W.G. Sebald murió en 2001 en un accidente de tráfico. Alguien dijo que fue la mejor manera de morir y que todo escritor debe morir así: en movimiento. Pero resulta que es uno de mis escritores favoritos y no me gusta nada la idea de que ya no volverá a escribir más libros.
El médico, que ve cómo las enfermedades crecen y devastan los cuerpos, comprende mejor la mortalidad que el florecimiento de la vida. Le parece un milagro que podamos durar un sólo día siquiera. Contra el opio del tiempo que transcurre, escribe, no ha crecido hierba alguna. El sol de invierno presagia la presteza con la que se extingue la luz en las cenizas y nos envuelve la noche. Las horas se van hilvanando una tras otra. Incluso el mismo tiempo envejece. Pirámides, arcos de triunfo y obeliscos son columnas de hielo que se derriten. Ni siquiera aquellos que encontraron un lugar entras las imágenes del cielo han podido mantener su fama eternamente. Nimrod se ha perdido en Orión, Osiris en Sirio. Las mayores estirpes apenas han sobrevivido a tres robles. Dar el propio nombre a cualquier obra no asegura a nadie el derecho al recuerdo, pues quién sabe si precisamente las mejores no habrán desaparecido sin dejar huella. Las semillas de la amapola crecen por doquier, y si de improviso un día de verano nos sobreviene la miseria como si de nieve se tratase, no deseamos más que ser olvidados.
[...] Por lo demás, dice Browne, no es difícil, en contra de la suposición general, hacer arder a un ser humano.
Los Anillos de Saturno, W.G. Sebald
CASSINI MISSION from cabbas on Vimeo.
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