03 noviembre 2008

Maniobras de escapismo II

[Fragmento HA 3B,2]
[Nota: Todas las opiniones versadas sobre las obras de los artistas de PanAndEros son ficticias; ellos tienen mi mayor respeto y admiración]


Estoy apartado de la vista de tus ojos. (Salmos 13,23)



Nada de oprobios. Mis ojos: un poso de café en una taza vacía, un general que levanta la mano para saludar, pero no hay ejército; mis oídos, tan sólo música para aeropuertos.
Entramos por el muelle de carga, cuyas luces variaban del azul al rosa, y luego al amarillo. Salas y almacenes se extendían hacia el fondo, relucientes y nuevos, esperando su dosis de suciedad y destrucción, el chute necesario para que una fábrica sea una fábrica y no un insulto a las relaciones de producción, el humo, la contaminación. Puertas se abrían y cerraban, caras nuevas, o las mismas de siempre, entraban y salían. Los organizadores habían aprovechado las dependencias de la fábrica para montar un museo provisional: entre las obras de arte circulaban tubos de refrigeración, máquinas de cocer el pan, mesas, armarios, salas frigoríficas desactivadas.
Volví a quedarme solo.
Decidí dar una vuelta. Este es el catálogo de lo que vi y no toqué en la improvisada fábrica-museo. Las paredes de un baño para operarios habían sido cubiertas con poemas escritos con rotulador, poemas de amor ambientados en bares, cuyo tema eran los besos y las copas. Podías mear mientras leías los poemas. Junto al baño había una sala iluminada con luz ultravioleta y decorada con sillas modernistas. Sobre una mesa unos plátanos. Sala de reuniones y de toma de decisiones artísticas, ponía en un letrero. En una de las salas frigoríficas había una moqueta y bandejas llenas de pasteles con forma de corazón: Toma un corazón, ponía en el cartel. No sabían a nada esos corazones. Después una gran sala de conciertos: vacía. Más allá un pasillo con muchas habitaciones. En la primera a la derecha vi la escultura de una cabeza agonizante, monstruosa, con los dientes muy pequeños, como de niño, que reposaba en el suelo decapitada junto a unas flores. Requiescat in pacem et in divina clementia. A la izquierda, en otra sala, había estantes derribados y un proyector imprimía sobre la pared a un hombre caminando entre ruido de voces, gritos. Mundo moderno, era su título (el hombre era de color rojo). Hacia el fondo del pasillo, otra sala: fotografías de una mujer muerta, ahogada en el agua y rodeada de espigas, plantas marítimas, confusión. A la izquierda (también yo empiezo a confundirme), la sala de los dibujos pintados con bolígrafos Pilot. Destacaba El aquelarre: Sobre una cama, un hombre con cabeza de ciervo y polla gigante se regocijaba entre mujeres desnudas que le tocaban. Una de ellas leía un libro (no sé cual), ajena a la orgía, y a su izquierda había la sombra de un hombre en el umbral de una puerta, expectante, desfigurado, impotente. Después se terminaba el pasillo y se accedía a la parte posterior de la fábrica. Allí colgaban los retratos ovales de los propietarios de la empresa: Panaderías Delirio. En los retratos un hombre y una mujer mayores jugaban con figuras hinchables: un cocodrilo, pelotas de playa. Eran pinturas hiperrealistas, como si el artista hubiera pintado directamente sobre la fotografía. En el centro de la sala había una cama cuyo colchón era un pedazo de hierba. Detrás de la cama se desarrollaba una performance: una enfermera daba un masaje a un hombre desnudo entre flashes y sordidez. Esas son las obras de arte que recuerdo. Lo demás, si existió, lo he olvidado.
