05 septiembre 2008

Nunca llegarás a nada

[Fragmento]


Estábamos tan próximos que sólo nos abrazábamos a nosotros mismos. Y al separarnos le hablé de algo que había leído. Imagina que lees un libro de Kerouac. En el camino, por ejemplo, y el personaje escucha jazz en los rincones de la noche de San Francisco; y mientras tanto, en un libro de Lowry, en el mismo momento, Oscuro como la tumba en la que yace mi amigo, otro personaje aterriza con un avión en San Francisco, y se toma una copa en el aeropuerto y ve que anuncian una película sobre el alcohol: en las principales salas, dice el letrero. En ese preciso momento los personajes de Kerouac y Lowry están cerca. ¿Y si se cruzaran? Y después el protagonista de Lowry toma el avión y hace escala en Los Ángeles, allí donde un personaje de John Fante sueña con ser escritor; Arturo Bandini, se llama, y vive en una pensión en la zona alta. Y mientras Bandini se enamora de una camarera mexicana, al mismo tiempo, pero en otro libro, el personaje de Lowry bebe otra copa y empieza a emborracharse, y su mujer regresa del baño y le dice que es su aniversario, precisamente allí, en Los Ángeles, la ciudad en la que se conocieron. Bandini bebe al mismo tiempo que el personaje de Lowry, Sigborn, pero en otro bar, lejos, en otro libro. Nunca, ninguno, sabe nada del otro; ni siquiera son conscientes de que son una invención, de que Los Ángeles no existe en verdad más que en ese libro, y que en cada libro es distinto. ¿Y si se encontraran en algún lugar entre los dos libros? Julia me besó, me tendió en el sofá: mis músculos estaban tensos. ¿Y si volviera tu padre? Ha salido, contestó, y yo me dejé llevar, pero luego algo me detuvo: no quería besarla. Despeinados nos sentamos y entonces la cogí de la mano y le expliqué algo que me ocurrió una vez; una vez que hice un viaje con mi madre y tuve que hacer dos escalas. Estaba en Madrid, antes de coger el avión para Lisboa. Fui al baño. Al encerrarme en la letrina me fijé en las inscripciones casuales que los viajeros grababan en la pared. En una de ellas ponía: “Esfandiari estuvo aquí”. Después, en el avión mi madre leía una novela precisamente de tu padre, Enrique Bauer. ¿El título? Los ángulos no nos bastan. Leía y de vez en cuando reía, pero desatenta, miraba mucho por la ventanilla, embobada. Y cuando aterrizamos en Lisboa tuvimos que esperar al siguiente vuelo. Fui al baño otra vez, y en el baño, por lo demás igual al de Madrid; había también una inscripción que ponía “Esfandiari estuvo aquí” y me sonreí por la casualidad y volví a la sala de espera mientras un avión se levantaba al fondo, hacia el mar. Cogimos el vuelo para Nueva York de noche. El crepúsculo seguramente fue de los más bellos que he visto nunca, sobre las nubes. Dormí. Al aterrizar, horas después, sentí la necesidad de ir al baño. Y otra vez, ¿oyes? Otra vez en el baño reconocí una inscripción: “Esfandiari ha muerto aquí”, ponía, y sin embargo, a juzgar por la letra, era la misma letra de Esfandiari, por lo que deduje que no había muerto, que aquella muerte que anunciaba había sido algo así como ficticia, como una persona que se borra del mundo, o desea hacerlo y deja su testimonio en un retrete y tira de la cadena. Él, ese tal Esfandiari, había hecho el mismo viaje que yo, tiempo atrás, y sin embargo, de alguna forma yo viajé con él. Un viaje en pareja pero cuando se busca la pareja la pareja no está; un viaje paralelo, por lo tanto; pero un abrazo tan apretado que en realidad cada uno se abraza a sí mismo; igual que en el poema de Brecht, en el que él compra dos naranjas, se gira y se da cuenta de que ella ni siquiera está allí; por lo tanto era inútil comprar dos naranjas. ¿Me entiendes? Julia no me entendió, aunque en el fondo me entendió, y me volvió a besar y nos desnudamos y caímos al suelo, elevándonos, supongo, hacia algo parecido a la comunión, piel contra piel; aunque una de las dos pieles seguramente fuera una tirita y la relación estuviera hundida, o destinada a hundirse, como todas; y mientras hacía el amor con ella, levantaba la cara y me veía en la ventana, mi rostro, sin emoción, y era probable que no amara demasiado, que ya no pudiera amar; mirándome en el cristal, mirándome follar, sólo sentí que no me parecía mucho a mi padre, Ricardo Iglesias; que Lowry ya lo dijo en su libro: mientras Julia jadeaba, yo me miraba, confuso, y advertí eso, que casi todo el mundo es como un escritor al que le han rechazado su obra teatral; poco más.



Budapest - Is this the best it gets?

3 comentarios:

  1. Es curioso que nos unan cosas a gente que nos queda tan lejana, o a gente que ni tan si quierea conocemos. Yo me quedo con todos esos detalles y pieno muchisimo en las casualidades. ¿Será pérdida de tiempo?

    La última parte del texto... que situación y que común a la vez...
    Un saludo :)

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  2. Me encantan ese tipo de encuentros fortuitos :). Me gustan las casualidades y desde luego me ha encantado encontrar tu blog. Tendré que seguir leyendo.

    Un saludo. Tharsis
    http://mientrasvivimos.blogomundo.com

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