24 noviembre 2008

Maniobras de escapismo V

[Fragmento HA 3b,5]


¿Por qué nos obsesionan así las caras bellas? ¿Es que las flores extraordinarias tienen raíces malignas? Pablo Scarpa, frente a mí, posiblemente con una hemorragia en la barriga y el corazón, y su mano pulsaba mis dedos como se hace con las guitarras (si se quieren romper las cuerdas). ¿Quieres ver a tu padre?, dijo; se puso de rodillas, estábamos los dos en una esquina del baño y parecíamos gnomos, extraños culpables bajo el ritual de las campanas y los deberes. Sí, le dije, claro que quiero. Se llevó la mano al bolsillo y sacó una tarjeta.

Congreso Nacional de la Editorial Archimboldi
Con la participación de Ricardo Iglesias, Enrique Bauer y Ceslaw Jelinek
Junio 2008 / Portbou


Allí lo podrás encontrar. Ya no vive conmigo, dijo, y se levantó bruscamente. Vi sus piernas que temblaban bajo su peso y se marchó sin nada más que añadir, lejos de mí, lejos, porque él era el único culpable de mi situación, el único culpable. El desenfreno me llegaba a los oídos por los conductos de ventilación, sonidos de brindis y vasos rotos, de manos en las caras, extraña hipocresía de saber no saber nada, y sin embargo pretender saber, no sabiendo, ¿cuánto rato me había quedado dormido?; él era el único culpable; y entonces escuché un ruido como de medusas arrastrándose por el parquet, de tela mojada envuelta en una pierna, gemidos de un hombre. Me asomé al pasillo. No había nadie. El pasillo estaba a oscuras, los jóvenes drogadictos habían bajado; no sabía cuánto tiempo había pasado, ni si era ya muy tarde o si era pronto, ¿cuánto había dormido?, el arrastrarse cesó de golpe y detrás de una puerta, al fondo del pasillo, apareció una línea de luz. Silencio. Luego la puerta se abrió y salió Enrique Bauer colocándose con dificultad su americana marrón. Tuve tiempo de esconderme en una sala vacía. No me vio. Hubo un ruido de llaves y después Enrique atravesó el pasillo y escuché el sonido de sus zapatos al bajar la escalera, un ding metálico al chocar su reloj de pulsera contra la barandilla; se había ido. Salí y fui hacia la puerta; la luz del pasillo estaba apagada, apenas se veía nada. Caminaba a tientas. Desde abajo la voz de una mujer anunció a través de un megáfono un espectáculo de skaters con música tecno. Puse la mano sobre el pomo de la puerta pero estaba cerrada. Al otro lado nada se movía. Apliqué la oreja a la puerta para asegurarme. Silencio. Me relajé: allí no había nadie, no había pasado nada. Yo sólo estaba un poco dormido y me había imaginado que...; pero ¿cuánto tiempo había pasado? En mi bolsillo estaba la tarjeta de Pablo. Portbou, junio de 2008 y allí encontrarás a tu padre. Volví al baño. Me lavé la cara. Me miré en el espejo; detrás de los espejos descansan nuestras vidas. Delante no es posible descansar. Un gemido de chica atravesó la puerta y el pasillo y me alcanzó nítido, claro; luego el sonido de una silla al caer contra el suelo. Salí del baño y regresé a la puerta. ¿Hay alguien ahí?, pregunté. Estaba cerrada con llave. Traté de forzar el pomo. No cedía. ¿Hay alguien?, y una voz dijo algo, Guillermo, creí entender. La puerta no se abría. Saqué de mi billetera una tarjeta del banco y la pasé por el marco para forzar la cerradura. Agitaba el pomo y la puerta no cedía. Guillermo, repitió la voz. La música tecno llegaba con un ritmo binario y penetrante, con fondos de teclados en mi menor y luego en la menor, con esa progresión hipnótica de los disc-jockeys y sus discos girando; la puerta no se abría, pasaba una y otra vez la tarjeta, Guillermo, repitio la voz, esta vez desvaneciéndose; le di una patada a la puerta, agité el pomo con todas mis fuerzas, pasé la tarjeta, desesperado, y sólo entonces cedió. La sala estaba oscura. Encendí la luz. No vi a nadie. Mesas y sillas por estrenar se amontonaban bajo una lona de plástico, el polvo brillaba en el aire, suspendido como una invectiva contra la geometría. Oí un gemido. En el suelo, detrás de unas sillas, había dos piernas desnudas. Me acerqué y vi a Julia tendida. Me miraba como cuando lo hacía al despertar o al borde del sueño, distraíd; entonces nos amábamos. Pero allí su cabeza y su pelo no parecían pertenecer a una única persona. Había llorado. Repitió mi nombre y me acerqué a ella. Le pregunté si estaba bien, la cogí entre los brazos, no contestó, su vestido estaba desordenado, arrugado, sus flores parecían selvas y estruendos. Me sonrió apenas y se abrazó a mí y yo cerré los ojos. Al abrirlos vi sus piernas desnudas.
La belleza de una mujer se vuelve irresistible cuando en ella hay un pequeño defecto, un desorden en alguna parte del cuerpo. Miré sus piernas que descansaban en el suelo. Eran estatuas desmoronadas, magnéticos campos de fuerza; eran abstracciones y copas doradas donde toda belleza miente; y sin embargo, (y aquél era su único defecto), de su sexo brotaba la sangre.


The Zombies - She's not there

3 comentarios:

  1. Interesante y escalofriante sueño. Por cierto la primera tarjeta decía Port Bou Julio 2008 y la segunda Junio 2009. ¿En qué quedamos? Besotes, M.

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  2. Mientras vivimos somos dioses, pero dioses responsables de estar vivos. La fama y la gloria son modos de embalsamiento. "Florencio Escardó"....... No tengo claro si el fin justifica los medios pero los miedos son malos consejero cuando arrecia el desértico frío entre letra y letra. No sé que os pasa últimamente a muchos... bajo mi humilde opinión, ¿dónde os dejasteis las costillas?...
    Víctorino Lonzone recuerda que el árbol grande siempre atrae el viento. Un abrazo.

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  3. Victor, no se cómo lo ha hecho, pero el cabrón de Ben me ha enganchado para que hiciera un blog. Bueno, ya puedes visitarlo en www.rhinslumber.wordpress.com

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