01 noviembre 2008

Last fool around

[Fragmento HA 3,15]


Si me giraba había más calles y si las cosas pudieran ser al revés y lo bueno ser lo malo, o vivir mejor en los pasillos y las escaleras, junto al hueco que deja el diablo. Un Rey con la corona torcida camina por el cementerio y le siguen los súbditos. Él es tan pobre como los demás; sólo tiene una furgoneta Iveco en la que carga palés y cartones; y un perro llamado Enrique IV. Yo soy el Rey, pero ¿qué quieres hoy para cenar Enrique IV? Así es que vamos, con una capa de plástico fino en la espalda y lo peor de todo es que, si llueve, no es impermeable.
Giraba alrededor del parque en la oscuridad y a lo lejos la luz de su ventana. Ella probablemente me odiaba, y él también; y el otro, también, por qué no, si ser escritor no es más que odiar y disimularlo hablando de las flores, de la melodía de los pianos, los besos. Me senté en un banco. La luz de la ventana se apagó. No había farolas. No existía la ciudad en el corazón del parque, el tiovivo estaba quieto bajo los árboles. Pronto llegarían los monstruos.
¿Quieres un poco de coca?
Se había sentado a mi lado con el pretexto de la droga, pero lo que en verdad quería ese hombre era hablarme, explicarme por qué sus manos estaban llenas de callos y mejillones sólidos -abría y cerraba los puños como quien atrapa y deja ir-.
¿Qué quieres?, le dije.
Quiero enseñarte mi pipa. Se llevó la mano al bolsillo. Dejé de mirarlo. Un coche de policía imprimió azulejos en las hojas; desapareció. Pues enséñame tu pipa, le dije. Total, ¿pa qué? Había una vez una vaquita (mu!) que se acercó a otra vaquita y le dijo: su cola, sus manchas negras, sus orejas llenas de moscas: todo me recuerda a usted,
menos usted.
Sacó una pipa del calibre cuarenta y cinco. Brillaba, no sé cómo, pero brillaba. ¿Fumas?, le dije.
No.
Me pasó la pistola. No pesaba tanto como pudo parecerme en un primer instante. Estaba cargada. La empuñadura tenía un forro de cuero gastado por el uso. No te he matado porque me das pena, me dijo. Sonreí. Bueno, al fin y al cabo aún somos un poco cristianos. Se abrió la puerta de casa de Julia y salió Guillermo. Sangraba. Apoyándose en la pared desapareció detrás de la primera esquina.
Toma tu pistola le dije al drogadicto asesino. Me levanté y caminé por la arboleta. ¡Eh, tú!, me gritó.
Me giré.
Me apuntaba con su pistola. ¡Pum! dijo, y se echó a reir. Seguí caminando. Quizá ese fuera el problema. Matar tiene que ser un acto íntimo. Un cuchillo cercano abriendo las tripas y luego escuchar la respiración del moribundo contra tu pecho. Pero ahora son suficientes veinte metros y un disparo. Antes amar era un acto íntimo. Estar en silencio en una cama y mirarse. Tocarse a veces. Lástima que ahora sólo sirvan las palabras y las promesas y las mentiras.


Logh - The smoke will lead you home

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