- Voy a confesarte todo -dijo él-. A los once años me enteré de que, según algunos intérpretes rabínicos, Adán había mantenido relaciones sexuales con cada animal del paraíso terrenal, antes de que a Dios se le ocurriera crear a Eva; a los trece años leí una esclarecedora historia de Roma, y supe que en el Coliseo se entrenaba a jabalíes, cebras, jirafas, caballos, toros, leopardos, guepardos, monos para copular con mujeres y que luego se ofrecían espectáculos de bestialismo sobre la arena, recuerdo que Juvenal cita al cocodrilo, que posee dos penes (diphallus), y al oso como amantes de las damas romanas; a los quince me informé de que, entre algunos pueblos africanos, el coito con la primera pieza cobrada es obligatorio, una reliquia de ideas totémicas, así se apacigua al espíritu del mal; a los diecisiete contemplé dibujos obscenos: un pulpo mordiendo con su pico de loro el sexo de una japonesa, un caballo fornicando con una dama hindú, otra mujer mamando el pene de un canguro; a los diecinueve un árabe me insinuó, con voz acariciante, que el peregrinaje a La Meca no era perfecto si uno no se ayuntaba en el camino con el camello que le llevaba, ¡pero Allah sabe más!; fue a los ventiuno cuando descubría que la zarina Catalina II había muerto al sentarse sobre ella el caballo que la estaba jodiendo; a los veintitrés me sorprendió averiguar que, de cerca de seis mil mujeres estadounidenses, sólo veinticinco preferían animales, generalmente perros, a sus maridos; a los veinticinco estaba dormido, desnudo cerca del a ventana por donde entraba el sol, escucha ahora atentamente, cuando me despertó un espasmo dulce y solitario, y vi al perro de unos vecinos, que había quedado a mi cuidado durante sus vacaciones, lamiéndome el pene erecto como un hueso, lo aparté, pero ya me había derramado, no me desprecies; la luz vesperal inundaba la bañera cuando, a los veintisiete años, corté las alas a una mosca y la dejé girar sobre la isla de mi glande erecto, cercado de agua caliente, el chorro la proyectó como al hombre cañón de un circo; escucha, a los veintinueve aprendí un truco oriental: penetré a una oca y, en el momento de la eyaculación, la decapité para aprovechar las últimas contracciones del esfínter y el aumento de temperatura que se produce en los decapitados, avisodomía lo llaman.
- Creo que es en Argentina y en Chile, tú me lo contaste, donde la policía entrena perros, ¿no?, para violar a las mujeres presas, y a veces les introducen ratas en la vagina.
- ¿Por qué me atormentas? Tengo treinta y un años.
- Eres un embustero y un imbécil.
Amor Burgués, Vicente Muñoz Puelles
Quéééé te paaasssaaa ahoraaaa...?
ResponderEliminaruy dios, hoy no me ruborizaste, me dejaste atormentada con lo de la mosca. A saber lo que voy a dibujar hoy, por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa.
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