21 mayo 2011

Calle de sentido único

Hijos Apócrifos 4,9


En Portbou había dos funerarias. Pero al principio sólo hubo una funeraria. Todos pasaban por la funeraria A tarde o temprano. Todos excepto el filósofo alemán Walter Benjamin, que fue asesinado y arrojado a una fosa. El dueño de la funeraria A era un acaudalado médico gerundense. Un porcentaje no superior al 10% de su beneficio lo destinaba cada año a la infructuosa e imposible búsqueda del difunto Walter Benjamin. De eso se encargaba uno de los empleados. Un día el empleado encontró un diente que había pertenecido a Walter Benjamin. Lo depositó sobre la mesa y anunció el hallazgo. Acudieron varios periodistas, incluso llegó uno de Barcelona. Todos se situaron alrededor de una mesa en cuyo centro estaba el diente que había pertenecido a Walter Benjamin. El dueño de la funeraria A posó feliz junto al diente del filósofo, ese mismo diente que una vez hubo de soportar el peso de comidas y esputos, de salivaciones cansadas entre palabra y palabra. ¡Pero qué palabras más grandiosas soportó ese diente! ¡Qué discursos! ¡Qué silogismos y qué finura lógica irrefutable! El diente del filósofo.
Nadie sabía que Walter Benjamin utilizaba dentadura postiza y ya no tenía dientes cuando murió.

Un día llegó alguien de los Pirineos. Se trataba de un veterinario rollizo, aficionado a la anestesia para caballos. Cultivaba cerdos en las montañas. Digo cultivaba porque eran cerdos inmóviles, encajonados en pequeños ataúdes en los que pasaban toda su vida comiendo, llorando y durmiendo. El veterinario entró en Portbou y decidió fundar un negocio. Fundó la funeraria B. En la oferta de lanzamiento se ofrecía incineración y esparcimiento de las cenizas en las montañas nevadas, precios baratos y embutidos de regalo. Muchos clientes de la funeraria A se pasaron a la funeraria B, si es que eso es posible.
El dueño de la funeraria A, atormentado, pasaba las tardes con la cabeza entre las manos. Al fondo, en una vitrina, el diente falso de su filósofo favorito. Con la aparición de la funeraria B, su negocio se había ido a pique y todos los muertos pasaban de largo en sus ataúdes hacia la competencia. Estaba tan furioso que decidió hacer algo para reventar el negocio de la funeraria B. Extender un bulo. Entraba en los bares y después de unas copas se lanzaba a explicar toda clase de horrores acerca de la funeraria B.
Sí, amigos, si supieseis lo que me han dicho sobre la funeraria B... os lo pensaríais mejor. Sí, eso he dicho, se cuentan barbaridades sobre lo que hacen con los muertos en la funeraria B. Juegan con los cadáveres, los disfrazan, los tocan si son jóvenes. A todos los abren de cuajo y les introducen radiocassettes que repiten en bucle, una y otra vez, el disco de éxitos completos de Camilo Sexto. ¿Por qué creéis que la gente está tan contenta con la funeraria B? Porque el día del funeral, cuando se acercan a sus muertos para despedirlos, oyen como una melodía lejana, como un canto, algo que surge del mismo interior de los cadáveres, una música. Joder, es sólo un radiocassete metido en el estómago de sus parientes.
Eso contaba en los bares el dueño de la funeraria A, y aquellos que lo escuchaban se lo contaban a otras personas y así se extendió la noticia en poco tiempo.
Los muertos regresaron a la funeraria A. El dueño de la funeraria B, sin comprender de qué iba el asunto -la gente dejó de saludarlo, sus amigos se alejaron, quedó solo en casa inyectándose anestesia de caballo por un tubo y viendo en alucinaciones a cerdos locos y desenfrenados corriendo por los campos del Ampurdán-, vio como su negocio se iba a pique. Desconsolado y triste, un día tuvo una idea. Decidió extender la noticia de que en la funeraria A se experimentaba con los cadáveres.
A uno le sacan un hígado, a otro el corazón, y al que fue el más inteligente el cerebro. Vosotros sabéis, amigos, la obsesión que tiene el dueño de la funeraria A por Walter Benjamin. Es tanta su locura que ha decidido reconstruir al filósofo. Utiliza partes de vuestros muertos para construir el cuerpo que habrá de alojar al Walter Benjamin resucitado. Sí, un día os encontraréis con un hombre medio deforme que os hablará en este mismo bar, quizá, de la reproductibilidad del arte y otras parafernalias y que se llamará a sí mismo Walter. ¿Que cómo resucitará el alma de Walter Benjamin? Muy sencillo: magia negra. Física cuántica. Quarks. Cosas tan complejas que nadie de este pueblo puede entenderlas. Ni siquiera yo.
El miedo se apoderó de los habitantes de Portbou. La desconfianza creció. Dejaron de enterrar a sus muertos en la funeraria A. Sin embargo, debido al otro bulo, siguieron sin enterrar a sus muertos en la funeraria B. Las dos funerarias cayeron en desgracia total por culpa de sus propias maniobras. Un día, los dos empresarios se encontraron destruidos y bebidos en el bar Esport, cerca de la estación. Lo lugareños recuerdan la gran tristeza que había en sus ojos. Eran como dos piedrecillas cayendo juntas por un túnel vacío, chocando a veces. Allí, sin conocer sus mutuas traiciones, hablaron y tomaron una decisión que habría de recuperar todo lo perdido: fusionar las dos funerarias. La celebración duró muchas horas.
Compraron un local, se hicieron con la última tecnología de desintegración y se anunciaron en todos los periódicos de la región. Pero nadie acudió a la flamante funeraria C. La desconfianza se había convertido en un estigma. La funeraria C tan sólo tuvo un cliente en sus dos años de vida. El 15 de agosto del año 2010 un editor llamado Carl Archimboldi, entró acompañado de un ataúd. En él yacía un escritor: Enrique Bauer.

[nota al pie] Casualmente, en el año 2009 la editorial Archimboldi había reeditado una de las grandes obras de Walter Benjamin. Su título cierra el círculo de esta extraña historia y le da un sentido y una moraleja. El título era: Calle de sentido único.


To Kill a King - Fictional State (Music Video) from Jack King on Vimeo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ShareThis