Diario, 22/09/10
Acostumbro a acostarme hacia las tres de la madrugada. Tampoco puedo decir que eso sea exactamente culpa mía. Por la mañana me levanto a las diez y si hay que ser sinceros no siempre elijo ducharme inmediatamente. Puedo pasar un buen rato en la calle antes de decidir ducharme. Luego quizá decido ducharme pero en el sitio en el que estoy no hay ducha, como me ha ocurrido hoy en la facultad, haciendo cola en la secretaría. Todos los funcionarios se habían ido a desayunar. Tantos intercambios de miradas en las salas de espera me vuelven loco, en esos sitios uno entrega su mirada transitoriamente y enseguida la reclama de vuelta como si no hubiese pasado nada. Así pasábamos el rato los que esperábamos, entregándonos miradas y devolviéndolas a su sitio; más de uno perdió su mirada en la mirada de los otros y quedó anulado: eso facilitó que la cola se acortara. Cuando volvieron los secretarios nosotros ya llevábamos media hora intercambiando miradas y el asunto se había vuelto complicado.
Luego en la calle, mucha gente quejándose del calor, pero no hacía calor, de haberlo hecho hubiera tenido más ganas aún de ducharme, pero no tenía las suficientes ganas de ducharme como para ducharme ahí mismo, en la facultad, en el caso de que hubiese duchas. Me compré por el camino un aperitivo. Iba por la calle esperando encontrarme a alguien por sorpresa. No encontré a nadie por sorpresa. Las cosas son así. Tampoco quería encontrarme con nadie por sorpresa, solo bromeaba. Caminé por la calle Compañía pegado a una pared y entré en el bar Alcaraván. Es una costumbre, entro cada día entre las doce y media y la una. Suele recibirme la cara goliárdica del camarero. Es un hombre de espíritu fino, se mira mucho más que yo en los espejos -por lo que vi, hoy mi cara era de color azul-, no suele responder a mis preguntas porque yo no suelo formularlas y está claro que es mi enemigo. No pone mucha leche en el café, sabe que eso me molesta, yo mancho sin querer la mesa, sé que eso le molesta. En ese momento no había allí ningún conocido. Saqué el Diario de Gombrowicz y pasé un buen rato leyendo. Me gusta, se parece mucho a mí pero con más inteligencia. Dice que se siente Moisés y que le encanta exagerar todo lo que se refiere a sí mismo. Rompe relaciones con muchas personas para justo después restablecerlas, los camareros también son sus enemigos.
Cuando hace falta un héroe, aparece un bufón, eso es lo que pensé cuando vi a mi amigo entrar por la puerta. Le había comprado un regalo para la ocasión: diez días atrás había sido su cumpleaños. Le regalé el Diario de Gombrowicz -no el que llevaba yo, sino otro-, pareció gustarle, tomamos el café así, cada uno con su Diario de Gombrowicz sobre la mesa y él estaba manifiestamente contento por haber hecho el amor la noche anterior, según descubrí sin mucha indagación. Yo no había hecho el amor la noche anterior, así que rompimos nuestra relación. Se fue y me quedé de nuevo con mi ejemplar del Diario, que pertenecía a la biblioteca, de modo que no era mío. Ojeándolo al azar encontré un papel: RECIBO DE PRÉSTAMO, Amalia Rebollo Pérez, 3 de abril del año 2009. Algo me dijo entonces que yo iba a enamorarme de Amalia Rebollo Pérez, que yo debía emprender una búsqueda incesante y definitiva de esa mujer que había olvidado el recibo dentro del libro. Invertí todas mis energías en buscar a Amalia Rebollo Pérez, pero no la encontré. No por lo menos en ese bar: pronuncié tímidamente su nombre: ¿Amalia...? ¿Amalia...?, y nadie contestó. Abandonada la idea de poder encontrar a mi gran amor revelado, fabulé cómo sería mi vida con ella si la hubiese encontrado. Así pasé el rato, imaginando las veces que haríamos el amor y de qué forma pelaríamos las patatas juntos, cómo serían nuestros besos y nuestras peleas, y si ella me querría por lo que soy o, simplemente, por haber leído el Diario de Gombrowicz. Tardé media hora en repasar nuestro amor, mi mente lo figuró poco longevo y con final trágico, no más de tres meses idílicos y un final incomprensible, Gombrowicziano, en palabras de la propia Amalia, con desfiguraciones y más desfiguraciones de una figuración que, en cualquier caso, estuvo todo el tiempo mal figurada.
Salí a la calle. Ya era la hora de comer. Los universitarios volvían a casa. Ninguno caminaba en mi dirección. Otra vez tenía ganas de encontrar a alguien por sorpresa. Me imaginé mi vida como detrás de un cristal, alejada; como si nada me perteneciera y lo observara todo desde un tren. En el puente estuve un rato abocado al río. Me gusta el sonido de la cascada. Volvería a casa y me ducharía, algo pequeño crecería en mi pecho y luego se iría. Más tarde, un niño absurdo del arrabal me señalaría con el dedo y me diría, como si yo no lo supiese ya, que cuando las flores están tristes su cosa amarilla del medio no es amarilla, sino azul.
Me ha gustado mucho... Aún siendo tan literario como siempre, esta vez te he sentido cerca.
ResponderEliminarMe encanta como describes esta situación tan "normal" de una forma poco habitual. Me identifico con sensaciones que describes.
ResponderEliminarLa sensación de estar mirando las cosas pasar desde detrás del cristal del tren la tengo a menudo, la de no querer ducharme menos.
Ya he hecho un tic en el "me guxta", pero tenía que comentar si no no dormía tranquila.
Saludos.
Vaya caracterización baratera me has hecho.
ResponderEliminarSí, la verdad es que Ferdydurke no sale tan rojo y esbelto como es. Aunque me alegro de que haya mojado.
ResponderEliminar¿Encontraría a la Amalia...?
ResponderEliminartienes el flow, amigo. Me gustaría retarte a crear una historia desde dos lugares distintos con dos personajes: uno tuyo y uno mío, claro. Tal vez un día se encuentren y tengamos que ceder la primera persona al otro
ResponderEliminarApenas he leído tu blog desde las islas Caimán. Allí las redes pescaban atunes, no blogs con peces martillo en sus cabeceras. Ahora lo visito alguna vez, compruebo que vuelves a Stevens. Creo que últimamente todos volvemos a Stevens. Además de eso, también compruebo cómo has mejorado. Quizás sea que he dejado de ser crítica; paradójicamente ya no juzgo lo que escribes, simplemente lo disfruto.
ResponderEliminarAlgún día nos encontraremos inesperadamente. Si es que cabe tal aporía en esta ciudad.
Me gusta no. Me ha encantado. Tan fluido y tan cercano todo. Hasta podia ver las mesas y las sillas, y las escaleras de Alcaraván :)
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