Literatura del instante. Un caza Focke-Wulf de la Luftwaffe derriba un bombardero americano B17-G. La historia queda grabada en un rollo de película que apenas dura unos segundos. A bordo del B17-G, diez jóvenes americanos mueren al instante mientras tratan de llegar hasta Alemania para bombardearla, un país del que no saben nada más que la idea simple que lo sustenta, el nazismo, forjada a través de lugares comunes o discursos políticos. Esta es la imagen. Luego Pierre Bergounioux escribe el libro, B17-G, donde desmenuza, disecciona y explora el antes y el después, el momento preciso de la muerte, la vida, los orígenes y las circunstancias de los tripulantes; los momentos previos, toda la literatura que ha quedado detenida en el aire, fijada en los libros, para explicar algo que sólo conocen los que mueren.
Poseemos excelentes obras sobre la profundidad de la vida interior en las horas precarias y doradas antes e la tormenta (Proust), los libros pálidos en los que asoman el hocico los monstruos que se esconden en la oscuridad (Kafka), las historias: Ulises y El Ruido y la furia, donde la propia historia acusa una dificultad repentina y puede que insoslayable al tener que plegarse ante una formalidad que data de Homero y que no sabe cómo enfrentarse a la materia intrusiva, caótica de los tiempos modernos. Una vez lo consigue, se realiza. Pero Kafka estaba tísico, Proust era asmático, Joyce casi ciego, y estas tres son afecciones inhibidoras cuando de lo que hablamos es de volar. Es probable que Saint-Exupéry también fuera la víctima de un Focke-Wulf cuando salía de Córcega, donde su grupo repostaba. Su bimotor de doble cola de fabricación americana tuvo que entrar en el mar como un cometa con cola de fuego, con el largo velo fúnebre que arrastran los aviones abatidos. Pero no hay que excluir el que pudiera desvanecerse del mapa, como ya le había sucedido antes, tal y como lo cuenta en Piloto de Guerra, porque el oxígeno puro que suelta la máscara se parece mucho a un narcótico insidioso, a un veneno muy dulce. Cuando se tienen veinte años, con el organismo intacto y desbordante de vitalidad, pase; pero cuando uno cumple cuarenta y cuatro y está solo en el habitáculo, tras haber trabajado en el correo aéreo, en los Andes, en el Sáhara, tras tantas pruebas, emociones, años... Sea como fuere, era un hombre hecho y derecho, poseedor de una antigua nobleza, de una más que larga experiencia en esos tiempos repentinos en los que cada día, por sus efectos, pesaba lo mismo que un año, que uno de los siglos anteriores; un hombre al fin y al cabo que atravesó con su monoplaza el espejo que el Mediterráneo ofrecía al cielo de julio.
B17-G, Pierre Bergounioux
siempre me dejas en un lugar muy loco, per que me gusta mucho.
ResponderEliminarAveces me aproximo con cautela, no se saben las consecuancias de leerte.