12 septiembre 2010

El círculo de tiza germánico

Para Juan Escourido

I - Investigaciones de Ricardo Piglia


Entre 1905 y 1910 Hitler lleva una existencia marginal y patética en Viena. Desde los dieciocho años su mayor aspiración es la de convertirse en un artista conocido, quiere ser pintor. Visita de manera errante bares frecuentados por intelectuales y escritores y es su madre quién lo mantiene económicamente. En su idea de ser pintor no subyace un interés real por la pintura porque su deseo profundo, en realidad, es alcanzar el éxito y obtener reconocimiento. Sin embargo, como es notorio, es un pésimo pintor. Copia tarjetas postales ilustradas y las vende en los bares. De acuerdo con su vocación en esos años, adquiere la típica ideología anticapitalista del artista marginado del mundo burgués. En una investigación acerca de la formación de juventud de Hitler, el historiador Joachim Kluge repasa los textos que pudieron constituir la base ideológica del futuro dictador. Entre ellos se encuentra un folletín de gran difusión titulado Ostara. Se trata de una revista que predica una suerte de mitología histórica fascista, confeccionada por un ex fraiile llamado Adolf Lanz. Años después, Hitler transcribirá en Mein Kampf pasajes enteros de la obra conjetural de Lanz: Theozzologie, por ese motivo Kluge certifica que el dictador siguiera aquella revista en sus años de juventud. De modo que fue entonces, en sus años de bohemia, cuando constituyó el fundamento de lo que sería su personalidad y vocación política. En esa época existe un período, entre octubre de 1909 y agosto de 1910 en el que Hitler desaparece de Viena. Esta desaparición se debe al intento de Adolf por eludir el servicio militar, tal y como explica Kluge en una nota al pie de página de la edición crítica de Mein Kampf. Finalmente es detenido por las autoridades austriacas y llevado a Salzburgo en septiembre del 1910.
La pregunta es sencilla: ¿Dónde está Hitler durante ese tiempo? La respuesta nos conducirá al principio de una trama compleja que, por sus azares, también resulta mágica. Al parecer, ese tiempo lo transcurre refugiado en Praga, lugar en el que sigue con su vida bohemia de pintor de baja estofa. Allí frecuenta el conocido café Arcos, en la calle Meiselgasse de Praga, un bar de encuentro para los intelectuales de habla alemana, un bar frecuentado por Franz Kafka en esa misma época. Es el escritor Ricardo Piglia quien intenta establecer una conexión entre Kafka y Hitler. En una carta a Max Brod, fechada en enero de 1910, Kafka escribe: Estoy contento porque por fin aprendo algo, de modo que esta semana seguiré conservando mi puesto en la mesa del Arcos. Pasaría allí con gusto la noche entera, pues a las siete de la tarde lo mejores han llegado, pero temo que si me sumerjo tan hondo en el rumor de esas conversaciones al otro día me sea imposible trabajar. Brod fue quién animó a Kafka a asistir a las tertulias literarias del café Arcos.
Buscando pruebas que corroboraran la existencia de un más que posible encuentro entre Kafka y Hitler, Ricardo Piglia encuentra dos cartas en las que Kafka habla de un exiliado austríaco que frecuenta el Arcos. En la primera, fechada el 24 de noviembre de 1909 y dirigida a su amigo Rainer Jauss, Kafka habla de un extraño personaje que dice ser pintor y que se ha fugado de Viena por un motivo no del todo claro. Se llama Adolf, escribe Kaka, y su alemán tiene un acento extraño, aunque no más extrañas son las historias que cuenta. Extrañas al menos para alguien que se dice pintor, porque los pintores son mudos.
La segunda carta de la que habla Piglia está fechada el 9 de diciembre de 1909 y dirigida a su amigo Max Brod. En ella Kafka dice, en referencia a un manuscrito que está escribiendo: Ayer al discutir el manuscrito yo me encontraba todavía bajo los efectos de mi conversación con Adolf, de quien en ese momento no te hablé. Él había dicho ciertas cosas y yo pensaba en ellas y es muy posible que debido al recuerdo de esas palabras se haya deslizado alguna torpeza, alguna sucesión que sólo en secreto sea extraña. La pregunta está clara: ¿Qué conversación fue aquella y por qué desestabilizó a Kafka? Piglia trata de demostrar que la personalidad política de Hitler ya está configurada, o en vías de solidificarse, entonces, y que le transmite al escritor checo las ideas que, en un futuro aún lejano, llevará a cabo como dictador. Las pruebas las encuentra en los Diarios del escritor: 12 de mayo de 1910 (...) Discusión A. No quería decir eso, me dice. Usted ya me conoce, doctor. Soy un hombre completamente inofensivo. Tuve que desahogarme. Lo que dije no son más que palabras. Yo lo interrumpo. Esto es precisamente lo peligroso. Las palabras preparan el camino, son precursoras de los actos venideros, las chispas de los incendios futuros. No tenía intención de decir eso, me contesta A. Eso dice usted, le contesto tratando de sonreír. Pero ¿sabe qué aspecto tienen las cosas realmente? Puede que estemos ya sentados encima del barril de pólvora que convierta en hecho su deseo. No hace falta darle demasiadas vueltas para comprender que, muy probablemente, se trate de la transcripción de una conversación que mantiene Kafka con el joven pintor y en la que éste le cuenta sus planes de futuro. En efecto, Hitler es conocido en sus años de juventud por su capacidad expresiva: suele exponer de una manera fascinante sus planes y proyectos. Kafka, por su parte, según comenta Brod, tiene la cualidad contraria, la de saber escuchar.
Por último, Ricardo Piglia cita un pasaje del cuarto borrador de Descripción de una lucha que podría asociarse a las palabras que Hitler dejó impresas en la mente de Kafka y que le turbaron durante un tiempo: Cuéntemelo todo desde el principio hasta el fin. Si es menos, no lo escucho, se lo advierto. Pero estoy sobre ascuas para oírlo todo de usted. Porque lo que usted planea es tan atroz que sólo al oírlo puedo disimular mi terror.
Es a través de la figura de Kafka como Piglia consigue solidificar la idea de que los rasgos egocéntricos, la obsesión por el futuro, los proyectos gigantescos y extraños de Hitler ya tomaron forma en su mente durante su juventud.

