre desciende de las ranas, que soy desordenado, que mientras comía un entrecote el viernes santo tuve una crisis mística y entoné un canto. Y huirán por Oxford Street bajo los grandes faroles encendidos. Y si alguna me invita a una copa le contestaré: ¿No probarías conmigo los sesos de los niños? Me han dicho que saben a avellana. Iré por las calles gritando hasta morir de frío y lanzaré contra sus pechos un corazón de cordero que compré en la carnicería, y se escandalizarán, y me dejarán. Si se acercan les citaré a Paracelso mientras me abro la camisa: A menudo no hay nada encima, todo está debajo, buscad. Y no encontrarán nada y huirán una vez más en la oscura felicidad de la embriaguez. Si vienen y me dicen que me quieren, yo contestaré que yo soy que soy, que me acompañan Nerón y Tiberio porque tengo esquizofrenia. Entonces me rechazarán. Si se arrojan entre mis brazos haré cu-cu, sufriré accesos de melancolía, piedad terror, gritaré que las necesito, que ¡todos los nobles al patíbulo!, ¡y los financieros!, ¡y los abogados! ¡y tú también al patíbulo!, les diré. Y horrorizadas harán ver que no me conocen. O seré tan pedante que sólo podrán ponerse a llorar, cuando les diga que el sonido de las cataratas en el río Tormes está una octava por encima del Si bemol. Si se arrojan entre mis brazos yo no las abrazaré. Si me quieren, yo no las querré. Si me besan, escupiré. El motivo, uno solo: porque me enamoré cierta noche de una puta. Estaba en el otro lado de la acera, vestía minifalda azul, no se cubría los pechos. Desapareció en un coche. Desde entonces cada día la busco con un vaso de vino entre las manos, la busco por la calle Compañía, entre Oxford Street y el boulevar Saint-Germain, vacilando y tembloroso. Tú, Anne, si es que te llamas Anne, tú, estabas tan hermosa con tu cuello de encaje blanco, tan hermosa con tus ojos entornados, húmedos, al otro lado de la calle. Estabas tan hermosa que es probable que hayas muerto. Y si se arrojan otras a mis brazos, las rechazaré, les diré que vivo en una torre gótica, y que toco todas las noches el violín, y la guitarra, y el piano, y que yo quiero a Anne, la puta del otro lado de la calle, la que costaba con toda seguridad, poco más de veinte euros.


Editors - The weight of the world

1 comentario:

  1. Soy una profana(¿Ut pictura poesis?), devuélveme la virginidad con poesía y te prometo hacer una espiral con mi cubo de rubik. Tengo ganas de ver cómo conjunta tu sofá nuevo con el Mondrian que llevo en la cabeza.
    Búscame por el raval, llegaré después de atardecer...
    Besos
    Pi
    p.d.: No puedes borrar el humor negro; habrías de borrarme a mí primero.

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