18 septiembre 2011

Marie




Marie me preguntó, acercándose a mí, si sabía que al día siguiente era mi cumpleaños. Mañana, dijo, en cuanto nos despertemos, te desearé toda la felicidad del mundo, y será como si deseara a una máquina, cuyo mecanismo no conozco, un buen funcionamiento. ¿Puedes decirme, dijo ella, cuál es la razón de que seas tan inaccesible? ¿Por qué, dijo, desde que estamos aquí, eres un estanque helado? ¿Por qué veo que tus labios se abren, como si quisieras decir, quizá incluso gritar algo, y luego no oigo nada? ¿Por qué al llegar no sacaste tus cosas y has vivido, por decirlo así, de la mochila? Los dos estábamos separados unos pasos, como dos actores en el teatro. El color de los ojos de Marie cambiaba con la luz decreciente. Y yo traté otra vez de explicarle y explicarme los inconcebibles sentimientos que me habían acosado en los últimos días; de decirle que, como loco, pensaba continuamente que por todas partes me rodeaban signos y secretos; que incluso me parecía como si las mudas fachadas de las casas supieran alguna cosa mala de mí, y que siempre había creído que tenía que estar solo, lo que ahora, a pesar de mi añoranza de ella, era más fuerte que nunca. No es cierto, dijo Marie, que necesitemos la ausencia y la soledad. No es cierto. 


Austerlitz, W.G. Sebald


2 comentarios:

  1. Estoy contigo. Eso sería suficiente.

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  2. ah

    las fachadas de las casas siempre saben cosas que uno no sabe... por dentro y por fuera.

    culpa de las paredes

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