03 julio 2011

Cosco


Me pregunté qué podía hacer ahora con tan sólo una moneda de cincuenta céntimos en el bolsillo. Salí a la calle. Deambulé por el boulevard. El aire era espeso. Aún hacía calor. La respiración de los paseantes era parecida a un bufido de animal de corral; sudaban. Había ventanas y cabezas asomadas. Tendales, ropas, calcetines entregados al azar y camisones que al recibir el azote del viento parecían estar caminando en el aire.
Entré en un bar y pedí una cerveza sabiendo que no podría pagarla. Me senté, cogí el periódico y lo abrí. Me quedé mirando el centro de sus páginas. No leí nada. Deseo oculto de ser anémona, de descansar todo el tiempo. El camarero gritaba. Olía a pollo frito, la luz no entraba por las ventanas: surgía de sí misma como surge un cubo lleno de agua del fondo de un pozo oscuro.
A mi derecha había una mujer que debía de tener entre veinte y cuarenta años. Me gustaron sus ojos. Al mirarlos uno sabía que habían visto muchas cosas y pocas películas. No eran inocentes. Enseguida comprendí que a esa chica le gustaba que le metieran el dedo por el culo. Pero no me gustó por eso. Fue su manera de ser infeliz lo que me llamó la atención, tan quieta, sin quejas, y tan evidente.
Le ofrecí un cigarrillo.
- Aquí no se puede fumar.
- ¿Por qué?
- Es la ley.
Nunca lo había pensado así. Me guardé el cigarrillo y bebí un sorbo de mi cerveza.
- No podré pagarla -le dije señalando el vaso.
- ...
- Sólo tengo cincuenta céntimos
- ...
Su madre probablemente se llamara Antonia. Ella tenía que llamarse Paula o Marta. Seguro que vivía en el Ensanche y seguro que tenía un salón burgués. Pero su infancia la pasó en el campo: sus manos gruesas la delataban.
- No pretenderás que te la pague yo -dijo.
- Sí, eso pretendo -contesté a bocajarro.
No supo qué decir. Apartó la mirada. Miró por la ventana: la ciudad, tracciones, choques. Acumulación de imprecisiones.
Imagina ahora que nos vamos a vivir juntos. Que tú te traes tus vestidos y yo los míos. Que no eres vegetariana y que cada noche compartimos una buena copa de vino juntos. Que luego pasamos el rato escuchando música y follando como animales, sin prolegómenos ni ruidos. Detesto los gemidos, sobre todo si son de los vecinos. Y que después, por la mañana y sin haber apenas dormido, cada uno sale a la calle. Yo paseo durante horas por el puerto y miro los buques mercantes. Cosco, Maersk, Hutchison. El color de los contenedores. Tú caminas por los mercadillos buscando un vestido que deseas y luego te paras en una terraza y lloras toda la tarde y te crecen las ojeras.
- Dame un motivo para pagar tu cerveza.
- Sé leer el horóscopo. Puedo decirte tu futuro.
- A ver.
Me lo pienso un instante. Tengo que mirarla bien. Cualquier cosa podría confundirme: no todo lo que ella tiene forma parte de ella. Hay cosas que aún cuelgan en vano y carecen de sentido. Es como una caverna, como una catedral llena de estalactitas; y su puerta está hormigonada. Hay que picarla y horadarla. Vamos allá:
- Tú eres frágil e inteligente. Seguramente tengas alguna enfermedad y por eso también eres comprensiva. No te gusta la gente indiscreta. En general estás nerviosa pero tu nerviosismo es lento, apenas puede percibirse. Te gustan las colinas, ver las ciudades desde arriba, quiero decir: los miradores. Si no lo abarcas todo te sientes incómoda. No tienes color favorito, te gustan las películas en blanco y negro. Por las noches sueñas casi siempre que te mueres y al despertarte, sudando, lo escribes en una hoja de papel que luego pierdes. Presta atención. Vas a morir joven, creo que asesinada.
- Asesinada por quién.
- ¿Tiene eso importancia?
- ...
- ¿La tiene?
- Y qué harás tú cuando yo me muera.
- Seguramente le pida a alguien que me deje visitar tu casa. A tu madre Antonia, por ejemplo, durante el funeral cristiano o antes. Entraré en tu habitación y me quedaré sentado en la cama, mirando tus vestidos. Estarán todos colgados fuera del armario, accesibles e inmediatos, junto a un espejo. Aunque siempre te hubieses puesto los mismos, tendrás decenas, más de los que necesitas. Y entonces me levantaré y buscaré el vestido que llevabas el primer día que hablamos, en un bar, cuando no tenía dinero para pagar mi cerveza. Lo cogeré y lo sostendré por la percha. Cerraré el puño de mi mano y lo introduciré por debajo. Entonces, frente al espejo, representaré con mi puño el volumen exacto que tuvieron tus pechos, ahora pudriéndose, así -cerré mi puño y se lo mostré-, como si la importancia de un sueño no tuviera ninguna relación con la cantidad de horas que uno ha dormido.




Memory Tapes "Yes I Know" from Najork on Vimeo.



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