08 septiembre 2009

Conferencia

Su vida se deshacía. Había empezado con la droga. La fama lo avasallaba. Aquella noche tenía que dar una conferencia. Sin embargo llegó a la oficina del todo colocado. Lo transportamos hasta el lugar de la conferencia en la furgoneta del distribuidor. Lo dejamos tumbado en el maletero. Al llegar se había dormido bajo un montón de libros de W.S. Burroughs que acabábamos de sacar. La ternura que siento, dijo, es la del chillido, el desgarro de la pierna y su bilis. Seguía siendo poeta por mucha droga que tomara.
Lo llevamos al salón de actos cogiéndolo por los costados: se desmoronaba. ¿Qué hago aquí?, nos decía, las luces, puritanas, el calor descuartizado; no hay agujeros prohibidos, proclamo la apertura de todas las aduanas del corazón, decía. Lo pusimos en el estrado. Alucinaba, pero por el momento los flashes disimulaban su falta de sobriedad. Estaba todo perdido. En cuanto los fotógrafos se sentaran, el público se daría cuenta de que John Wallace, nuestro escritor insignia, había perdido el norte.
Acabaron los flashes. Se hizo el silencio en el auditorio. John se sostuvo como pudo en la tarima. La ternura que siento, dijo, es la del oso salvaje, la del caballo en la llanura. Aplausos espontáneos. Vosotros no sabéis lo que significa pincharse y que no duela. LSD6, bulbocapnina, extasis, Pegaso, Hidra: las constelaciones son monstruos alucinatorios, dijo. Hubo más aplausos. Era lo que el público esperaba: tonterías que parecieran otra cosa.
La única jerarquía es la del sexo. Yo no me relaciono con hombres. Lo hice en el pasado. Es inútil, una pérdida de tiempo. Pertenezco a una generación sacrificada. Lo peor, dijo, es que no hicieron nada con mis restos. Ni siquiera un miserable bistec. Mirad a esta señora gorda, dijo y señaló a una mujer que estaba en primera fila, miradla bien. ¿Cuántos bistecs se pueden hacer con ella? ¿Estará buena? Eso decía John Wallace y desde un rincón los de la editorial nos tirábamos de los pelos, era preciso que dejara de hablar al azar y explicara alguna historia, algo que diera sentido a su verborrea. Pero seguía con el asunto de los bistecs.
¿Cuántos bistecs se podrán hacer con todos vosotros?, dijo. ¿Eh?
Y no, en cambio estáis aquí porque amáis la literatura, queréis versos que os llenen, plenitud, alguna historia que explique lo que no comprendéis. Odio al ser humano. Se irguió, cogía fuerza, el público estaba escandalizado.
¿Queréis una historia? Voy a contaros una historia. El otro día unos niños pescaban en el río. Yo paseaba por allí, el cielo gris; la naturaleza siempre desnuda. Me quité la camiseta y fui hacia ellos. ¿Qué hacéis? pregunté. Pescamos, dijeron. Habían capturado un pez y peleaban con él. El pez se resistía a morir. Era perseverante, como vosotros, que termináis un libro y empezáis otro. El pez era perseverante.
Se dice que la violeta es una flor prodigiosa. Su olor sólo puede sentirse durante un minuto y después ya no hueles nada, satura las glándulas olfativas, como cuando esnifas y enloqueces, la cocaína es una droga estrictamente cerebral. El cuerpo no hace falta. Por eso la gente adora las violetas, porque su perfume es efímero y prodigioso. Los niños luchaban contra el pez pero era imposible sacarlo. Se revolvía en el agua, agonizaba, como vosotros, que cuando os dais la mano lo único que hacéis es usar vuestras garras. El pulgar se inventó para que NOSOTROS fuéramos capitalistas, para poseer y ¡nada más! Pescaban y, de pronto, se cortó el sedal, el pez se fugó por la corriente.
¡Ja,ja,ja!
Los niños reían, dijo John. Yo pensaba en la violeta, que es efímera. Quise decirles a los niños que cada hazaña es puramente transitoria. Pero ellos pusieron un sedal nuevo y lanzaron otra vez la caña. Venga, a luchar, a esperar otra vez.
Creéis que no estáis enganchados, que la droga es cosa de otro mundo. Pero yo me río de vosotros. Me río de vosotros y pienso en la violeta. Allí, en la calle, todos locos por oler su perfume. Todos locos en las perfumerías y en los escaparates, todos al campo a pescar un pez, a buscar setas, a hacer un picnic de mierda. ¡Venga! ¡Buscando todo el tiempo! Y luego veis a un yonqui y pensáis: está acabado, qué asco, no puede desengancharse. Cruzáis la acera. Lejos de los yonquis, por favor, vamos a la lectura literaria, decís, vamos a leer libros, al supermercado, a la ópera. No es posible parar. Vamos al campo de fútbol, al sofá, al restaurante, a la bruja, al médico y a la discoteca. Y al final no hay diferencia. Unos se chutan y esnifan, y otros se besan y pescan. No es posible parar. Lo único que importa es tener lo que nos falta, poder tocarlo alguna vez. Confesad vuestra culpa. Decid que vosotros también tenéis el arpón entre los dientes. Confesadlo. Porque siempre faltará algo. El verbo conseguir amplia el campo de batalla de la palabra desear. Quería decirlo. Eso y que jamás nadie hará un bistec de vuestras piernas, aunque valdría la pena intentarlo.


7 comentarios:

  1. Para calibrar al público me gustaría saber si al final del parlamento también aplaudieron. Quizá rieran, como hace el incomprensible personal en las conferencias, en el momento más dramático, por los puros nervios de estar todos sentados en silencio.

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  2. un gran relato, un gran videoclip, vamos, una puta maravilla.

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  3. Es verdad está bastante mal. Por qué vives con gente que se parece a ti? Te diré lo que haremos. Pondremos un cartel, "se ofrece comida por 75 centavos", eso les dejará con un ojo saltado y entonces nos darán cuanto queramos. Ahora fírmame por favor este cheque que asegura tu vejez, la cual llegará dentro de dos semanas, si soy un experto en carne de caballo. Paz. Muy bueno Victir. Anda mira a Juan el Inglés.

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  4. a veces, por estos mundos, encuentras simplemente lo que querías encontrar.
    Y yo quería leer esto.

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  5. Notable. Te felicito, de verdad muy bueno.

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  6. Pse Pse...

    regulero!


    (alguien te lo tenía que decir para que te pongas las pilas y escribas más!)

    B.

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