El signo externo se vuelve costumbre, cubriendo con un velo el sonido interior del símbolo
Kandinsky, El Punto, VI
Estudio las mejores estrategias para evitar al peluquero. Ya no me apetece cortarme el pelo. Lo amaso detrás de la oreja, me pudro en el sofá. Miro la televisión. Las puntas crece dispersas, se enredan y rizan y dentro de poco podré hacerme una coleta. Cambio de canal a menudo, me gusta acumular cosas que duren poco, fotogramas inquietantes y desnaturalizados que podrían significar cualquier cosa. Fuera de contexto he contextualizado, he adivinado el antes y el después de una trama: no necesito que las cosas cumplan su ciclo. Prefiero que cesen sin la gracia natural del acabamiento. Pienso que la barba también debería dejarla crecer a lo largo. ¿Por qué hay que cambiar los calcetines si apenas camino ya?
Este es mi contexto: ella se fue de casa anunciando que iba a comprar el pan y no volvió. Ayer, después de cincuenta horas mirando la televisión, la volví a ver. Ha sido contratada como mujer del tiempo. Ahora anuncia lluvias persistentes y ofertas de ajuares funerarios para la próxima catástrofe natural. Su mirada pixelada es más agresiva en su confusión digital; marca con una cruz Cataluña, lugar de su despecho, y se complace en anunciar el diluvio sobre el barrio de Gracia y la destrucción de mi casa.
Los ciudadanos de Cataluña sufrirán espasmódicas intermitencias en el servicio eléctrico, sonadas inundaciones apocalípticas y el naufragio total de su gobierno nacionalista.
Es lista, pienso, admito: ella sola ha conseguido dejarnos en un perpetuo estado de alerta. La lucha, si la hay, se desarrollará en el terreno televisivo. Me encaramo en el sofá y abandono paulatinamente las funciones periféricas de mi cuerpo. El pelo crece sin descanso. Todos los verbos para la ruptura tienen implicaciones de continuidad: se podan los rosales para un mejor florecimiento, así se corta el cabello para la correcta ordenación de los pelos y se rompen las relaciones para la masturbación solitaria de cada una de sus partes. No volveré a ir al peluquero.
Ella me tiene presente en su discurso meteorológico. Yo le dejo mensajes en su buzón de voz. Todo es muy televisivo.
Ella dice: Tormenta eléctrica sobre Cataluña, peligro de muerte para aquellos que no se afeiten la barba. O bien: Fabuloso día de sol en el que mi equipo y yo iremos a darnos un buen chapuzón a la playa, juntos y muy revueltos.
Yo le respondo, a través del buzón: Marcela, no te pierdas esta noche en la Dos el documental sobre flamenco y ataúdes, me gusta pensar musicalmente en tu muerte. O bien: Marcela, mañana en Canal + un especial sobre las ruinas de Disneylandia, con espantosas imágenes de Mickey Mouse enterrado bajo los escombros, símbolo de tu abyecta inmadurez.
Nuestra forma de discutir es hiperespacial y linkeada. Self-service narcisista para dos mandos a distancia que actúan presúntamente sin interferencias.
Esto me recuerda a que hace un tiempo, cerca de donde vivía, hay un portal donde a menudo veía por las noches a una pareja despidiéndose. El caso es que las parejas no se repetían; es como si en el piso sólo viviera gente que se despidiera de su pareja con un montón de abrazos, mimos y besos. Todo muy emotivo y tal.
ResponderEliminarAl final llegué a la conclusión de que se trataba del cementerio de las parejas Disney, y que por eso nunca los volvía a ver. Allí es donde iban a darse los últimos mimos antes de morir.
jamás he comprendido los ciclos.
ResponderEliminarni los ciclos ma han comprendido a mi
nos evitamos mutuamente corriendo en sentido contrario hacia una niñez ciega.