11 junio 2011

Intercambio


Para que algunas cosas nazcan otras tienen que morir. No me acaba de gustar la idea, pero pienso que ocurre así.


Su madre había muerto a las pocas horas de dar a luz. Su suegra, que había hecho cuanto estuvo a su alcance para evitar el casamiento de su hijo con esa mujer, le había dicho al verla encinta, empeñada en hacer surgir de su cuerpo minúsculo una vida: "Sácale una fotografía para que la conozca su hija". Aunque terrible, esa previsión había sido conveniente, ya que le había dado al menos una imagen que conservar, la de una mujer de rizos sobre la frente que posa en un estudio fotográfico -quizá el mismo de la Maximilianstrasse que ella había visitado cuando niña- mirando pudorosamente hacia un costado, como si no se la estuviera fotografiando o, mejor aún, como si pretendiera ignorar que son los ojos de su hija los que la miran, unos ojos cuyo color desconoce pero que intuye mientras, como siguiendo una ley inexorable, es la poseedora de esos ojos la que la devora por dentro. Un mes antes de dar a luz, contaba su padre, estaba tan débil que apenas podía mantenerse sentada. En una ocasión le alcanzó un vaso de agua a la cama y al alejarse escuchó un ruido como de troncos que crepitan en la chimenea; su madre se había quebrado la muñeca al levantar el vaso.


El comienzo de la primavera, Patricio Pron


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