Esta tarde en la sala de urgencias del hospital he recordado un poema de Guillermo Carnero: Melancolía de Paul Scarron, poeta burlesco. El hospital tiene sus olores como el amor sus símbolos, y las enfermeras pasaban el sábado entre electrocardiogramas y juegos de cartas. Nos invitaron a mí y al agonizante a pasar una y otra vez por la sala de rayos para ver la estructura de nuestros pulmones al desnudo. Una chica abortaba. Estaba muy morena, su mano trazaba círculos sobre la barriga aún plana pero inmensa como una caja de vïola; qué músicas desprestigiadas se le fueron por el inodoro. Detrás de la ventana, el crepúsculo era un espejo de límpido cristal sobre la muerta delgadez del río. Así lo define Carnero en su poema sobre Paul Scarron, un poeta del siglo XVII, paralítico desde los 25 años tras bañarse desnudo durante el carnaval. Hoy he creído verlo en cardiología. Pasaba en una camilla. Juraría que era él, a pesar de los siglos. Debajo de las mantas que cubrían al infartado, brillaba una sutil daga.
A los 42 años, Paul Scarron se casó con una huérfana de 16 años llamada Françoise d'Aubigné. Al poco tiempo, ya rescatada de la pobreza, su mujer abrió un salón en el barrio del Marais que no tardó en hacerse famoso. Acudían distinguidos miembros de la corte del Louvre. Entre ellos, Luis XIV, que tampoco tardó en agenciarse a la huérfana mientras su marido, el poeta, sucumbía en los hospitales en su silla de ruedas, reumático, padecí mil veces la muerte antes de perder la vida, dejó escrito en su epitafio.
Por el techo negro he visto correr arañas. Las monjas profanaban el aire con sus pitillos a escondidas y alguien hablaba con mi compañero: ¿cuáles son sus antecedentes? ¿Arritmía? ¿Desde cuándo fuma usted? Un niño había dibujado un corazón y una lápida al lado; qué poca cosa necesitamos para morir: olor de pájaro y de verbena.
Paul Scarron y también Clifford Chatterley, el poeta y el personaje de ficción limitados a una silla de ruedas. Agitaron su mano y sujetaron el pañuelo cuando el médico me recetó Enantyum, ese Dexketoprofeno trometamol, y también Pantoprazol que me llevará a la heroica altura de la gastrorresistencia.
A Clifford Chatterley también lo profanó su mujer según escribió D.H. Lawrence, pero no con un rey -eso es lo peor-, sino con un bosquímano. Me molesta que las personas traicionadas no puedan moverse. El racimo de rosas apenas se ve desde el brocal del pozo si uno no puede asomarse, pero su grito inmóvil será afilado como la nieve y temblará el mundo. Si no tiembla, que lo sufran sus cristales, las cosas que lo reflejan y perpetúan.
...como yo.
ResponderEliminarY nada de tomates por un buen rato.
ResponderEliminarjoder, pero qué párrafo final. Impresionante.
ResponderEliminarMe ha parecido curioso el guiño a Gimferrer.
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