30 noviembre 2008

Suave es la noche

[Fragmento HA 4,? por determinar]

La paz, hecha así de conversaciones entre extranjeros, de propinas y de restos de helada conectados sin orden ni concierto, podía fácilmente metamorfosearse en hostilidades, en pan rancio, en trocitos de terror por la noche, y luego, de pronto, en guerra, en lenguaje secreto, contraseñas, no queda pan, y crónica de las explosiones, de los disparos, de la sangre, de las humaredas negras.
Jean-Marie G. Le Clézio



¿No sería al revés? El tenedor clavado en la carne muerta, humeante, el cigarrillo rodando por la mesa y luego al suelo, sin hacer ruido, sin mostrar heridas; la extraña boca pegada a un vaso, el líquido a través del esófago; ¿nadie piensa denunciarlo a la policía? Gustavo Fornells, nacido el 10 de enero de 1990, muerto el 15 de febrero de 1990; hijo del inspector de aduanas, Portbou. No sé qué has pedido tú, ¿Yo?, pollo al limón. Gracias. Ese brazo erecto que atravesaba la mesa hacia el aceite era el de Ricardo Iglesias. ¿Nos conocemos?, me dijo. No, dije. Me suena tu cara, ¿En serio no hemos coincidido en alguna parte? Bueno, al margen de que tú me robaste mi novia en Cracovia, en 1985, el año del búfalo y te fuiste con ella a París y la violaste y la dejaste embarazada. No, dije, no nos conocemos de nada. Pero está bien que la vida tenga cierta tendencia al dibujo, a las líneas rectas, ángulos y olores sin mezcla, elementales. Llovía y llegaron los primeros platos. ¿Y quién eres tú? preguntó Ricardo Iglesias, pero no a mí, sino a un chico que tenía el pelo lleno de arena y que cuando giraba la cabeza brillaban perlas y que cuando masticaba sus dientes crugían. Soy Max Lechuga, poeta, dijo. Carcajada. No se lo cree nadie que tú seas poeta, ¿sabes?, dijo Ricardo y Max se ruborizó y a su izquierda Enrique Bauer, paralizado, ensimismado en la observación de su vino, antes viña, antes semilla, antes putrefacta nada. ¿No bebes?, le preguntó Ricardo Iglesias que manejaba la conversación como el jugador de póker. ¿No te conozco?, me volvió a decir. ¿TÚ, POETA?, volvió a preguntarle a Max, Jajaja! Habrás observado entonces esa amargura absolutamente no justificable de los repechos de las olas en el mar, ese líquido viscoso y jadeante que hay detrás de cada tortura... poeta, bah. Enrique bebió finalmente su vino, de golpe, sin llegar a conclusiones, o por lo menos sin comunicarlas. Oh, Marguerite, la tristeza que más duele es la que pasa; por qué te tuviste que marchar con ese individuo que conoce el azar y sus perversiones, pero nada de la totalidad, nada de los giros y repechos abruptos de los caminos de tierra que conducen al amor; pero en fin, añadía Ricardo Iglesias: vamos a zampar un poco, venga, y cogía su tenedor, clavando aquí y allá, con despreocupación, ahora una pechuga, ahora un tomate, ahora un trago de vino; poc, hacía el vaso, pues no había mantel, no había mantel: la madera barnizada se estriaba con sus virutas y deformaciones, la pelusa de los bañadores revoloteaba alrededor de la bombilla, ese ser repetidamente suicida; Enrique Bauer bebió otro vaso de vino: poc. ¿Entonces qué clase de poesía escribes, eh? dijo Ricardo Iglesias y Max Lechuga sonrió, con una sonrisa que estaba en el impulso de otra conversación, luego se puso serio, frunció el ceño. Con dos dedos levantó en una inclinación de 30 grados su vaso, estaba pensando, el vino bailaba. Dejó estar el vaso, poc, y luego dijo que su poesía era como una descripción de la playa y el mar hecha para un mundo de caracoles y cucarachas y Ricardo abrió un poco la boca, desconcertado: Vaya, dijo, pero no había sorpresa en su declaración, y si la había estaba escondida detrás de la hecatombe, el holocausto de su vida pervertida: tú me robaste la novia, en 1985, Marguerite, la tristeza que más duele es la que pasa. Gustavo Fornells, nacido el 10 de enero de 1990, muerto el 15 de febrero de 1990; hijo del inspector de aduanas, Portbou. Caballeros, dijo entonces Enrique Bauer, que había estado ausente y que no había comido; caballeros, dijo, voy a suicidarme. Y se levantó, solemne; su camiseta gravitaba bajo el influjo de cierto viento, y se movió hacia la puerta y todos los ojos, digo todos: los nuestros, los de los camareros, los de las ventanas, le siguieron en su camino hacia la puerta del restaurante. ¡Espera!, gritó entonces Ricardo Iglesias. Enrique se detuvo con la mano en el pomo de la puerta. Se giró. ¿Qué?, dijo. Ricardo levantó la copa de vino, su mirada recorrió divertida nuestros rostros y volvió a él y dijo: Por lo menos, si vas a suicidarte, permite que brinde por tu muerte. Carcajadas. Enrique, furioso, rojo de rubor o de ira, abrió la puerta y se introdujo en la noche y desde lo lejano me alcanzó el reventar de olas contra las rocas, el sonido amplificado de los grillos, 1000 veces amplificado, único coro fúnebre, verde y viscoso, para los suicidas en los acantilados. ¿Y luego qué? Toc, hizo el vaso de Ricardo Iglesias tras el brindis que nosotros no secundamos.


Last Shadow Puppets - My mistakes were made for you

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