El día en que comenzó el verano no pude comer. Había dormido a ratos. Al final terminé por levantarme. Miré por la ventana y vi al hombre de la gasolinera fumando un pitillo detrás, entre los arbustos. Vi masas gelatinosas de caracoles subiendo por los troncos y babosas estrechándose en las barandillas. Había estado lloviendo y yo no me había dado ni cuenta. Teresa había preparado el desayuno pero no desayunó conmigo. Cuando llegué al salón su taza estaba vacía y su silla caliente. Se había marchado. Bebí mi parte, el café estaba frío.
La resistencia de los metales puesta en duda con el calor, los árboles otra vez quietos, ya no se pronunciarían hasta el invierno. Yo no tenía trabajo.
Salí a la calle en bañador, dispuesto para la piscina. No había encontrado ninguna toalla, pero sí unos calcetines muy cómodos. La gente me miraba. Me fumé un pitillo junto a la gasolinera. El hombre apareció y me dijo que eso estaba prohibido. Pero yo he visto como usted fumaba antes, lo he visto desde la ventana, le dije. ¿Qué ventana?, dijo aterrorizado. Señalé la ventana de mi casa y entonces vi que en el balcón había una anciana que cosía un jersey. La anciana nos saludó desde el balcón de mi casa. No tenía noticias de que hubiera más inquilinos en mi piso. Sería mi suegra. Tendría que preguntar a Teresa.
Fume un poco más lejos de la gasolinera, dijo el tipo empujándome hacia los arbustos. Los grillos se me subieron y una garrapata, y un perro quiso lamerme. Fume más lejos, dijo el hombre. Casi ya no se veía la gasolinera entre la maleza a la que me vi reducido. Terminé de fumar y apagué el cigarrillo contra la rama de un nogal. Hubo un grito. A lo lejos vi a Teresa. Venía del supermercado con unas bolsas que le colgaban como prótesis y el olor era insoportable. La fábrica había vuelto a descargar. Eso no eran nubes y olía a humedad también, los restos del terremoto habían desaparecido del suelo, las grietas se habían fundido. Ahora se notaban otras cosas en el aire:, partículas polinizantes, abejas en el trabajo mientras Teresa se acercaba con sus bolsas. Hola, me dijo. ¿Has comprado patatas?, le dije. Había sido una mala noche, tenía heridas por todo el cuerpo. Sí he comprado patatas, me dijo ella. Nos habíamos encontrado entre las malas hierbas que se nos pegaban y nos hacían preguntas y dolían. Todos los intentos de los insectos por fecundarnos fueron vanos. Gracias por las patatas, pude decirle. Ella pasó de largo. Nunca pretendí ayudarla con las bolsas y ella me miró con cara de detonación antes de desaparecer por la puerta. Ya me dirás quién es esa anciana que cose en nuestro balcón, le grité, pero ella ya había entrado en el edificio.
Encendí un pitillo. Por favor, gritó el hombre de la gasolinera, fume más lejos. Más lejos de qué, le dije. Simplemente más lejos, me gritó. Me aparté, el bosque creció. Encontré preservativos y botellas rotas espumeantes como pequeños mares. Había lagos. Junto a los desperdicios vi a un vagabundo que se levantó y se presentó. Soy acuario y esta es mi casa, bienvenido, me dijo. Veo que tiene un bañador, dijo, sin embargo yo no tengo piscina, pero creo en Dios. Justo lo que necesito, le dije, una conversación teológica. Nos sentamos. A juzgar por su aspecto, me dijo, usted es ateo. Me gustan las patatas fritas, le dije. Me encanta la gente que habla metafóricamente, dijo. Nos estrechamos la mano y compartimos una botella de Mezcal.
A veces yo levantaba la vista y miraba hacia mi casa. En la ventana, de vez en cuando, aparecía la cabeza de Teresa. De la anciana ni rastro. Hubo un movimiento de arbustos y apareció el hombre de la gasolinera. ¿Puedo acompañaros?, dijo. Se sentó. Nos miramos los tres. Esa es mi casa, dije señalando hacia las ventanas que había al fondo. ¿No piensa regresar nunca allí?, dijo el vagabundo. Pensaba ir a la piscina, dije. Ojalá yo pudiera darme un baño, gritó el hombre de la gasolinera. Se había puesto melancólico. A lo lejos sonaba el claxon de los coches de la gasolinera. Había sido abandonada. Increpé a ese hombre destruido: tiene que regresar al trabajo, el país no va bien con gente como usted.
¿Y usted a qué se dedica?, me preguntó él. Yo soy vagabundo, como mi amigo, dije. Mi amigo levantó la botella de mezcal que sabía a barniz. Estaba borracho. Sin embargo, usted es un vagabundo con casa, notó el borracho, no es lo mismo, eso lo cambia todo. Bueno, no tanto, dije: Suelo perderme cuando camino por el pasillo y entonces ya no sé dónde estoy y a veces cuando voy a desayunar hay tres tazas en la mesa y no sé quién es el tercer inquilino ni con quién vivo ni a quién amo.
