31 enero 2011

Pruebe su pistola ahí, Comandante


Una de las clases del Máster tuvo lugar en el aula de informática de la facultad de Farmacia, con la presencia estelar de la Catedrática de Química Básica™, Estrella Outeramus, que con su cabellera rubia y feliz paseaba de arriba abajo por la sala mientras explicaba un complicado Power Point dedicado a la creación de compuestos farmacológicos. Al fondo del aula estaban sentados Singer y Horacio, juntos y polarizados, casi indisolubles, aburridos y extrañados de sí mismos. No comprendían nada de lo que la catedrática explicaba. Oxisales, Hidruros, Hidrácidos y Sales Binarias; el Benceno o las cosas del Ácido acetilsalicílico: el hipérbatones científicos.
El Taxol es un medicamento contra el cáncer de ovario avanzado HER2 positivo. Su principio activo se extrae de la corteza de ciertos árboles. Como este principio activo es muy escaso, es necesario talar gran cantidad de árboles. Los ecologistas se enfadaron y se movilizaron en masa para impedir la tala de árboles que permitía producir el Taxol. Los científicos tuvieron que centrar todos sus esfuerzos en conseguir el principio activo de manera sintética. Lo lograron al poco tiempo y así terminaron con el problema de la tala de árboles.
Singer pensaba en lo plastificado, en la metalurgia de su metabolismo y el envejecimiento. Se apoderó de él una sensación extraña de disolución. En su mente, de pronto, mientras la profesora estaba hablando, aparecieron dos personas. Una de ellas era él, Singer, tal y como se reconocía hacia fuera; pero otra también era él, tal y como no se reconocía hacia dentro: alguien perverso y pervertido, alguien que aprecia el dolor ajeno, la lascivia, en cierto sentido la pornografía infantil. Agitó la cabeza y volvió a la clase. La profesora había pedido a los alumnos que encendieran el ordenador. La ausencia de Paula, sospechosa, una duda inquieta que baila sobre un monopatín, algo así era para Singer, que acababa de preguntarle a Horacio si sabía algo de ella. Él, ya de regreso de su viaje a Granada, contestó con un seco: no sé nada, ni me importa mucho. Sí, Horacio era un hombre sólido y firme, con principios inexpugnables y, por eso mismo, ni siquiera un hombre. Horacio era más bien como un medicamento en sí mismo. Una metástasis sin caos, ordenada, la recombinación sináptica clara, mucha solidez en sus axones.
Qué bonita es la literatura tecnológica, uno se siente como en una égloga de Virgilio ambientada en el futuro. Los pastores son personajes con batas y las cabras y su leche pequeños animalillos de laboratorio. Poca corrupción del espíritu en apariencia: pureza, desinfección, metabolismos por aquí y por allá; pero detrás un fondo oscuro, un maletín negro: la amenaza velada de la destrucción de una quimera.
Los alumnos encendieron el ordenador y se manejaron con habilidad por el Windows 7™. El fondo de pantalla cambia automáticamente según la hora. A veces ves un glaciar y otras veces un desierto. Si el fondo de pantalla estuviese conectado con el cerebro de Singer, se vería siempre un desierto y una tormenta de arena, el espejismo de un castillo con una princesa al fondo; Paula. Para Horacio, en cambio, los tonos uniformes y neutros, los paisajes extensos, los horizontes. Su amistad se balanceaba de esta manera, uno aportaba el color y el otro su ausencia. Horacio, sin embargo, a pesar de su solidez, era adicto a los ensayos sobre política. Esta vez tenía sobre la mesa Lenin Resucitado, una lectura que lo estaba entusiasmando.
Escucha, le dijo a Singer al empezar la clase. Dime, dijo Singer. El otro día te oí decir en Micro Abierto que Perón era un dictador. Sí, dijo Singer, eso dije. Pues no, dijo Horacio, Perón no es un dictador. Vale, dijo Singer. No, no es un dictador; y eso no quiere decir que me guste, ¿vale?, dijo Horacio. Vale, dijo Singer. Empezó la clase.
Ahora la profesora les pidió que abrieran un programa llamado ChemBioDraw Ultra 11.0: espectacular.
Se trataba de un simulador en el que el usuario podía crear moléculas y compuestos, para luego verlos en tres dimensiones en ChemBio3d Ultra 11.0: Espectacular otra vez.
Bueno, dijo Estrella Outeramus, ahora vamos a tratar de diseñar aquello de lo que está compuesta la aspirina: Acido Acetilsalicílico. Bien, tenéis que colocar un benzeno en la pantalla, eso es lo primero. Es la figura que tiene forma de hexágono. Luego dos enlaces: COOH y OCOCH3.
