08 marzo 2009

Tanka-haiku

Para Laura


Be the love generation
Bob Sinclair


En el Japón medieval se escribían Tankas, composiciones de cinco versos. Esos Tankas se convertían en haikus de manera muy sencilla: se mantenían los dos primeros versos, pero el tercero y el cuarto se eliminaban. Daba igual lo que estuviera escrito en el tercer y cuarto verso, se borraban, de modo que quedaban el primero, el segundo y el quinto verso, y entonces era un haiku. Esa es la fuerza del haiku, del segundo al último verso hay un salto como de abismo, un breve abocarse a lo que falta y el poema es eso: los dos versos que ya no existen. 
Proudhon se enfadaría, Bakunin se enfadaría, los flexos se encenderían y apagarían todo el tiempo si supieran que aquello era una librería anarquista. El hombre que me indicó el baño me llamó camarada y al salir había gente quieta o expectante junto a la puerta o fumando más allá, donde la lluvia. Sobre una mesa libros a la voluntad, un cuenco con algunas monedas, a la derecha El sexo en el Tao, la reforma agraria en México y Los siete de Tebas de Esquilo -la primera obra en la que se pronunció la palabra anarquía.
Inacción que nada deja de hacer. Siempre se ha conquistado el mundo sin hacer nada para ello. No basta trabajar para ganar el mundo. Pero nos movíamos en círculos o nos sentábamos en una silla y hacía frío. Uno me miraba de reojo y afinaba la guitarra, se estremecían sus dedos contra las cuerdas o bebíamos un trago de vodka. Después los cabellos fueron despeinados entresijos sentándose y guardando silencio o mirándose entre sí, retrospectivamente y hacia adelante, y en medio un florero marchito -margaritas. ¿No sería más fácil si habláramos, si escucháramos dándonos la mano o bien dando un solo beso auténtico en la mejilla? O bien alguien se preguntaba si la poesía era lo que hay entre la bala y en animal herido, trazo de palabras en la arena de Cabo Sunion, primera vez cada vez, pero luego otro cogió sus papeles y pronunció unas palabras y se desvanecieron las hipótesis en el micrófono. Súbito silencio expectante, voz como de mafioso y entre el público cabezas canosas, labios rojos o ceño fruncido como de cepillo raspando los dientes. Además, el primer poeta no lo hizo mal, movía los brazos y dedicaba los poemas a Sara, ruborizada, con las manos en el regazo, pero existir no es estar, es sólo que alguien te nombre. Y te nombré en voz baja. El segundo poeta tampoco lo hizo mal, daba pasos, balanceándose de pie o diciendo que llevaba la M de muerte tatuada en la espalda. 
Se ciñen los corsés antes de la obra, Helene Weigel va a interpretar a Shakespeare en un teatro y Brecht le escribirá un poema y le dirá escribiendo, por si no había quedado claro, que le gustaron sus alpargatas o que junto al tocador fue bonito ese aplicarse del maquillaje con gestos leves, tan leves que la transformaron. 
Y ahora te toca a ti, dijeron, y me puse de pie tambaleándome o temblaba mi pierna derecha en un espasmo momentáneo y empecé a leer que había quedado con alguien en los alrededores de la refinería de Repsol, pausa, que quería estar bajo los pinos o hablar de los poemas de Hölderlin, pausa, y al levantar la cabeza, entre frase y frase, te buscaba pero no estabas pero te buscaba y un poeta una vez caminaba por la via Appia entre el estruendo de carros de combate y el humo negro de las carboneras; al cruzar una calle tuvo la visión de un limón en el suelo, amarillo y en silencio, y eso ocurre cuando un día cualquiera, en medio de la guerra, a través de una puerta ves un limón, que hay deshielo y en el pecho retumban las canciones, las trompas solares o el mar de fondo, tu cara tatuada en la pared de mi casa.
