29 noviembre 2008

To the end part I

[Fragmento HA 4,3 -nexo]


Estaba ahorcando la ropa en el tendal para que se secara. Mientras tanto mi vecina se desnudaba en la ventana de en frente. Aquella chica dejaba cada noche la persiana abierta porque sabía que me gustaba mirarla. Por puro morbo o necesidad de admiración. Yo ya sabía entonces que también ellas tienen aparato digestivo. Desde entonces el amor ya no era igual. Sabía que detrás de la piel y las curvas operaba el proceso de los excrementos. Pero era hermosa su cadera. Arriesgada. Y ella era todo lo feliz que puede serlo una loba, desnudándose tras la ventana. Sin embargo había algo corrupto en cada noche y en cada movimiento: el presagio de su pronto suicidio; yo ya sabía que agotada por el drama de su vida no tardaría mucho en ponerse a cantar alguna aria final y trágica para todos los vecinos, voluptuosa, lasciatemi morir, o Ah! Non credea mirarti.
Cuando Enrique Bauer sacó su primer libro, yo sólo tenía dieciséis años y él ya tenía cuarenta y cinco. Sorpresas de los clavos, se titulaba, de tema romántico, pero con un importante componente de novela negra. Su prosa ya despuntaba con una fuerza insólita. Frases como acordeones, estirándose y bruscamente recortadas, momentos para la poesía. Después, un largo silencio de tres años. Se sabe que Enrique se retiró a la isla de Hidra, al sur de Atenas, con su hija, tras la muerte de su mujer. Allí vivía en una casa blanca y azul y alguna vez envió a españa artículos para algún periódico, tesoros cotizados por los fanáticos lectores que esperaban una nueva novela, fragmentos llenos de progresiones melódicas sin armonía, en los que básicamente pretendía decirnos: Si estoy vivo, es sólo para molestaros. Y pronto regresó a la cumbre con una novela fundamental de nuestro siglo: Los ángulos no nos bastan, de tema urbano. Concisión en los diálogos, personajes jóvenes y culpables, mezcla de teatro y novela, de memoria y deseo. Traducido a veintitrés lenguas, consiguió que cada mañana el Apollon Hellas descargara en Hidra una carretilla llena de cartas de admiración y de odio. Con ellas no pasaba frío en invierno, ni en verano o primavera. Es extraño, dicen los críticos, porque en Hidra estaban (y están) prohibidos los motores, la condición para lo urbano, y sólo caminan asnos por los senderos. Quizá Los Ángulos no nos bastan, ambientado en la gran urbe, fue tan bien considerado porque el autor no sabía de qué estaba hablando, como si la ciudad fuera una figura impresionista o una idea vaga en la antesala.
Después otra vez el silencio. Se habló mucho de su retiro. Algunos decían que había regresado con su hija a Salamanca, su ciudad natal, y que allí se escondía y había dejado de escribir; se hablaba de una relación incestuosa con su hija, de la muerte de la mujer en circunstancias trágicas, pero todo ello sólo eran, dicen, imposturas para engrandecer su nombre, mantenerlo en la cresta de la ola.
Yo, entonces, conocía la verdad. Sabía algunas cosas, aunque no demasiadas, como pude comprobar más tarde. Corrían rumores de una nueva novela. El título era incierto: Prosas Alejandrinas, decían, aunque también se barajaba la posibilidad de El Funeral de Nuestros Corazones. Enrique llegó al aeropuerto de Girona rodeado de todas aquellas mitologías. Después de años sin querer aparecer en público, había aceptado participar en un congreso de literatura en Portbou. 
Yo conocía la verdad, como he dicho. Conocía a Julia. Estudié con ella en Salamanca, en mi último año de carrera. Se enamoró de mi mejor amigo: Guillermo Guevara.
Aquella noche mi vecina se desnudaba en su habitación, cumpliendo con su liturgia, y cuando apareció el esplendor de sus pechos sonó el teléfono. Me alejé de la ventana marcha atrás, confusamente apareció en mi cabeza una imagen de Julia abocada a un pozo, en la montaña. En mi cabeza un asno comiendo hierbajos en Hidra, un pezón grande y seductor, rosa como la palabra  guerra. Porque guerra sólo puede haber una, ¿no cree? En la cama. No hay diferencia entre la amada y el enemigo. Líneas ensambladas y trincheras anexas, poder de cañones regando los pálidos estanques virginales. ¡Ea!
Descolgué el teléfono.
- Arturo, soy Guillermo.
- ¿Guillermo?... Cuando tiempo ... ¿Cómo estás?
- Estoy en Girona. He llegado esta mañana.
- ... ¿Cómo?... ¡Veámonos cuanto antes!
- Espera.
- ¿Qué ocurre?
- Necesito pedirte algo.
- Lo que quieras.
- ¿Me ayudarás? 
-  Sí... claro, pero ¿qué quieres decir?
- El sábado empieza el congreso de literatura en Portbou, ¿Has visto quién viene?
- Enrique Bauer, Ceslaw Jelinek, no sé... ¿Por qué?... ¡Por cierto! ¿Te acuerdas de Max Lechuga? El cabrón ha tenido éxito y también lo han invitado.
- Sí, lo sé. ¿Pero sabes quién más asistirá? No lo han anunciado, es una sorpresa.
- ¿Quién?
- Ricardo Iglesias. También él estará allí.
- ¿En serio?
- Sí. Es por eso que he venido hasta aquí.
Un agujero negro puede desarrollar fuerzas de atracción tan poderosas como para devorar sistemas solares y hasta galaxias. La masa infinita atrapada sin volumen en su mismo centro se conoce como singularidad. No lo sabía entonces, pero pude sospecharlo, temerlo sin mucho margen de error. Portbou iba a ser nuestra pequeña singularidad sin masa, pero de potencia infinita.
(Continúa en II...)


The last shadow puppets - Stanting next to me

1 comentario:

  1. La verdad es que me rio mucho con tus historias pero veo que ésta tambien continuará (ya no sé cuántas estoy siguiendo...) Parece el camarote de los hermanos Marx... Besotes, M.

    ResponderEliminar

ShareThis