II - Investigaciones de Vicente Valero


Franz Kafka realiza múltiples lecturas públicas en vida. Es especialmente conocida la lectura pública de En la colonia penitenciaria que lleva a cabo en Munich, en 1916, porque mientras Kafka lee se van desmayando entre el público diversas mujeres aterrorizadas que tienen que ser llevadas a la calle. En efecto, se trata de un texto duro que trata el tema de la condena y la tortura. Mientras lee, Kafka se da cuenta del revuelo que está causando entre el público, pero en ningún momento interrumpe la lectura. Al margen de este hecho trágico cabe decir que está empíricamente comprobado que Kafka, en realidad, también es un autor cómico: en una lectura pública de La Transformación llevada a cabo en Viena en el año 1912 suscitó la risa descontrolada del público. Pero para el desarrollo de la trama que antes he denominado mágica, tendremos que centrarnos en otra lectura pública que realiza en Berlín, en el año 1923, poco después de abandonar Praga para poder encontrarse allí con Dora Diamant, una joven judía de 25 años que será su compañera durante un tiempo. En la lectura pública que nos interesa lee La Construcción. Al terminar la lectura se dirige hacia la estación de trenes para regresar al piso que compartía con Dora en los suburbios de Berlín. Pero durante el recorrido que media entre el salón de actos, cuya localización no hemos podido hallar, y la estación de tren, lo detiene un curioso personaje que parece reconocerlo. Se trata de Raoul Hausmann, escritor y pintor, uno de los fundadores del club Dadá de Berlín y estandarte del dadaísmo alemán. Hausmann reconoce a Kafka, escritor por el que siente gran devoción, y le pregunta si pueden hablar un momento. Kafka contesta que tiene un poco de prisa porque debe tomar un tren y Hausmann se ofrece a acompañarle durante el trayecto. En ese paseo, Hausmann trata de explicarle a Kafka el proyecto dadaísta, su oposición al concepto de razón que había instaurado el positivismo, sus rasgos artísticos de vanguardia, etc. Kafka escucha con atención, ya hemos dicho que Brod celebraba esa cualidad en Kafka. Cuando ya están llegando a la estación, Hausmann trata de ofrecer a Kafka la posibilidad de participar de alguna forma en el movimiento. En ese momento Kafka se detiene y le dice a Hausmann que su proyecto, desde luego, es muy interesante, pero que, por desgracia no podrá ayudarle. Sus palabras fueron las siguientes: Yo no puedo ser así, dijo, y se fue.

