18 septiembre 2009

Money


El operario del banco pareció notar que no nos habíamos duchado. Que estuviéramos en la puerta del banco antes de su apertura también era un signo del desastre. El operario del banco sabía muchas cosas: que los tacaños llegaban a última hora y los avaros a primera, que los dandys enriquecidos llegaban más o menos cuando les venía en gana, hacia el ecuador del día cuando el calor estaba en su centro, o el frío se disipaba. Sabía también, por nuestra manera imprecisa de mirar los carteles publicitarios, que íbamos a disminuir de alguna forma la riqueza del banco, por nuestra forma de sentarnos, con el peso apoyado sobre una de las caderas, que no pensábamos negociar nada. Sabía que ya no nos amábamos, que ayer cenamos trágicamente ajos y lechugas, que en nuestra casa hubo una pelea, por eso las heridas y los restos de maquillaje descolgados en la cara, la suya, la de Marcela, la cual me había abandonado hacia las diez de la noche, o quizá un poco más tarde.
- ¿Vienen a cerrar su cuenta común?
- Sí -dijo ella jugando con la grapadora y pensando quizá en graparse el cuerpo entero, o grapármelo a mí, por venganza, como si lo que acaba también tuviera que ser celebrado de alguna manera, satánica, ritualmente en todo caso.
- Bien, vamos a ver cuánto dinero les queda.
Hacía veinte meses habíamos llegado al banco con un billete de veinte euros y con la promesa de un viaje a Roma para ver la escultura de Laooconte devorado, en Cittá Vaticana, para besar la mano del Papa, llegado el caso, y comentarle ciertas dudas litúrgicas, o tomar vermuts en Piazza Spagna, con la sombra del difunto Keats detrás, excitándonos.
La cara del hombre permanecía impasible frente a la pantalla, ¡4% TAE! anunciaba una prostituta en un cartel, y su mano, la de él, se adaptaba con precisión anatómica a la forma del ratón, que al deslizarse por el tapete sonaba a vagonetas dentro de túneles, o minas de oro.
- Bien -dijo el hombre después de un tiempo impreciso en el que miré tres veces a Marcela sin llegar a coincidir con sus ojos que, por lo que noté, me escrutaron en dos ocasiones, tristes, definitorios-, ustedes invirtieron veinte euros hace veinte meses. A razón de un euro al mes en concepto de mantenimiento de cuenta, les queda actualmente un euro en la cuenta. ¿De acuerdo?
- Sí.
- ¿Procedemos a cerrarla?
- Sí.
El subalterno hizo algunas operaciones y luego abrió un cajón y sacó una moneda de un euro. La puso sobre la mesa y nos miró, titubeando. Ese era nuestro patrimonio para viajar a Roma. Ni yo ni Marcela alargamos la mano para recoger la moneda. El banquero nos miró compasivamente y, tras reflexionar un momento, retiró la moneda de un euro y puso sobre la mesa dos monedas de cincuenta céntimos.
- Así mejor, ¿no?
- Supongo -dije yo, y recogí mi parte, que equivalía más o menos a dos piruletas según los precios de Roma. Marcela recogió su parte. Quién sabe en qué la invertiría. No podía importarme. Solo sé que vi en aquello algo del pecado original. Pero con una diferencia, y ahí está la condena: ahora éramos los dos quienes teníamos que partir, de alguna forma, la manzana de nuestra destrucción.

6 comentarios:

  1. Funeral Blues (W. H. Auden)

    Stop all the clocks, cut off the telephone,
    Prevent the dog from barking with a juicy bone,
    Silence the pianos and with muffled drum
    Bring out the coffin, let the mourners come.

    Let aeroplanes circle moaning overhead
    Scribbling on the sky the message He Is Dead,
    Put crepe bows round the white necks of the public doves,
    Let the traffic policemen wear black cotton gloves.

    He was my North, my South, my East and West,
    My working week and my Sunday rest,
    My noon, my midnight, my talk, my song;
    I thought that love would last for ever: I was wrong.

    The stars are not wanted now: put out every one;
    Pack up the moon and dismantle the sun;
    Pour away the ocean and sweep up the wood.
    For nothing now can ever come to any good.




    Marcela

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  3. Reescritura y personaje afín en la esquina del banco. Hoy he soñado con Marcela y con Pepe. Todo sucedía en el aquarium de Barcelona y yo me escondía en un banco de piedra, objeto que de por sí, no esconde mucho. Pepe pedía unas cervezas de 1/4', medida que contrastaba los calamares en su tinta que el camarero engullía sonriendo. La semilla del ocaso estaba pues en el tiburón toro.

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  4. Tal vez sólo compartamos la misma plantilla de Blogger. Quién sabe.

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  5. Me gusta tu estilo. Es ágil, rico en su expresión y en absoluto telegráfico. O telegrámico, que suena todavía peor.
    Voy a leerme tu blog, a ver de qué temática cojeas.

    Un besso,

    4ETNIS

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  6. he borrado todos los comentarios que no comentan el texto (P.D. y/o que a mí me parezca que no tienen que ver con el blog).

    También dos textos de http://lageneraciondeprimero.blogspot.com

    Están publicados allí.


    P.D.

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