Por un momento pensó que no había nacido de un vientre, sino que había sido esculpido por alguien. Que antes había sido sólo un mineral y que ahora era como un cuadro colgado sobre una pared. Un mensaje fijo, sin profundidad, mal pintado. Sólo capaz de reflejar lo exterior, un espejo. Leía el periódico.
No lo leía. Apoyaba sus ojos en el centro de una página con pocas imágenes, sin interés. Debajo de la mesa había un niño jugaba con sus coches. No era su hijo.
- ¿Cuántos años tienes?
- ...
- ¿No lo sabes?
- Cuatro.
- ¿Qué haces?
- Este es un Seat -dijo el niño-, y este otro es un Mercedes. Y los dos van por la autopista y uno se choca con el otro, ¿lo quieres ver?
- Sí.
El niño puso el Seat en el suelo, en medio de la cocina, lo dejó aislado y quieto. Se alejó y tomó carrerilla y lanzó el Mercedes. El coche atravesó el suelo de la cocina y se estrelló contra el Seat. Los coches chocaron, rebotaron, giraron sobre sí mismos. Todos sus ocupantes habrían muerto de no ser juguetes.
- ¿Y ahora qué pasa?
- Que vienen los bomberos.
El niño se levantó. Él lo siguió con la mirada. En su cabeza había pensamientos infatigables. Agolpados, mezclados. Levantados como farallones. Llovía. Un poco como los de una anémona, imprecisos, táctiles; así miraba al niño que se había levantado y que ahora cogía un coche de bomberos y lo arrastraba por el suelo, haciéndolo avanzar en zig-zag por una carretera imaginaria.
Alto. Un pensamiento claro:
Cuando él era niño, recordó, no hacía avanzar a los coches de juguete en zig-zag. Los hacía avanzar en línea recta. Todos los coches en línea recta, sin más vueltas. Tampoco los hacía chocar: más bien se dedicaba a aparcarlos junto a la ventana y los miraba durante horas, inmóvil. Prefiguración de su personalidad. Algo tenía que significar aquello.
Pero luego regresó el pensamiento sensorial, no reflexivo. El recuerdo se diluyó. No lo retuvo. Se desarrolló subterráneo y onírico en su cabeza, reprimido, sin mostrar claramente lo trágico de su significado. Apareció en su cabeza la imagen de un vaso lleno de agua, alguien introduciendo una piedra en él. Lo mismo que se siente por la tarde al bajar a una playa. Cómo decirlo con coherencia. El humo que sube por una chimenea y que al desembocar en la calle, ya en el aire y sobre la ciudad, se llena de ruido de motores.
Humo que se llena de ruido. Me encanta. Sí señor, me ha gustado mucho. De mayor quiero ser como tú.
ResponderEliminarAy ay ay. El espectro de Odradek se transfigura en niño motorizado. A veces el más afortunado es el más mazado. Rage, rage against the dying of the light.
ResponderEliminarHola amigos; yo de mayor quiero ser como un hombre que he visto hoy en el bar. Ha dicho en los diez minutos que ha durado el café unas cincuenta veces "¡Esto no puede ser!. Tenía razón, casi nada es admisible. Borja, no me recuerdes a Odradek, este es una mejora sustancial de aquel niño absurdo que nos dio a conocer. Y estoy de acuerdo con D. Thomas, sin duda.
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