31 diciembre 2011

Elegía para el arquitecto


La respuesta a tu impotencia es esta, dijo el psiquiatra, que vives en un ático sin ascensor y cuando llegas allí estás demasiado cansado para copular. Así se lo comuniqué a Marcela, de manera que ella tuvo que apoyarse, sostenerse más bien, contra el mármol de la cocina, y tuvo que beber un vaso de agua, ginebra encubierta, pienso ahora, a juzgar por los movimientos erráticos que llevó a cabo después, chocándose contra las paredes y meando de pie, con la puerta del baño abierta para que yo lo observara bien: su virilidad imperecedera.
Último día del año. Un día más en el camino de la podredumbre. En la biblioteca recibo la noticia terrible: el arquitecto acaba de suicidarse. Se ha ahorcado en la cima de su nuevo rascacielos, frente al mar, y las gaviotas han destruido sus ojos. Su muerte me ha afectado. Todo lo que he aprendido desde que estoy en Barcelona, lo he aprendido aquí, en su biblioteca. Así que le debo una elegía.
Recuerdo el primer día que pasé en este lugar. Llegaron dos abuelas en medio del fervor inaugural. Subieron hasta el séptimo piso, donde estábamos algunos parias. Irrumpieron en el séptimo piso con su vocerío, cardumen o piara de chismorreos. Hablaban en voz alta, sin respeto. Destruí un libro para calmar mi furia. Las viejas se acercaron a la ventana y miraron hacia la calle.
- ¿Has visto? -dijo una.
- ¿El qué?
- ¡El techo de nuestra iglesia! ¡Desde aquí se ve el techo de nuestra iglesia!
- ¡Ohh!
Es cierto, desde el séptimo piso de la biblioteca se ve el techo de la iglesia del barrio. Es un techo laminado, sucio y polvoriento. Nunca había visto el techo de ninguna iglesia desde arriba, siempre había visto los techos de todas las iglesias desde abajo. ¿Esto es lo que ve Dios? Un techo polvoriento, dos chimeneas y un proyecto de cruz. Sí, esto es lo que ve. Las ancianas gritaron con fervor católico en el interior de la biblioteca. Creen que por ser viejas pueden violar cualquier ley. Yo me fijé en ese techo, dejé de lado los libros y lo observé. Allí había alguien.
Una chica barría el tejado. Acalorada, mostraba partes de su cuerpo. Giraba con la escoba. Levantaba el polvo pero no lo acumulaba. Pasé toda la mañana contemplándola, tan pagana.
Si tuviera que elegir, entre todos, cuál es el mito de la creación que más me gusta, elegiría el de los Pelasgos. La idea de que La Tierra se creó a partir del baile solitario de una diosa, a partir de su danza por un entarimado circular, sola. 
Que caiga la niebla y que llegue el frío. No reconozco ninguna culpa. Pienso en Marcela. Los bares chinos han proliferado. Han proliferado las peluquerías. En esta ciudad de mierda no hay nadie que no esconda unas tijeras bajo la manga. Hay podamientos a cada instante. Flotan cabellos en el aire. Es una ciudad vengadora. Pienso en el arquitecto suicidado. Hoy han encendido hogueras en las encrucijadas. Hay dos posibilidades: o entras en el fuego o bailas a su alrededor. En este lugar sólo hay dos posibilidades todo el tiempo, y ninguna es aceptable. Pienso en Marcela, en el arquitecto suicidado: o pasas hambre, o te comes la carne podrida. La diosa se fue, pero antes de marcharse lo dispuso todo con rencor: nuestra elasticidad será sólo un dolor que sueña curvaturas.




2 comentarios:

  1. Muy bien, sí señor, o ardes o te consumes. Habrá que seguir fumando este año que entra. Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. de puro aburrimiento se puso a bailar

    no tenia con quién copular

    ResponderEliminar

ShareThis