Hace tres meses que duermo solo, sentencié. ¿Y la mujer que hay en la ventana?, preguntó el vagabundo. Teresa colgaba la ropa, llevaba minifalda, todas las cosas le entraban y nada parecía intimidarla. La verdad es que no la conozco muy bien; ella miente, dije. ¿Por eso es usted ateo?, dijo el vagabundo. Sí, pero me gusta ir a la iglesia, dije. Yo, cuando era joven, dijo el vagabundo, dormía en las bibliotecas. Entonces tenía intereses, me gustaban los faraones, Egipto, la manera en la que murió Cleopatra. ¿Y ahora?, pregunté. Ahora sé demasiado, dijo inclinándose y cerrando los ojos y abriendo un brik de vino. ¿Me da un poco?, dijo el hombre de la gasolinera. ¿Quiere hacer el favor de volver al trabajo?, le dije. He dimitido, dijo. ¿Por qué?, pregunté. Yo también quiero ser vagabundo, dijo, aquí uno puede fumar libremente y cuando quiere, allí no, los coches lujosos acaban con la vida de cualquiera, tragan, tragan todo el tiempo y no hay propinas, así que he dimitido, y además, dijo, no sé por qué me habla usted de volver, su mujer lo está esperando en la ventana. Se llama Teresa, dije, nos conocimos un buen día en el metro. ¿De qué ciudad?, dijo el vagabundo. Eso no importa. Oiga, dijo el vagabundo abriendo los ojos, desde que existen las ciudades existe el amor, ¿no lo ha pensado nunca? Pues no, contesté. El amor está en las ciudades, no en nuestros corazones. Es importante saber en qué ciudad ocurrió eso. Pues vaya, dije, ahora entiendo muchas cosas. Beba un poco, anda, me pasó el brik. ¿Yo no puedo beber?, preguntó el hombre de la gasolinera. Sí, claro, por qué no. Pero no le pasamos el brik. Eso lo deprimió. Oiga, le dije al vagabundo. Qué. ¿La felicidad también está en las ciudades?, pregunté. Sin duda, dijo él. En las gasolineras no, sin embargo, dijo el otro. Me dirigí a él: usted no aporta nada a esta conversación. Eso le dolió, pero no terminé: usted no ha aportado nada a este mundo desde que nació, ni siquiera antes de nacer, nadie de su familia ha aportado nada, ni las mascotas de su familia, ni sus posesiones ni sus gestos, nula aportación de su estirpe, ¿no se da cuenta? Quiso pegarme, se levantó, hizo el gesto. El vagabundo lo detuvo entregándole el brik. Sí que he aportado algo, dijo el hombre bebiendo del abrevadero. Pues hable, dije. Yo solía donar sangre y plasma y a veces esperma, dijo, pero ahora soy demasiado delgado para eso. Bueno, algo es algo, perdóneme, dije, y le puse la mano en la espalda. ¿Qué hay de su mujer?, dijo el vagabundo, ¿aún la ama? Me quedé pensativo. Ahora mismo los amo más a ustedes, dije. ¿Y eso cuánto va a durar?, preguntó el vagabundo. Sí, dijo el otro, cuánto va a durar, ¿Ya piensa en abandonarnos? Sea claro, por favor.
Miré hacia mi casa. Ya no había nadie en la ventana y allí, desde el bosque, empecé a echar de menos la proliferación de puertas y ventanas, el cemento armado, los asuntos de la burocracia. Sí, tenéis razón, concluí, esto no va a durar mucho, pero podemos disfrutarlo mientras dura si no nos pasamos todo el rato hablando de lo poco que va a durar esto, ¿no creen?, dije. Yo no puedo dejar de pensar en que usted nos abandonará, dijo el hombre de la gasolinera. Se había acabado el brik. Lo tiró contra el suelo, enfurecido, se levantó y me miró con odio. Usted juega con nosotros, dijo señalándome. Por favor, dijo el vagabundo, cálmese, tome otro brik. Se lo entregó y empezó un discurso sacado de sus visitas a las bibliotecas: Hay que aceptar que nada dura; he aquí un hombre con bañador que buscaba una piscina, ¿lo ve?, dijo señalándome. El tipo de la gasolinera asintió. Este hombre no nos buscaba a nosotros, buscaba una piscina y la templada observación de los bikinis ajustados de las adolescentes, eso buscaba este hombre. Estoy de acuerdo, dije. Eso buscaba, dijo el vagabundo, y sin embargo por un designio extraño, ajeno a las leyes y las reglas que nuestro filósofos han dispuesto, este hombre no ha ido a la piscina, sino que nos ha encontrado a nosotros. Pues sí, dije. Y como no nos buscaba a nosotros es sabido que tarde o temprano nos abandonará, dijo. Eso es irrefutable, dije. Yo no sé si estoy preparado para soportarlo, dijo el vagabundo. Pues yo tampoco puedo con ese peso, dijo el hombre de la gasolinera. Le acaricié el brazo. En efecto, me voy, dije. No se martiricen, añadí dirigiéndome a los dos, vendrán otros mejores, se lo garantizo. Me levanté y quise despedirme. Ellos giraron la cabeza. No podían con tanto dolor y se negaron a saludarme. Preferí marcharme sin decir nada. Miré hacia la ventana de mi casa. Había una sombra. Di un paso hacia allí. Pero luego, cambiando de golpe mi movimiento, me giré y seguí caminando con mi bañador en busca de lo que realmente quería: la piscina y sus posesiones acuáticas, las siestas en la hierba y las brisas lentas que uno respira porque son suaves y no duelen cuando entran por la nariz.
Largo, pero grande.
ResponderEliminarTé una qualitat superior als altres, a tots els altres. És com un Bach enmig d'uns quants Haydns.
ResponderEliminarBen bé, no es nota que la història, substàncialment, no té gaire sentit. De fet, no en té cap. Tot és irreal, des dels personatges fins el context. Les conserses també són absurdes. Això no obstant, això no treu que el conte, tot comptant, tingui una qualitat suprema.
Hi ha moltes frases que són dignes d'admirar, com ara "como no nos buscaba a nosotros es sabido que nos abandonará".
M'agrada la dualitat entre el fet d'allunyar-se, de la benzinera, i alhora, mica en mica, entendre que ella ja no l'estima, que pertànyen a dos móns tant diferents com el dels pòtols i els que tenen casa.
Crec que aquest text és un fruit genuí de la inspiració: no només hi ha, com acostumes a dir, tècnica.