11 mayo 2011

Cómo distinguir a un adulador de un amigo


La amistad es un tema que se trató con intensidad en la tradición filosófica griega. Plutarco, nacido en Beocia, estudió filosofía en Atenas a finales del siglo I d.c. Aunque es más conocido por su obra Vidas paralelas, hoy recupero un opúsculo suyo que merece la pena leer. Está publicado en una de esas ediciones minúsculas de la Biblioteca de Ensayo de Siruela: Cómo sacar provecho de los enemigos.
Dentro de ese librito se esconde un texto titulado Cómo distinguir a un adulador de un amigo. Me gusta la literatura antigua porque casi siempre resulta tan cercana como la literatura contemporánea. Pero me gusta también porque está libre de prejuicios y miedos. Ahí va un fragmento del opúsculo. Apuesto diez céntimos a que cualquiera que lo lea le sacará buen provecho.




Los cambios de un adulador, como los de un pulpo, los podría descubrir uno si se percata de que, muchas veces, él mismo cambia y desaprueba la vida que antes alababa, y es atraído de repente hacia acciones, conductas y palabras con las que se disgustaba, como si le agradaran. Así pues, se verá que él no es, en modo alguno, seguro, ni personal, y que ni ama, ni odia, ni se alegra, ni se entristece con sus propias emociones, sino que, como un espejo, recibe las imágenes de las emociones, vidas y movimientos ajenos. Es, por tanto, como aquella clase de hombres que, si vituperas a uno de tus amigos delante de él, dirá: "Tardíamente has descubierto al hombre; pues a mí hace ya tiempo que no me gustaba". Pero, si en otra ocasión, cambiando de opinión, lo alabas, ¡por Zeus!, dirá que se alegra de ello y que te lo agradece en nombre del mismo y que confía en él. Mas si dices que tienes que tomar otro género de vida, por ejemplo, cambiando de la actividad política al retraimiento y a la tranquilidad, dirá: "Hace tiempo, en verdad, que nos hubiera convenido habernos apartado de los tumultos y la envidia". Y, de nuevo, si parece que te lanzas a la vida activa y a la oratoria, dará voces diciendo: "Piensas cosas dignas de ti, la inactividad ciertamente es algo agradable, pero obscura y vulgar". Entonces es necesario decir, enseguida, a tal persona:

Extranjero, me pareces ahora distinto del que eras antes (Homero, Od. XVI 181)

No necesito un amigo que se cambie y asienta conmigo (pues mi sombra hace mejor esas cosas), sino que diga la verdad conmigo y que me ayude a decidir.

2 comentarios:

  1. Los clásicos siempre serán actuales. Precisamente, porque tratan del ser humano, este es humano siempre, y no cambia tanto como queremos pensar.

    Las inquietudes, los comportamientos... no cambian tanto, ni si quiera las formas; aunque a nosotros nos agrade pensar que sí, para creer que hemos evolucionado.

    Es obvio, que no somos iguales, que el tiempo y el lugar, la sociedad y, sobre todo el idioma -que es reflejo a la vez que constructor de todo lo anterior-, nos moldea y nos hace distintos.

    Pero mientras las personas sigan siendo personas, existen unas similitudes y unas limitaciones. la historia se repite constantemente y no dejará de hacerlo, menos aún, si no miramos atrás y vemos que todo fue siempre, más o menos, igual.

    Un abrazo

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  2. Gracias por tu comentario, Zeru Gorriak. Tienes mucha razón. Me gustaría pasar la tarde con Marcial mirando cululailos por ahí. Otro abrazo para ti!

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