III- Investigaciones de Balthazar Dress


Es el 22 de enero de 1918 cuando Raoul Hausman funda junto a Richard Huelsenbeck el club Dadá de Berlín. Ese día se hace la primera proclama dadaísta en Alemania, en concreto tiene lugar en la galería de arte IB Neumann. Hausmann siempre será reconocido por ser el inventor del fotomontaje: en unas vacaciones que pasa en el Mar Báltico observa en una pared del hotel Scandic Scar de Estocolmo una foto de un grupo de soldados sobre la cual, el propietario del hotel, ha pegado cinco fotos idénticas de su hijo. Así deja reflejado, mucho tiempo después, en 1958, lo que sintió al ver ese collage dantesco: Fue como un destello: se podría - lo vi instantáneamente - hacer fotos, únicamente montando trozos de fotografías. En septiembre, ya de regreso en Berlín, comencé a darme cuenta de esta nueva visión, y utilicé fotografías de la prensa y el cine. La técnica del fotomontaje se convierte en poco tiempo en la técnica más usada por el movimiento Dadá y Hausmann consigue cierta relevancia frente a sus compañeros del club Dadá de Berlín. Pero lo que realmente nos interesa para seguir nuestro encadenamiento es certificar que Hausmann tuvo algún tipo de contacto con Tristan Tzara, líder del movimiento dadaista. Hay un momento, en 1919, en el que Hausmann decide junto con un compañero del club, Baader, fundar una revista dadaista de habla alemana. Quiere que el título sea Der Dada, y para ello necesita el consentimiento de Tzara. No queda constancia de ningún tipo de correspondencia entre Tzara y Hausmann, tal y como certifica la Berlinische Galerie, pero sí se produjo un encuentro entre ambos en enero de 1919 en Alexander Platz. Según recoge Baader en su correspondencia personal, dicho encuentro tuvo lugar junto a la estatua de Berolina -nombre en neolatín de Berlín, representada por una figura femenina que tiende la mano izquierda, receptiva- y allí mismo se alargó por espacio de un par de horas, los tres como tres pálidos fuegos estatuarios, conversando antes de que decidieran trasladarse a otro sitio. Fue en ese lugar, según Baader, donde Tzara les concedió el permiso para editar Der Dada, una revista que contenía dibujos, poemas y sátiras tipografiados con múltiples fuentes y signos, en cuya segunda página un titular reza: Legen Sie Ihr Geld in dada an!

