19 diciembre 2010

Clase Typhoon


Fuimos a parar a un bar de adolescentes llamado El Segundo. Allí estaban las jovencitas con catorce años, proyectos de tías buenas, toda esa mierda, aunque mi amigo me dijo que las guapas se convertían en feas cuando crecían, y viceversa; que los culos explotaban hacia fuera y quedaban como hongos atómicos cuando pasaban los años, que uno no se podía fiar de su capacidad de intuir el futuro; mejor no tener novias que aún están creciendo y menos aún novias con veinte años. Aunque, si lo pienso bien, dijo mi amigo, mejor no tener novias que superen los veinticinco. Es como si visitaras Chernobyl un año después: todo parece que marcha bien pero hay algo jodido que se pudre por dentro, cancerígeno, la metástasis del final de algo. Así que mejor no tener novias en general, quizá ancianas, a lo sumo, que te rasquen la cabeza mientras te duermes.
Pedimos algo para beber, algo acorde con las exigencias adolescentes del lugar: Blue Tropic. Mirábamos alrededor, callados. No lo sé, me parece que las ciudades provincianas como esta sólo sirven para confirmar que las cosas que pretenden cambiar el mundo han conseguido cambiarlo. Si algo no ha llegado hasta aquí, no durará mucho en la capital. Esa es la importancia de las ciudades de provincias y su papel secundario. Entonces él me habló de su padre que había servido a la Royal Navy. Me habló de su trabajo en el buque HMS Westmisnter, durante la guerra fría. Su trabajo era sencillo: vigilar a los submarinos soviéticos en el Mar del Norte. Me explicaba todo aquello porque pensaba escribir una novela.
En una ocasión seguían la pista de un submarino nuclear clase Typhoon cuando, de pronto, el submarino desapareció de la imagen del radar sin motivo. Estuvieron dos semanas rastreando la zona y no lo encontraron. Hasta que un día volvió a aparecer la señal: el submarino había estado todo ese tiempo justo debajo del HMS Westmisnter. Y como era necesario renovar el oxígeno, el submarino salió a la superficie justo al lado del buque. Los marineros ingleses, furiosos por el engaño, cogieron toda la verdura y la fruta en mal estado y bombardearon la cubierta del submarino, que estaba repleta de marineros rusos medio asfixiados. Fue, probablemente, uno de los incidentes militares más vegetarianos. Los rusos quedaron manchados de putrefacción y coliflores, pero como tenían mucha hambre no dejaron escapar la oportunidad de comer la fruta que recibieron. Días después, la tripulación enfermaba de gastrointeritis aguda. Fue el primer ejemplo de guerra bacteriológica.
Que el radar no sea capaz de detectar lo que hay encima o debajo de uno mismo me hizo pensar, en ese bar, en las tetas que crecían de las chicas que estaban creciendo en ese mismo momento, sin que nadie, ni siquiera ellas, lo supieran. Lo que está demasiado lejos exige un esfuerzo de imaginación pero lo que está demasiado cerca también. Ya está: me follaré a todo lo inverosímil, indetectable e incomprensible; a cualquier cosa que la muerte esté a punto de arrebatarme.



7 comentarios:

  1. Me gustan las patatas bravas de "El Segundo", pero ahora tengo miedo de que mi culo explote hacia fuera.

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  2. "I am gonna fuck everything that moves!!"

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  3. Matar moscas a cañonazos. Mejor darle a todo que a nada. Muy muy bueno.

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  4. Té prou força: m'agrada. No té gaire sentit: també m'agrada.

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  5. A mí también me gusta mucho este texto. Interesante y lírica la idea expresada en la última secuencia.

    Merci.
    Besos,
    Sara

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  6. Lo que haces es bastante fácil por dos motivos: está vacío de verdad y no es sincero con tu propio ser. Te limitas a jugar con las palabras y con las permutaciones pero olvidando que esto debe ser tan solo un pretexto para conseguir la expresión de una mirada sincera de lo que te rodea.

    Es una humilde opinión, pero como aprecio el amor a todo lo literario, me veo en el deber de expresarla.

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