Te presento a mi esposa, dijo uno en el bar Automático, y Madrid una ciudad de un millón de cadáveres se estremecía en los bares y en ojos acuosos, te presento a mi esposa, una mujer que sostenía un casco de moto y que parpadeaba. Pero no estaba bien tener miedo si la literatura es lo que hizo Kafka una vez, cuando paseaba por un parque y encontró a un niño diminuto que lloraba y le dijo: por qué lloras, y el niño dijo: mi muñeco se ha ido. ¿Cómo que se ha ido?, dijo Kafka. ¡Se ha ido!, dijo el niño. Y Kafka volvió a casa y se sentó en una silla y escribió un texto, una carta, algo que no se puede ver y al día siguiente volvió al parque, el niño seguía sentado y solo, sin su muñeco, y Kafka le dijo: tengo algo para ti. ¿Qué?, antipatía, reproche, dolor por dentro. ¿Qué tienes?. Una carta de tu muñeco, dijo, y le dio el papel que había escrito la noche anterior, que era una carta en la que el muñeco decía que se había enamorado y se había ido de viaje y que siempre pensaría en el niño, siempre siempre, y que no estuviera triste porque los muñecos son más aburridos que los otros niños o que el tobogán. 
Si eso era la literatura no estaba bien tener miedo cuando en un sofá, tumbado, el otro leía sus haikus y mostraba sus dientes perfectos y atractivos y yo esperaba a la hora de dormir y a ti. Leía: sin querer recordar que ya lo hizo ayer, la rosa se vuelve a abrir cada vez y justo en ese momento me escribías que me deseabas y que llevabas el brazalete rojo; o bien antes junto a la máquina expendedora de tabaco, con todas esas publicidades de actos culturales desfasados y el anuncio del ciclo de cine francés, cuando alguien me dijo que El pasado de Alan Pauls era una novela genial pero que no podía soportar el fragmento del pintor, como nosotros, que no había quien se lo tragara -y entonces sus dedos se posaban en sus gafas y subían- y yo me sonreía y él no entendía mi cara porque no conocía los dos versos ocultos, que guardaba en nuestras manos, del haiku que acababa de hacerse sin querer, pensándote.
Laughlin me decía mientras me iba durmiendo con una rosa en la oreja, me decía, que un amante hasta puede escuchar la llegada de un pie desnudo, por muy pequeño y frágil que sea. Si el poema es lo que no se dice, aquella noche dormimos juntos, si el poema es lo que no se dice, te acompañé casa mejor que nadie, si el poema es lo que no se dice, todo lo que soñamos tiene que suceder sólo porque nosotros hemos sucedido. 
Pero si es al revés, si el poema tiene que ser lo que se dice, una farola que arroja sombra o lo diminuto de una esquina de tu cuello, si es eso, entonces qué decirte. A lo mejor algo breve, por si acaso lo bello sólo admite sigilo y tacto; a lo mejor algo sencillo, por si acaso somos débiles y nos hace daño el desorden; o tal vez más fácil, hacer un Tanka y borrar todos sus versos, que no quede nada de la literatura, y encontrarte en el aeropuerto militar y besarnos, como tú dijiste una vez, entre el estruendo de los cañones, teniendo visiones de limones, y las M de muerte rodeándonos por todas partes, pero ya sin capacidad para alcanzarnos. 




5 comentarios:

  1. Muy hermoso y compacto, aunque parezca tan vagaroso.

    Pero nadie me ha pedido un juicio.

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  2. Otra vez el Víctor enamorado. El mejor Víctor. Esta vez no te diré quien soy.

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  3. Yo fui la dura realidad a tu costado en una cama oscura, como de Northumbria, fui el parche a todo lo ideado, mas yo me reservo la entrada a Thule por ese pasadizo goteante. En Matacán se abren las rosas o se pudren los madroños.

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  4. Estuve el jueves y me encantó el tambaleo.

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  5. Es verdad, Viktor enamorado todos los dias y de todas las mujeres pero casado solo con la inspiracion.

    gran texto

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