IV- Investigaciones de Andrés Castellán


Es aquí donde cerraremos este pequeño círculo de tiza germánico. Mullocks, casa de subastas, hizo pública hace unos días una imagen en la que aparecen un joven Adolf Hitler de 20 años y un más experimentado Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, de 39, enfrentándose sobre el tablero. Al parecer, el grabado habría sido realizado por la profesora de dibujo del propio Hitler. Está fechado en 1909, en Viena, poco antes de que partiera en fuga hacia Praga y, atención, está firmado tanto por la autora como por ambos personajes. En el grabado ambos apoyan la mano sobre la sien en actitud pensativa. La inmortalización de esa escena suscita varias preguntas: ¿Sobre qué conversan? ¿Cuántas partidas habrán jugado ya juntos? ¿Les importaba más ganar o no perder? ¿Quién tenía el estilo más agresivo? Nunca antes una imagen alrededor de un tablero de ajedrez tuvo tanto poder profético.
Sabemos que Lenin vive en esa época a pocos pasos del cabaré Voltaire -lugar en el que actúa con frecuencia- y que es muy amigo de Tristán Tzara, líder del Dadaísmo. El investigador Dominique Noguez, en su obra Lenine Dada, ha llegado a conjeturar la posibilidad de que tanta era su amistad que existe la seria posibilidad de que uno escribiese las obras del otro. El contacto de Lenin con Hitler y los intereses de este último en esa época por el mundo del arte nos hacen suponer que Hitler y Tzara también entran en contacto. En el proceso de su formación personal es posible que el movimiento Dadá tenga una fuerte influencia sobre él. Escribe en Mein Kampf: Sesenta años atrás hubiese resultado sencillamente imposible una exposición de las llamadas “expresiones Dadaístas” y sus organizadores hubieran ido a parar a una casa de orates, en tanto que hoy, llegan incluso a presidir instituciones artísticas. Anomalías semejantes llegaron a observarse en Alemania casi en todos los dominios del arte y de la cultura.
La tesis que se defiende aquí es que Adolf Hitler recibe una fuerte influencia del grupo dadá, habiendo participado en él a través de la amistad que tiene con Lenin, con el cual frecuenta el cabaré Voltaire. De modo que su formación no sólo se limitaría a las fuentes, por lo demás conservadoras y dogmáticas, que se citan en la primera parte de este compendio de investigaciones, sino también a un movimiento de vanguardias en plena efervescencia cuya máxima sería la defensa de la irracionalidad.
La disciplina dentro del grupo era férrea. Quién no cumplía las órdenes estaba expulsado. Lenin cometió algunos errores pero su amigo lo encubrió. Allí mismo, en esos encuentros, Hitler aprende los principios básicos de disciplina y dirección que todo grupo necesita para su correcto funcionamiento, en el mismo lugar donde se funda un arte disparatado y rompedor, que él, como artista, no sería capaz de concebir, pero del que, como político, lograría aprehender sus férreos fundamentos dictatoriales.

V- Nota del Autor

Hitler y Kafka, Kafka y Hausmann, Hausmann y Tzara. El círculo se cierra con el contacto que hay entre Tzara y Hitler. Queda una frágil impresión de algo encadenado que, por su plasticidad, resulta hermoso. Y lo sería realmente si ese círculo fuera cierto. Porque, aunque todos los fragmentos contengan elementos ficticios, hay uno de los encuentros que es absolutamente falso y que nunca se produjo. Ese es el juego y esa es la tarea del lector: adivinar cuál.




9 comentarios:

  1. Muy bien Víctor. Un texto de verdad nuevo que recuerda tus posibilidades fuera de la temática amorosa. Original y conciso. Supongo que fueron Lenin y Hitler quienes jamás se encontraron. Si no que alguien instruido haga el favor de informarme o ven tú a Barcelona a darme clases de historia. :)

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  2. Los que no se encuentran nunca son el lector y el escritor. Con esta frase tan profunda primero te doy las gracias porque el relato es magnífico. Y segundo te vuelvo a dar las gracias porque me gusta ver mis palabras incluidas en otras texturas. Eso resta visibilidad y, por consiguiente, adelgaza. En un momento en el que peso 13 kilos más de lo que debiera y vivo en una casa con gimnasio y piscina que utilizo no sólo por placer, gusta.

