26 marzo 2010

Carta a un amigo en México

Octubre 2009

Antes de partir te escribo. Qué hora es allí no lo sé porque no me he parado a pensar, pero creo que podría escribirte luego y seguiría siendo pronto, en cualquier caso. Estuve en El patio maravillas, una casa okupa cuya cadena del váter no funciona desde hace un año y acumula distintos olores putrefactos que la gente parece ignorar felizmente. Un drogado se acercó a mí y me dijo que tenía pelo en el pecho, pero que sin embargo nadie le aceptaba como Motero. Tengo pelo en el pecho, insistió, incluso me lo mostró no eróticamente, pero intentándolo. Luego comprendí que no quería ser motero, sino modelo, no pronunciaba bien; eso resume mi estancia en Madrid, un no oir bien casi nada de lo que me decían o de lo que yo mismo decía: es decir, no sabiendo qué decía si es que lo decía. Dormía en una cama con un colchón especial que se adaptaba al cuerpo. Daba miedo, no tanto como los mosquitos que han invadido mi habitación. Ayer tu llamada fue, en todo caso, de las más fúnebres que he escuchado en los últimos tiempos.
Está claro que la única mujer que vale la pena es la que no hemos encontrado, lo mismo sucede con las pizzas en este país: nadie sabe hacerlas, y sin embargo todo el mundo las hace, el problema está en la masa, inconsistente por lo general, y traidora. Pero la traición tiene una hermosura que conduce al canto, igual que el crimen, el asesinato. No conviene asesinar, sí está bien en cambio que nos traicionen todo el tiempo. Es un placer de esos parecidos a aquellos que prueban por primera vez el güisqui: vomitivo, pero en este caso perpetuamente vomitivo. La pena de la mentira es parecida a los diccionarios de latín, no contienen las palabras que buscas, de modo que la traducción se hace imposible; y aún así a nadie le importa lo que hizo César en Galia, el caso es que la conquistó. Un día supe, quizá el otro día porque lo dijo un amigo, que el secreto no está en la perfección, sino en el completo conocimiento de la imperfección. Por eso, creo, tropezar es algo tan sensual de ver a los ojos de los demás. También me gustaba a veces, cuando empezaba la universidad y pretendía cosas, que me ignoraran. En esa ignorancia estaba el misterio. En algún momento el misterio se desenvolvía y se hacía película, libro negro, irresistible; el paso de la ignorancia que nos profesan los demás hacia el misterio que podría profesarnos los demás, no lo sé, pero es posible que tenga que ver con el hecho de tropezar un día en el escenario y enrojecer levemente; sin dignidad hay transiciones hacia alguna parte. Con dignidad hay lagos, lo cual está muy bien, pero para qué, si son lagos congelados, paisajes largos de coníferas que ni siquiera el viento hace temblar. Adoro el temblor, por eso acuso a los que no han temblado de blasfemos. Todos estos pensamientos los he pensado ahora, tampoco los sigas con rectitud, allí hay muchos desiertos, mucha enormidad, cualquiera podría contradecirte, y otros contradecirle a ese, y así todo el tiempo. DF es contradicción. Madrid no tanto: pasé buenos días, tranquilos. Descubrí que el vicario de la Almudena es homosexual pederasta, así que si algún día comulgas allí cometeras doble pecado mortal, lo cual significa ausencia de pecado, digo yo (tal y como la lógica define a la doble negación de una cosa; y la matemática).
Debo decirte que los he visto juntos en Madrid. Sí, le he conocido. No me cayó mal. En calidad de amigo de ella no puedo tomar posturas definidas al respecto, sino preferir su alegría. Es un buen tipo, no puedo decirte más y no quiero que esto te lleve a un coma etílico en la peor cantina del D.F.
Para cambiar de tema te alegrará saber que he conocido a la chica con las mayores tetas del mundo, pero qué decir de eso, si no era bella. Pero estudiaba filosofía, sabía mucho de muchas cosas. Pero tú ya sabes a quién prefiero. Ahora ella lee a Miller y se hace la dura conmigo. Miller no es una buena influencia, pero hay que leerlo en algún momento para aprender a eyacular en el rostro de los demás sin que suponga mayor inconveniente. Que él muriera en medio de un orgasmo me hace pensar que siento envidia de no estar allí, en México, y pasar los días en cuernavaca con los volcanes al fondo. Pero quizá si estuviera allí perdería todo su significado mítico. No lo sé. Demasiadas cosas han perdido su significado mítico. Por eso prefiero lo que es viejo, porque lo viejo lo recupera, pero cuántos años tienen que pasar para que eso ocurra? Después de tres años de cercanía, sigo sin querer a mi ordenador, y menos en la dimensión legendaria que merecería. El misterio aún impregna el tratado de ética que preside nuestra mesa. Lo leeremos en algún momento? Ni ganas. Todo es una puñetera sordidez: voy a salir.
Yo amo, creo, pero hospitalariamente (de hospital). Ese es el sentido de enfermar, que te sustrae la vida entregándote a ella. En fin, no creas que es un correo moral. Solo exponía ideas que se me ocurrían viendo los objetos que hay en la mesa. No bebas mucho mezcal ni te mezcles con poetas dudosos, podrían empezar a citar a Alberti y matarte. Que mueras es lo menos que queremos, en eso estamos de acuerdo casi todos. Y querer que no se muera una persona para mí significa que la quiero en su presencia más inmaterial. El cuerpo, blasfemia de una noche. La mente, forro de libro barato. Pero su mezcla, ah, su mezcla, espiral polvo de instantes, la nada el amor el odio la nada la nada. Sé feliz en la desposesión y la posesión, que toda crueldad es siempre profundamente tierna. Un abrazo fuerte.


1 comentario:

  1. ¿viniste a Madrid y no me llamaste?

    uy, qué cosa tan fea.

    uyuyuy.

    a.ró.

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