01 julio 2011

Amor burgués


Como lugar no tenía desperdicio, sin embargo desde lejos parecía un vertedero. A un lado de la plaza estaba el distrito tecnológico y por el otro lado nos arrastrábamos nosotros, calientes, bajo el sol, a través del mercadillo dels Encants. Los gritos de los vendedores eran una forma de eclosión de lo inmaduro; se proyectaban, vendían aparatos eléctricos -un hombre con sombrero probó su microondas recién comprado: no funcionaba: lo habían engañado- cubiertos, platos, bragas grandes, espantosas y por sólo un euro; todos los modelos de ropa plagiados: Zaro, Pollo & Beer o Yomango.
Cruzamos el mercado y llegamos a la zona de los libros. Íbamos a menudo allí. Todos los libros costaban uno o tres euros. Buenos libros, a veces alguna primera edición. Amontonados sin criterio sobre las mesas. Nuestras manos competían contra otras manos; avidez, lucha. Me compré un manual de psicología. Seguro que le daría un buen uso, pronto. También encontramos debajo de un montón de libros de Bassani y Scascia (extraña proliferación de estos dos autores en ese lugar, como si todo el mundo hubiera querido deshacerse de ellos al mismo tiempo) veinte volúmenes de la colección de literatura erótica de Tusquets: La sonrisa vertical.
Pero sólo me quedaba un euro. Tuve que elegir el más adecuado y cercano, el más significativo. Me hubiese gustado encontrar la biografía de Klaus Kinski, Yo necesito amor, pero no estaba. Y además ya no me hacía falta: nos acompañaba nuestra musa, dura y perfecta, su inteligencia logra abstraerte del canibalismo físico de la carne. Sí cogí, en cambio, un libro titulado Amor Burgués, acorde con la ciudad, el barrio y la casa en la que vivíamos.
Después de pagar fuimos a tomar un café. Nos sentamos en una terraza y empezamos a leer Amor Burgués. Nos gustó mucho. Pero no podíamos decirlo. Nos gusta mucho aún ahora; nos lo turnamos cada cierto tiempo, nos pone y nos enciende, estamos ávidos: ese libro tiene algo inexplicable que hacía tiempo que buscábamos. Su autor es Vicente Muñoz Puelles. Os lo recomiendo; cada página es una revelación.




Cuando un hombre copula con una vaca, el castigo es la muerte. Cuando un hombre copula con una perra o una cerda, morirá. Si un hombre copula con un caballo o una mula, no habrá castigo, pero nunca se aproximará al rey y jamás será sacerdote.
Código de los hititas.


Imaginó que era un caballo y que, abandonando su funda, la verga se le empinaba hasta ponerse totalmente erecta y le golpeaba el vientre con la intermitencia de los latidos, y que ella se arremangaba la falda y con dedos tentaculares se colocaba el negro pene como un obús entre los muslos, y que su crica se abría totalmente, roja y húmeda como una granada, y se convulsionaba con el roce, jadeando como una campana o una gaviota epiléptica, ahora su delta era un río en plena crecida, la súbita contracción del vientre antes del clímax, piel de tambor, y ella se corría una vez y luego otra mientras el mango rígido como un candelabro pero más grueso se deslizaba aguanoso e hinchado como un domo y frotaba, resbalaba, buceaba, un puñado de sangre tras la inminente culminación, pero ella era ahora una yegua, sus muslos un cálido estuche guardado entre grupas, y creyó oír un loco relincho al eyacular como un geyser, denso y abundante.
Después, fuera ya del lecho, él suscitó el tema:
- ¿No te gustaría copular con un animal?
Ella le miró, los ojos aún brillantes, para averiguar si hablaba en serio. Nunca estaba segura con él.
- Me daría asco -respondió finalmente-. No entiendo cómo se puede llegar a eso.
- ¿Ni siquiera con un caballo?
- ¡Qué cosas tienes!


No hubo lobos, pero sí lechuzas. No era más que una lombriz, pero una lombriz perfecta.



3 comentarios:

  1. Me ha encantado leer este texto.

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  2. Hola Sara, luego he descubierto que este autor también escribe literatura infantil y juvenil. Quizá esto fue su desahogo, pero en algunos momentos, no especialmente en este fragmento zoofílico, alcanza niveles de reflexión amorosa muy elevados, creo. besos!

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  3. Joder, qué guay. Creo que te molará Sangre de Peperoni, en serio.

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