No acabé de entender nada, pero a mi alrededor las personas hablaban con propiedad y sabiduría sobre aquellas obras, con la mano en la barbilla, en ocasiones rascándose la mejilla. Estoy más bien al lado de Samuel Johnson, que rechazaba la hipocresía de aquellos que enjuician según principios más que por percepción, dijo un tipo joven con barba. Nosotros estamos construyendo catedrales, dijo una chica que tenía la cara de Nietzsche tatuada en la clavícula. Lo inexpresable no reside en un allá, en otro mundo, en otro tiempo: sino en ese: que sucede (algo), dijo una de las artistas mientras movía las manos en círculos convexos. Cuando el discurso es sublime se llena de defectos, de faltas de gusto, de imperfecciones formales, dijo un paseante casual a su novia, después de darle un beso.
Tuve que huír de allí, ridiculizado, con la impresión de ser un tonto del bote, o algo por el estilo. Yo no podía decir nada acertado sobre esas obras. Tal vez, como mucho, que la cama cuyo colchón era un manto de hierba, me parecía cómoda.
Entré en la sala principal, abovedada, donde se servía comida y bebida. Me abrí paso entre la gente y pedí un vino y lo bebí de un trago mientras las palabras de los hombres entendidos en arte contemporáneo me giraban en la cabeza, me golpeaban, herían, alegremente; a tomar por culo. Regresé a la zona de museo dispuesto a entenderlo todo de una vez por todas. Caminé entre esculturas, performances y rayos de luz alucinógenos, bebiendo grandes tragos de vino; sudaba. ¿Dónde está Luca? ¿No tengo amigos? ¿Por qué no entiendo el Ser-en-sí-mismo de estas obras? ¿Por qué? ¿POR QUÉ?, acabé gritando en un rincón al borde de las lágrimas. Se acabó el vino. Estrujé el vaso de plástico con rabia. Condenado al vacío, al aislamiento absoluto. Todo culpa de mi madre. Mamá, por qué me obligas a bajar la tapa del váter cada vez que meo, ¿eh? YO NO SÉ EL MOTIVO. ¿Por qué nunca me permitiste creer en los reyes magos? ¡Con qué derecho me dijiste la VERDAD! Por qué, mamá, no entiendo estas obras de arte. ¿Es también tu culpa? ¿Es mi culpa? ¿Es culpa de ellos? Me estaba mareando. La sala se había quedado vacía. Sólo la masajista seguía con su masaje alucinatorio en la performance. Empecé a perder el equilibrio. Eso fue lo primero. Las luces giraban, el vaso estrujado de vino reía en mi mano. ¡Ja ja ja! Juntos construímos catedrales. Lo arrojé lejos de mí. No me sostenía en pie. Perdí el contacto con las paredes y di cuatro o cinco pasos hasta que choqué con la obra que era una cama con un colchón de hierba. ¡BASTA YA! Me senté sobre el colchón de hierba al borde del desmayo. Sudaba. Necesitaba un punto de apoyo. Y al apoyar mi culo en la MAGNÍFICA obra de ARTE que yo no entendía de NINGUNA MANERA, la cama se vino abajo con un estrépito terrible y la hierba se deshizo en jirones verdes parecidos a mocos bronquíticos y me caí al suelo. No me hice daño. Sin embargo, había DESTROZADO la obra de arte. ¡Pero había sido sin querer! ¡Lo prometo! ¡Oh, dioses y arcanos de la teoría del arte, artistas, ha sido sin querer! ¡No soy el culpable! ¡Fue el vino! ¡La cama era poco sólida, la hierba pútrida! ¡Por favor! ¡YO no he sido! Sí has sido tú, decían los cuadros a mi alrededor. ¡No, no he sido yo! Me levanté como pude y salí corriendo de allí. Al regresar a la sala principal, donde todo el mundo comía y bebía, me rodeó un murmullo suave, y la culpa, y vi labios abriéndose y cerrándose y había en la bóveda un eco de puercas y vergonzosas palabras; los restos del sabor de un beso lascivo.

Nacho Vegas - El hombre que casi conoció a Michi Panero

3 comentarios:

  1. Ay, Víctor, no me seas humilde; dices que no comprendes a críticos, teóricos y artistas contemporáneos, pero esto no puede ser posible dado que tan bien ejerces el apropiacionismo artístico...¿No crees?
    Pi.

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  2. Creo que tu confusión y desprecio es compartida por aquellos humildes murciélagos con cara de niño que anidan en la poiesis final escanillera, es en ese momento en que chocas contra un cuerpo arbóreo.

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