Los alumnos seguían sus instrucciones sin saber qué estaban haciendo. Pero el resultado, según la profesora, estaba muy claro: el dibujo resultante era el mítico Acido Acetilsalicílico, para tratar el dolor de cabeza y para otros dolores. Singer había seguido las instrucciones y cuando terminó se inclinó para ver qué había hecho Horacio. Horacio no había seguido las instrucciones y trataba de dibujar un compuesto con forma de cara. La figura tenía el aspecto de un ComeCocos, la había diseñado de forma aleatoria con los palitos y hexágonos que proporcionaba el programa, cuyo significado farmacológico les era por completo desconocido.
Después de la creación, del génesis pretencioso de la Aspirina, la profesora concedió un descanso a los alumnos para tomar un café. Se levantaron todos, excepto Horacio, con la sensación de tener un poder en las manos, con la creencia vaga de que con ChemBioDraw Ultra 11.0 podrían diseñar, si supiesen hacerlo, la medicina definitiva y última, aquella medicina total que acabara con todas las enfermedades. Por eso al salir hacia la cafetería parecía que los alumnos levitaban: tan sólo estaban soñando con su ignorancia.
En la cafetería Singer y Horacio hablaron de mujeres. Horacio no sabía qué significaba la palabra Hortera. Singer, aunque sabía qué significaba, no sabía explicar qué significaba. Así empezó la conversación, a la que se unió otro compañero de clase con la intención de que cada uno expresara qué chicas de la clase eran guapas y cuáles no. Singer señaló, oportunamente, que Paula correspondía con su ideal de belleza absoluto. Horacio dijo que Paula no era para tanto. Su compañero opinó que las gordas son difíciles de amar. Horacio lo miró con asco y dijo: Si suponemos que la esfera es la perfección, de ello podemos deducir que una persona por entero gorda y, por lo tanto, esférica, posee un cuerpo perfecto. El argumento, poco sólido, dejó sin palabras a los contertulios y la conversación terminó.
Mientras tanto, la Catedrática de Química Básica™, Estrella Outeramus, estaba en el aula de informática viendo el trabajo que habían hecho los alumnos. Cuando observó el dibujo que había hecho Horacio, una molécula con forma de comecocos, sintió un repentino asco brutal por los ignorantes humanistas y por los silogismos del lenguaje. Pensó en darle una buena reprimenda y en expulsarlo de clase. Pero entonces, por probar, comprobó la funcionalidad de la molécula. El ordenador empezó a procesar los datos y ella se mantuvo a la espera con cara desdeñosa. Fue indescriptible su sorpresa cuando el programa dio por válida la molécula como un importante agente anticancerígeno. Estrella Outeramus se quedó sin palabras. Grabó los datos en su pen de memoria y regresó a su mesa como si nada hubiera ocurrido. Volvieron los alumnos y la clase siguió hasta un final melancólico que consistió en enumerar las revistas científicas, sus títulos, y su valor.
Más tarde, otra vez sola, Estrella Outeramus entró en su laboratorio e introdujo los datos de la molécula con forma de Comecocos. Efectivamente, se trataba de un compuesto anticancerígeno muy potente. Horacio, sin saberlo, había creado por puro azar y jugando, algo que podría cambiar la historia de la humanidad. La versión médica de un cuento de Borges, Pierre Menard, autor del Quijote, alguien que, por casualidad, escribió el Quijote por azar sin haber leído nunca el Quijote.
Años después, pero eso ya es otra historia, Estrella Outeramus obtendría el Premio Nobel en Medicina por el descubrimiento de la cura del cáncer, un compuesto conocido por el nombre genérico de Comecocol, por la similitud de su forma molecular con la del Comecocos clásico. La metáfora era bonita: la medicina que curará el cáncer tendrá forma de boca que come al enemigo. No podría ser más sencillo ni más hermoso.
Pero Horacio jamás sabría nada de todo aquello, ni siquiera cuando fuera a contraer cáncer de pulmón, décadas después, para ser curado rápidamente con el Comecocol, un fármaco que, en verdad, el mismo inventó un día de aburrimiento en una clase cualquiera de un máster cualquiera, en esta ciudad patética.


5 comentarios:

  1. Un excelente blog que nos señala como se debe tratar el dolor.

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  2. Victor. Erratas.

    Salicílico.

    Y no rombos. Hexágonos.

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  3. Gracias Foreign Pharmacies, eres spam pero eres gracioso.
    Gracias Bohr, tienes razón.

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  4. Excelente historia Victor! Basada en hechos reales además.
    Es un halago ser persona de una historia de ficción, gracias!

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  5. ¡Me ha encantado!
    Leyendo cosas así da gusto comenzar la tarde en el trabajo...

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