24 febrero 2011

El fin de los nombres


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Berzolo y Singer caminaban por las calles desiertas de San Cugat. A lo lejos estaba la estación de los Ferrocarriles Catalanes. En el pasado, allí solían reunirse los jóvenes para acceder a la discoteca de moda: Chic Sant Cugat; y los universitarios y algunos mendigos, las piezas necesarias de una sociedad concebida sobre la base de tres comidas obligatorias al día y otras dos opcionales. Había movimiento y un tren cada cinco minutos; Alstom, trabajadores y obreros y algún científico desorientado que buscaba el Sincrotrón.
Pero ahora no quedaban más que perros callejeros incapaces de ladrar, enmudecidos, según anotó Berzolo en su cuaderno de notas.
Decidieron pasar allí la noche. Buscar alguna casa abandonada para refugiarse. El campo y los polígonos industriales que los separaban de Montserrat eran peligrosos por la noche. Podía aflorar cualquier cosa del terreno. La noche era oscura pero no salvaje. Era inmóvil y dura y sin estrellas. La luna quizá había sido destruida.
Se descubrió una vez una galaxia con forma de cigarrillo humeante, la M82. Unos astrónomos de Manchester la llamaron Cigar Galaxy. Entonces el mundo era tan viejo y estaba tan colapsado que todas las cosas tenían nombre y ya no bastaba con señalarlas con el dedo. Había demasiados objetos y los humanos pronto agotaron las palabras para nombrarlos. Primero dejaron de nombrarse las estrellas y las galaxias. Empezaron a matricularse según complicadas nomenclaturas numéricas. El proceso de matriculación empezó lejos, en el espacio profundo, para cuásares, nebulosas o asteroides; cualquier cuerpo celeste. Luego el círculo se fue cerrando sobre nosotros. Se terminaron las palabras para nombrar a los medicamentos. Lo modelos de coches nacieron como siglas: A8, 407 o C5. Un ordenador ya no fue un Pentium, sino un Intel Core i7 Vpro. Así, el estrechamiento de un lazo alrededor de un caballo que corre. Nacieron niños extraños, alguien llamó a su perro ZP. Desde el fondo de una retina roja HAL jugó al ajedrez con nosotros y un grupo de música, Battles, sacó su primer disco hecho con onomatopeyas. El colapso empezó en el lenguaje. Se supo primero en las radios, en la repetición insistente de las canciones pop. Se terminaron las maneras de decir ciertas cosas y un día no quedaron ni metáforas ni lugares sin fotografiar.
¡Bienvenidos al establo más fotografiado del mundo! Hay una vaca y un cerdo. Ambos son felices. Comen como capullos y pasan horas al sol.
Creo que el mundo se va a acabar, pensó Singer un día en el hospital, cuando un médico le informó de que a su abuela le iban a hacer una Tomografía Axial Computerizada: TAC.
Tic-tac, pensó Singer, estúpidamente, mirando al médico, cuya cara carente de pelo había sido rasurada esa mañana con una Gilette Mach3 Turbo, lo mejor para el hombre.
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