[Notas]
Heliogábalo, emperador romano inolvidable. Ascendió al poder con apenas catorce años y en apenas unos días los militares que lo habían apoyado se dieron cuenta del error que habían cometido. Acompañado por una inmensa escolta imperial atravesó el imperio desde Siria -donde sirvió como sacerdote del culto solar- hasta Roma. Trescientos toros -hostigados por hienas furiosas- transportaron con la comitiva un gigantesco falo de más de diez toneladas de peso. En el camino hacia Roma ya mostró sus dotes excepcionales para lo orgiástico y la depravación, pero su entrada a la capital fue mucho más gloriosa. Llega a Roma la mañana de un día de marzo del año 218, al amanecer, y atraviesa las puertas de la ciudad de espaldas, enseñando el culo. Eso es lo primero que quiere significar con esta postura, que se deja encular por el Imperio romano, que le da por culo ese Imperio del que él es el nuevo emperador.
En su primera reunión con los cabecillas del estado, senadores, legisladores, se dedica a preguntarles si ellos también han conocido la pederastía en su juventud, si han practicado la sodomía, el vampirismo, el sucubato, la fornicación con animales. Maquillado y escoltado por sus queridos y sus mujeres, toca el vientre de los ancianos senadores y les pregunta si ellos también se han dejado encular cuando eran jóvenes. Todos quedan desconcertados, pero es el emperador. Despide a todos los senadores y pone en su lugar a mujeres bonitas y amigos. Nombra a un bailarín como jefe de la guardia pretoriana. Fue la anarquía dicen los historiadores. Pero qué anarquía más violenta y orgíastica. Un bailarín como jefe de la policía, todos los altos cargos distribuidos según la enormidad de la polla de cada uno. Muleteros, vagabundos, cocineros y cocheros de golpe se encontraron desempeñando los altos cargos del estado. Había proyectado -dice Lampridio- establecer, en cada ciudad, en calidad de prefectos, a gente cuyo oficio sería corromper a la juventud. Roma habría tenido catorce corruptores de la juventud: estaba obsesionado y decidido a enaltecer lo más abyecto en la gran fiesta perpetua de su mandato, que apenas duró cuatro años.
La eliminación del politeísmo y la adopción definitiva del culto al dios solar, simbolizado por ese gran falo de diez toneladas -colocado en el lugar del templo consagrado a Júpiter Palatino- simbolizaron el retorno al estado primordial de las cosas, el abandono de los ídolos y la adopción de los principios consustanciales a lo primordial: el grito, el oráculo desgarrado y la brutalidad de los sacrificios rituales, el caos, las tinieblas originales. Desde lo alto de las torres recién erigidas de su templo al dios pítico, arrojó trigo y pollas cercenadas de hombres que hacía castrar en el interior: parias y desgraciados, a los que previamente ataba a las ruedas de un molino y les hacía dar vueltas y más vueltas. ¿A cuánta gente castró? No se sabe, pero sí se sabe que mató a pocas personas, que durante su reinado no hubo ni una sola guerra; extraña contradicción: hay una desproporción brutal entre la sangre derramada y los hombres realmente matados. Imaginaos a nuestro presidente Rajoy en la cúpula del congreso lanzando al pueblo toneladas de pitos, pollas y flautas recién cortadas, y trigo, metros cúbicos de trigo para el pueblo hambriento y ansioso de circo.
Cuando pasea por los mercados de la plebe, llora desconsolado por su miseria. Llena sus banquetes de asesinos y convictos para que lo traten mal y vigoricen la turbulencia de los festines por medio de espantosas groserías. Es el nepotismo de la verga: porque allí están sólo los que la tienen más grande. Invita a sus banquetes también a lisiados y enfermos, varia cada día la forma de sus enfermedades: le gusta observarlos, compadecerlos, siente atracción por lo epidémico, lo brutal y desproporcionado. Se baña en cubos de vino rosado; se cuenta que ofreció naumaquias en lagos excavados por la mano del hombre, también llenos de vino, lagos enteros llenos de vino para la representación teatral.
Su reinado duró cuatro años. Murió mientras escapaba de sus perseguidores -una conjura de palacio- ahogado en las letrinas, entre excrementos.
Hay algo maligno en todo esto, sin duda, y las anécdotas son muchas más de las que he mencionado aquí. Pero tal y como piensa Antonin Artaud -escribió un libro sobre este hombre-, Heliogábalo no es un loco, sino un hombre que sabe perfectamente lo que hace, que responde a un plan bien trazado cuyo objetivo es la destrucción del estado, la entrega incondicional del hombre a la anarquía más sublime, la de la subversión y lo dionisíaco, lo desmedido e irracional; un hombre que conoce bien el culto al dios solar, un culto antiguo cuyo centro son principios y no cosas: lo masculino y lo femenino, no el macho y la hembra, no el ídolo, lo consciente, sino el pulso original en el que subyace nuestro salvajismo reprimido.
pobre hombre...
ResponderEliminarFeliz navidad a mi escritor favorito :)
Cojonudo, Víctor. ¿4?
ResponderEliminar¡Feliz navidad Adriana!
ResponderEliminarAnónimo, ¿4? ¿Qué quieres decir? ¡saludos!