    El tiempo engorda.

    Una conexión precisa, preciosa, además, se añade. Las dos últimas obras de Alain Bosquet tratan sobre el tema: Kafka estuvo en un campo de concentración y aparentemente tenía un lector entre los verdugos. Esto, para Juan Manuel -el tipo del s. XIII, no yo- tiene una moraleja inmediata: el lector y el escritor sí se encuentran, en Auschwitz.

    Brazos

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  3. Joder. Andrea. Yo también pensé que el truco estaba en Lenin y Hitler pero bien pensado, el que no es cierto no lo es por su propia carga de datos absurdos. En mi opinión, Víctor debería mezclar la idea con Schnitzler y querer decir algo más rotundo. ¡Viva Escourido gringo!

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  4. Precioso juego! y bien contado. Lo cierto es que no tengo suficiente cultura histórica como para reconocer el falso encuentro pero desde luego no me imagino a Hitler & Lenin en el voltaire echando unas copas, no sé. Un saludo.

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  5. Juan, gracias a ti por proponer este tipo de transposiciones literarias (no dejes de proponer más). A.B. y J. también gracias por participar, pero lo cierto es que, aunque parece raro que Lenin y Hitler se conocieran, no está tan claro que no fuese así. No es seguro que el grabado de Hitler con Lenin sea verdadero a pesar de que se subastara por más de sesenta mil dólares. Sin embargo, ambos sí convivieron en Viena en ese año, 1909 y Lenin era, realmente, amigo de Tzara. Hitler, como presunto artista que era, es de suponer que tuvo contactos con ese círculo porque él mismo estaba metido en todos esos ambientes intelectuales vieneses. El encuentro imposible, o por lo menos no discutible, es el de Kafka con Hitler, por varios motivos, entre los cuales que todas las referencias de Kafka en sus diarios y otras obras son falsas, se las inventa Piglia en su libro "Respiración Artificial". Pero digamos que esto es un punto de partida para seguir encadenando encuentros: el siguiente será entre Primo Levi, Walter Benjamin, Franco y Hitler (de nuevo, para conectarlo con este), no tratará sobre la formación de un joven, sino sobre el holocausto judío. Si hay alguna sugerencia para este nuevo círculo, un posible personaje o una anécdota que pueda conectarse, no dejéis de dejarla por aquí!

    brazos a los cuatro :)

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  6. Buf, eso es más complejo...

    Cada uno anda por un lado y son diferentes generaciones. Pero igual si vas por el elemento semítico puedes hilar algo. Hay un documental que a mi me impactó muchísimo. Está disponible en streaming aquí:

    http://www.naranjasdehiroshima.blogspot.com/search?q=hafner

    De ahí quizás puedas sacar actitudes y nombres que conectan el 2007 con 1940, a los nazis con España entendida como su paraíso soñado y una visión de la diáspora nazi y de su resistencia ya no a abandonar, sino a matizar su ideología.

    Igual también cogiendo los laberintos de Borges viste che, te sale algo piola.

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  7. Te acabo de descubrir, por casualidad y me has hecho esta noche de sábado un poco más llevadera.

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  8. Juan, cuídate, please... Que todavía eres muy joven como para pesar 13 Kg más de lo que debieras... La última vez que te vi estabas muy bien... eras el capricho de todas... con tus ojos claros y expresivos, y tu interesante melena al viento... ¿el cabello sí lo conservarás aún? ¿no?

    Eso que dices de que el autor y el lector nunca se encuentran, creo que no es cierto... Mejor dicho, no sé si será cierto o no... Pero, después de leer a Italo Calvino, no puedo estar de acuerdo contigo en eso, rotundamente, y sin matizar...
    Como dices, quizás sea una frase profunda. Pero poco más.

    Espero que sigas tan interesante como siempre.

    Besos.

    Firmado: Una chica que conoces, pero que no puedes imaginar quién es.

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