24 abril 2009

La continuidad de los peces

Y me hago insondable a las preguntas
de los peces fríos.
María De Miguel


El pescador llevaba doscientas horas en el río. Esperando. En la terraza del hotel los turistas habían desfilado dos veces y el guardia de seguridad había dado veinte rondas. El puente romano lo acompañó todo el tiempo, pero hasta cuándo. Ya no iba a la universidad. Sus compañeros de clase bajaban con los apuntes y tomaban el sol y jugaban a cartas junto a él. Pero él seguía aplastando la hierba, le subían los escarabajos por la cara y los pájaros hacían nidos en su cabeza. 
Llevamos el río dentro y el mar está a nuestro alrededor. 
Y aunque había peces, pasaban de largo y ninguno mordía el cebo. Le creció una barba pelirroja. Le pesaban las manos y su madre dejó de esperarle a la hora de comer; su cama ya alojaba a nuevos hijos e invitados. En invierno su pelo se volvía blanco pero ahora hacía calor y tenía arena en los labios. Lloraba a veces porque se sentía solo y masticaba la hierba que nacía, tímida, a su alrededor.
La violeta que florece o perece, ¿eso es un sí o es un no?
Y un día llegó un amigo que se sentó junto a él y le preguntó por qué no regresaba. Pero nada sabe de amor quién vuelve vivo. Quiero pescar un pez, le dijo a su amigo. Me gustaría pescar un pez amarillo, de esos que brillan a través del agua cuando el sol está arriba y el fango baja torpe hacia los márgenes. 
Pero no ves que llevas demasiado tiempo aquí, dijo el amigo. 
En los universos paralelos las figuras de juguete se mueven por las noches y los soldados de plomo acampan en las estanterías. Los insectos dejan de clavar sus lenguas y las mariposas olvidan su pasado de crisálida. Pero nadie se cansa de buscar lo que quiere.
Pero yo quiero pescar un pez, eso es lo que quiero, y no uno cualquiera, dijo él. Su amigo fumaba cigarrillos importados de Bosnia que sabían a guerra y bajaba por las tardes a hacerle compañía. Pero qué harás con esta soledad que te captura, le dijo. 
Nada, porque yo soy la soledad misma, contestó él. 
Un pez no sabe hablar, no puede entender la Divina Commedia ni la historia de Paolo y Francesca. Su conciencia de la muerte se reduce a las presas hidroeléctricas. Un pez sabe que el mayor peligro consiste en que lo luminoso sea de golpe deslumbrante y te deje ciego.
Y tirar hacia arriba, descubrir que la fuerza de gravedad existe, es su único sentido de lo metafísico.
Ven, pescador, quédate en medio del mar y aliméntate de agua salada. Lucha contra el pez día y noche que al final serán los tiburones quienes se lo coman. Para ti sólo existe el esqueleto de las cosas y a las mujeres no les pides la desnudez porque exiges la radiografía. En la articulación de los huesos se comprende el desgaste de las cosas. Te gustaría tener branquias para ir a los bares o aletas dorsales para caminar por Carnaby Street.
Y un día estaban los dos amigos sentados cuando se tensó en arco la caña de pescar. Él se incorporó súbitamente y cogió la caña. En el agua se movía un pez dorado que había mordido el anzuelo. 
Ahí lo tienes, gritó el amigo. Y el pez era una mujer imantada con lunares y resbalar era lo único que se podía hacer por su piel. La corriente lo había arrastrado y colgaba de una cascada. Tira del sedal, dijo su amigo. Él lo intentaba con todas sus fuerzas pero el pez estaba clavado en la cascada. Venga, decía su amigo. Pero él se esforzaba y la caña estaba doblada y crujía. 
No quiero hablar con el culpable que confunde vivir con huir, esconderse, protegerse de lo que ama. El pasado, esa palabra que se dice mientras las mujeres vienen y van por la habitación hablando de Miguel Ángel.
Déjame a mí, dijo el amigo y trató de sujetar la caña. ¡No!, gritó él, tratando de liberarse de su amigo. Apártate.
¿Pero no ves que vas a romper el sedal así? - ¡Déjame!
Se pregunta el ojo acuático de los peces si el amor tiene forma de alga, o si bien es una de esas piedras que a veces entran por la boca, a contracorriente. Para ellos las estrellas son figuras en una sala de baile, que se aprietan y separan. 
Tiraba con toda su fuerza, pero el pez estaba atascado en la cascada. ¡Así lo vas a perder, idiota!, dijo su amigo. No tienes que tirar con tanta fuerza. 
Por qué no.
Venga, apártate, déjame a mí, le dijo. Y empezaron a forcejear con la caña y el pez colgaba de la cascada y cada vez era menos amarillo. Las manos de ellos eran como nervios en erección que se mezclaban y cruzaban. El pez movía la boca, entregado a sus pescadores que luchaban por la caña; y se preguntaba si le querían a él o a la caña.
En medio de la pelea uno de los dos dio un paso en falso y cayó hacia atrás, arrastrando al otro y a la caña. El sedal se quebró. Cayeron de espaldas contra la hierba y sólo se oyó el estruendo del río que bajaba poderoso.
Él se incorporó y aún pudo ver al pez que bajaba y seguía la corriente, liberado de golpe, arrastrando el cebo clavado en sus entrañas. Bajaba rozándose con los troncos y las ranas. Y se detuvo en un remanso. Perdía sangre. Estaba solo y pronto llegarían los depredadores. 
Alguien le hizo una pregunta. Pero le palpitaban los oídos por el dolor. Se estremecía y caía hacia el fondo. ¿Qué has aprendido?, le habían preguntado, otro pez o un escarabajo, o un amigo. 
Que lo más difícil para el pez es amar a su pescador, contestó mientras se hundía. Que todo dura una noche, meses apenas. Que sólo se vuela hacia lo efímero. Que el otoño jamás cambia. Y tampoco el silencio.


 

7 comentarios:

  1. Algún día de estos le escribiré un mail. No querría perder el contacto.

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  2. Emotivo este cuento es. La barba rojiza también se me llena a veces de arañitas y pequeños crustáceos de plata.

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  3. Maravilloso texto. Nada sabe de amor... y todo eso.

    bla

    bla

    bla


    Pero el texto es hermoso. Y con eso nos debemos quedar.


    b.

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  4. "dormir sobre un mundo que no descansa" La continuidad de los peces, la mía al igual que la tuya rebala en una caña de pescar. magnifique!! siempre nos quedará Alaska! /Francesca Da Polenta/

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  5. de tan bueno (el texto), inquieta...

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  6. con tanto halago no aprenderás nada

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  7. V.,
    A veces pienso que eres un Eleuterio que deviene Coetze; otras, simplemente Eleuterio. Pero benevolente como estoy hoy, intentaré decantarme por el primero. Y es por ello por lo que te escribo este comentario,no para citarte de nuevo a Horacio ( porque no quiero repetirme, no porque no fuera lo que debería hacer), sino para recordarte, maldita sea, que algún motivo habrá para que el Capítulo IV de The Waste land, sea tan corto. ¿No crees? Y era Eliot.

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