- Sí -dijo el doctor sonriendo-; debe de estar usted decepcionado. In questa tomba oscura. ¡Oh, infiel! No soy herbolario, no soy un Rutebeuf, no tengo una panacea, no soy un curandero, es decir, que no puedo o no quiero ponerme cabeza abajo. No soy un saltimbanqui, ni fraile, ni una Salomé siglo trece que baile sacando el culo sobre un par de hojas toledanas... Pruebe usted de hacer que una niña enferma de mal de amores, varón o hembra, haga eso hoy. Si no cree usted que antaño pasaban estas cosas, consulte los manuscritos del Museo Británico o vaya a la catedral de Clermont-Ferrand, a mí todo me da igual; soy como los ricos musulmanes de Túnez que alquilan a mujeres tontas para reducir la hora a su mínimo sentido. De todos modos, tampoco será una cura, porque no hay una cura rápida para el hombre. ¿Sabe usted lo que el hombre desea realmente? -preguntó el doctor mirando con una sonrisa la cara inmóvil del barón-. Una de dos: encontrar una mujer que sea lo bastante tonta como para que se la pueda engañar o amar tanto como para dejarse engañar él.
Djuna Barnes
Qué grande esta mujer. Un apotegma de ella:“One’s life is peculiarly one’s own when one has invented it”
ResponderEliminarElla era muy guapa y Eliot le hizo el prólogo.
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