13 noviembre 2008

Lechuguini Battles the Pink Robots II

[Fragmento HA 3c,4 -descartado-]


Ocurrió un día cualquiera. Fui al barrio chino y entré en un edificio. Era de madera y estuco y los tacones de las putas habían desgastado el suelo. Nadie, desde hacía décadas, lo había barrido. Subí y la madame me condujo por las habitaciones preguntándome qué deseaba, si rubia o morena, amor de una noche de verano o violencia anal. Dije que quería a la más bella de Mandalay, a cualquiera de brazos de larga pasión paralela. La madame asintió, su pelo se envolvía en un moño grotesco con forma de seno y yo nunca había estado en un prostíbulo. Entré en la habitación. La penumbra, eso fue la primera desnudez que me alcanzó, el olor fatuo a marihuana, disculpe mi sobreadjetivación. Un cuadro de Mondrian en la pared para celebrar la autonomía del arte y del sexo más allá de lo real. Sobre la cama una sábana negra, mugrienta, y sobre ella dos piernas enlutadas y una jovencita que sollozaba. Tenía la cara debajo de la almohada. Pero era joven, lo deduje por sus lunares; no había ruido al llorar. Me senté en el borde y ella se descubrió. Era oriental. Una belleza como de jarrón chino resquebrajado. Si en sus ojos alguna vez hubo entusiasmo, sólo pudo ser al nacer, en el encuentro con su madre. Me miró turbada y luego esbozó una sonrisa cínica. Qué quieres que te haga, dijo. Desde el borde de la cama eché un vistazo alrededor. Incienso, la ventana abierta y debajo, en la calle, niños jugando al fútbol, ruido de una pelota al rebotar en la pared. ¿Quieres follar? me dijo secándose las lágrimas, y se incorporó hasta mostrarme su piel firme, la cintura. No contesté. Se abrió de piernas y aún así yo no me moví. Ven aquí, dijo, pero estaba actuando. ¿Por qué lloras? le pregunté de pronto. Se tapó la cara con las manos. Tenía un anillo, uno sólo y devastado y dentro, hacia el fondo de su dedo. Móntame, dijo ella sin convicción desabrochándose la blusa, pero yo no hice nada, quieto en el borde de la cama. Tan en el borde que ni siquiera sabía si el colchón era de agua o de paja. Me llegaba desde la calle el ruido de los niños jugando con la pelota. ¿Qué puedo hacer por ti? le dije.
Ella cogió un cojín y me lo lanzó. Gritó que allí lo único que se hacía era follar. ¡Follar! Entonces me levanté y fui hacia la esquina. Encendí un cigarrillo, la miré. Tengo que admitirlo, dije, te follaría pero no lo haré. ¿Entonces qué haces aquí? dijo ella. Hice una pausa. Te pagaré para que dejes de llorar, le dije, eso es lo que quiero de ti, puta del barrio chino. No sé ni tu nombre. Ella se tapó el cuerpo con las sábanas, desconcertada. Y yo era Jesucristo, allí, de pie en el rincón, fumando. La puta se secó las lágrimas con el reverso de sus muñecas y así estuvimos, media hora, quietos: los niños gritaban cada vez que alguien marcaba gol y tras cada zancadilla. Se Ninguno de los dos habló. No sé si fue un acto de compasión, pero su cuerpo se relajó y eso fue como si terminara una guerra, aunque luego empezaran otras. Porque sólo recuerdo que después hubo golpes en la puerta; recuerdo al chulo y la madame gritando detrás de la puerta, gritando ¿Qué pasa ahí? ¿Qué es ese silencio? ¿Estás bien Roxane? Menudo nombre para una china: Roxane. Eso fue lo que pensé mientras me incorporaba y el chulo y la madame forcejeaban con la puerta, mientras Roxane me miraba otra vez, aterrada, tensa, aislada en la cama. ¡Abrid la puerta! gritaban ¿Estás bien Roxane? ¿Este tio te ha hecho algo? Yo atravesé la habitación y me acerqué a la ventana. Adiós, le dije a Roxane. Ella trató de alcanzarme con la mano, como diciendo: llévame contigo. Dejé un fajo de billetes en la mesilla. Me asomé a la ventana. Debajo los niños seguían con su partido de fútbol y la ciudad con su estrépito infernal de coches y cacerolas, de árboles, de viento. Saqué todo mi cuerpo por la ventana y salté hacia los niños justo cuando el chulo y la madame echaban abajo la puerta y acorralaban a Roxane. Salté por la ventana. Mientras caía pensé en las palomas. Pensé en mi juventud que en cierto modo había sido aniquilada. Saber que no hay piedad ni misericordia, eso es difícil. Las palomas creen que si no hubiera aire volarían más rápido, que el aire las frena. Es cierto. Pero eso es lo extraño, me dije, ya en el suelo, dolorido: el aire es una limitación para las palomas pero, a la vez, es la condición de su existencia. Recordé a Roxane una vez en el suelo, desde el centro del partido de fútbol, sus piernas de encaje blanco, el jarrón roto de su cara. Luego, sin previo aviso, una pelota me dio de lleno en la cara.


Elliot Smith - Needle in the Hay (The Tenenbaums)

3 comentarios:

  1. Lo prometido es deuda,,,, otra de las canciones más bellas del mundo llevan frases firmadas por el doctor Balcells....
    Prometo no defraudar aunque sea experto en dicho arte...
    Un abrazo

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  2. Oye, ¿las piernas de Roxane eran enlutadas o estaban cubiertas de encaje blanco? Ya sé que en algunas culturas el blanco es luto, pero me parece demasiado elaborada la utilización de esta costumbre en el tema que nos ocupa.

    Claro que no estoy enfadada. Claro que me sigue encantando como escribes y claro que algunas veces lo que escribes me gusta o no, o me gusta menos.

    Abraciños

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  3. He encontrado este post muy tierno pero terriblemente patético al mismo tiempo. Muy buena descripción de la actividad en un burdel. Besotes, M.

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