El fragmento que transcribo a continuación pertenece a un texto titulado Dominación de la naturaleza, ideologías y clases. Forma parte de una recopilación de textos situacionistas escrita por diversos autores entre los cuales están Guy Debord, Asger Jorn o Michele Bernstein. El texto en concreto no está firmado. Lo transcribo porque pienso que tiene interés y es un punto de vista más y vigente para comprender de alguna forma lo que ocurre estos días (15-M).
Actualmente ya, en todas partes, la inmensa mayoría consume el espacio-tiempo social odioso y desesperante que "produce" una ínfima minoría (hay que precisar que esta minoría literalmente no produce otra cosa que esta organización, mientras que el "consumo" de espacio-tiempo, en el sentido en que lo entendemos aquí, engloba a toda la producción normal, en la que se enraiza evidentemente la alienación del consumo, y de toda la vida). Frente al derroche humano que sabían hacer las clases dirigentes del pasado de la pequeña parte de plusvalía arrancada a una producción social estática, basada en la penuria general, se puede decir que los individuos de esta minoría dirigente han perdido actualmente su "dominio". Sólo son consumidores de poder, pero del propio poder de la débil organización de la supervivencia. Y con el fin de consumir ese poder organizan tan miserablemente la supervivencia. El dueño de la naturaleza, el dirigente, se disuelve en la mezquinería de la utilización de su poder (el escándalo cuantitativo). El dominio sin disolución aseguraría la plena utilización: no de todos los trabajadores, sino de todas las fuerzas de la sociedad, de todas las posibilidades creadoras de cada uno por sí mismo y para el diálogo. ¿Dónde están los amos entonces? En el otro extremo de este sistema absurdo. En el polo de la negación. Los señores vienen de lo negativo, son los portadores del principio antijerárquico.
La separación que se traza aquí entre los que organizan el espacio-tiempo (así como los agentes que están directamente a su servicio) y los que sufren esta organización, aspira a polarizar claramente la complejidad expertamente tejida de las jerarquías de funciones y de salarios, que hacen pensar que todas las gradaciones son insensibles y que ya no hay casi proletarios verdaderos, ni verdaderos propietarios, en los dos extremos de esta curva social que se ha hecho muy plástica. Planteada esta división, las otras diferencias de status deben ser consideradas de entrada secundarias. En revancha, no se ignora que un intelectual, y también un obrero "revolucionario profesional", corren el riesgo en cualquier momento de bascular sin retorno hacia la integración; en una u otra plaza, de una u otra familia del campo de los zombis dirigentes (que no es, en modo alguno, ni monolítico, ni armonioso). Hasta que la verdadera vida esté presente para todos, la "sal de la tierra" pueda volverse insípida en cualquier momento. Los teóricos de la nueva contestación no podrán pactar con el poder o constituirse ellos mismos en poder separado sin que dejen de existir como tales al instante (otros serán entonces los que representen esa teoría). Esto equivale a decir que la intelligentsia revolucionaria sólo podrá realizar su proyecto suprimiéndose; que el "partido de intelectuales" sólo puede existir efectivamente como partido que se supera a sí mismo, cuya victoria es al mismo tiempo una derrota.
La creación abierta y sus enemigos. Textos situacionistas sobre arte y urbanismo. VV.AA.
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